jueves, 12 de julio de 2018

«La ternura de nuestro Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


Desde que empezamos a ir al catecismo, todos y en todas las generaciones habidas y por haber, vamos aprendiendo que Dios es un Padre bueno y cariñoso que nos ama y en este día, la primera lectura de Misa nos lo recuerda de una manera muy particular en el libro del profeta Oseas. El fragmento que el libro de este extraordinario profeta nos ofrece hoy (Os 11,1-4.8-9), es una pieza ejemplar de la ternura divina de ese Padre que nos ama. Ternura de Dios para con nosotros, sus hijos, para con su pueblo. Y es, al mismo tiempo, una especie de arrebato contenido en Él para no destruirnos por nuestras infidelidades. «Llamé a mi hijo. Dice el Señor. Pero mientras más lo llamaba, más se alejaba de mí» (Os 11,1-2)... «Yo fui quien enseñé a andar a Efraín, yo quien lo llevaba en brazos, pero no comprendieron que yo cuidaba de ellos» (Os 11,3), continúa diciendo el texto. ¡Cuanta humildad y sencillez necesitamos para poder captar el cariño que Dios nos tiene!... Nos urge el corazón y la confianza del niño pequeño para poder recibir y comprender la visita amorosa que cada día nos hace el Señor al corazón y a nuestras vidas al ir estableciendo su Reino entre nosotros (Mt 10,7-15) como nos recuerda el Evangelio de hoy. 

Ayer miércoles fui participe, por una parte, de la sencillez de los niños, en las mellizas de mi sobrina Albita, Andrea y Garbiñe —de apenas cinco meses—, a quienes disfruté por unas horas en casa de mis primos ayer en Veracruz, donde pasé mi «day off» de esta semana. ¡Los bebés enseñan tanto! Su sonrisa, ese extender los brazos para que uno las cargue —¡y vaya que pesan la cuatitas!—, su llanto al tener hambre, su tierna mirada... ¡en fin! A un mundo que parece haberse apartado de Dios, Él, el Padre bueno y cariñoso que nos ama, le sigue hablando a través de los niños. Un ejemplo asombroso de ellos son este par de niñitas bellísimas que me hicieron parte de la mañana muy feliz luego de llegar a casa del largo y detallado estudio que me hizo el Dr. Cesar Calzada —siempre excelente y atento— y del que salí, como con Felipe, viendo la vida con ojos nuevos y bien lubricados para seguir captando ese amor de Dios que no nos deja ni un segundo. Y es que cada día nos permite eso, ver el amor de Dios y esa cercanía de su ternura que Oseas nos recuerda. 

Por la tarde de ayer tuve otra manifestación clarísima del amor y de la ternura de dios en la Misa que celebré en la capilla de las «Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción» que tienen a su cargo el Hospital de «San Francisco», por una parte con su testimonio de vida enamorada del Señor y por otra el regalo de la diosidencia de que Enrique y Gaby —que han formado la familia «Covarrubias Gutiérrez» con sus hijos Enrique, Valeria y las cuatitas Aranza y Valeria— y a quienes tengo el gusto y la bendición de tenerlos como amigos desde hace algunos años, celebraban sus primero 20 años de vida matrimonial, bendición que celebramos con la Santa Misa antes de que me llevaran ellos mismos al aeropuerto para regresar a mi querida «Selva de Cemento». ¡Así se manifiesta esa ternura de Dios! Nos la manifiesta en el comportamiento de los niños pequeños, en el cariño de los que tenemos cercanos, como en mis primos Letty y Ramón al llevar y trae al padre Alfredo de aquí para allá y darle de comer cumpliendo hasta los gustos que ya conocen; en la paciencia del doctor Cesar; en el libre y sencillo «Sí» de las monjitas del Hospital San Francisco; en la juventud de los jovencitos Covarrubias–Gutiérrez; en el cariño que nos dejan sentir Enrique y Gaby en su entrega matrimonial y hasta en el detalle de la aeromoza de Aeromar que no nos dejaba bajar del avión para no mojarnos porque justo aterrizamos entre la lluvia torrencial de anoche... ¡Yo me imagino cuánto agradecería María Santísima los detalles de la ternura de nuestro Padre bueno y cariñoso que nos ama! No vayamos a hacer que los que llegan a nuestras vidas se tengan que «sacudir el polvo de los pies» porque encuentran un corazón desentendidamente frío que no percibe a Dios, porque es descubriendo su amor y su ternura que llega de aquí y de allá, como podemos sobrellevar bien el dolor, disipar el temor, perdonar el error, evitar la contención, renovar la fortaleza y bendecir y ayudar a los demás en el día a día que implica —bien que lo sabemos— llevar el sello de «discípulos–misioneros de Cristo»; porque el mismo Señor en el Evangelio de hoy nos recuerda que, en el querer llevar el amor de Dios a todos, no todo es vida y dulzura, pues vamos, como dice la oración de la Salve, «gimiendo y llorando en este Valle de lágrimas». Hoy Jesús nos espera en la Eucaristía para seguir dando y recibiendo lo que gratuitamente nos viene de Él. ¡Bendecido jueves agradeciendo lo que le debo a cada uno de ustedes y que reconozco que proviene de nuestro Dios que es amor! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario