Los profetas son personajes que hablan no sólo con sus palabras sino con acciones y con su misma vida. Hoy Jeremías (Jer 13,1-11) nos deja un mensaje en una acción simbólica con una pedagogía popular que luego es utilizada por Jesús como los rabinos de su tiempo. Un cinturón de lino puede ser, además de un adorno muy hermoso, algo muy útil para ceñir la ropa al cuerpo. Pero si éste se deja remojar y no se cuida, se deteriora, se pudre y ya no sirve para nada. Así le pasa al cinturón de Jeremías: escondido en el río Éufrates, al cabo de un tiempo, está ya totalmente putrefacto y no sirve para nada. En esta sencilla parábola, el cinturón de lino es el pueblo de Israel, que en otro tiempo fue tan útil y hermoso que el mismo Dios se «lo ponía», sujetaba y adornaba sus vestidos y se alegraba de él. Pero la idolatría lo ha arruinado y entonces, Israel, ya no sirve para nada. ¿Qué podemos aprender los discípulos–misioneros de Cristo de este pasaje de la Escritura? deberíamos ser útiles a la Iglesia, y Dios mismo tendría que poder estar orgulloso de nosotros. Como de un lazo que resiste y sostiene y de un cinturón que ciñe el vestido, pero, tenemos que ser conscientes de que corremos el peligro de estropearnos por la «humedad», por esas tendencias anticristianas del mundo en que vivimos que pudren el lino de nuestra fe, de nuestras acciones, de nuestra caridad, si nos descuidamos.
Los discípulos–misioneros del Señor, no podemos ir por el mundo pretendiendo comprender los misterios de Dios; hemos de contentarnos con vislumbrar su profundidad y grandeza a base de estas comparaciones que también Jesús utilizará y que llamaos «parábolas». Éstas pretenden ser «semejanzas», cosas parecidas a lo que el Señor quiere enseñarnos. Los hombres y mujeres de fe no podemos penetrar en los secretos divinos, tenemos la fe, que es luz, pero no plena claridad. A veces nos es difícil entender a Dios incluso por medio de sus parábolas. Jesús nos enseña así, con un método «audio–visual» diríamos hoy, de manera que nos entren por los ojos las verdades, los afectos, los misterios de salvación, y nos dice: ustedes son sarmientos de mi vid, son miembros de mi cuerpo, son hijos de mi Padre, son levadura, son luz, tienen morada en el cielo porque la pequeña semilla de éste ya está sembrada en su corazón... ¡sígname!». Pero, su palabra se pierde porque parece pequeña entre la inmensidad de cosas que escuchamos cada día, o se pudre entre las humedades del mundo porque la ponemos donde no se puede conservar. En una palabra: no le hacemos caso y nos entretenemos, perdiento el tiempo, jugando con becerros de oro.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla con dos parábolas (Mt 13,31-35), dos parábolas que nos quieren expresar que el Reino, una vez que dejemos que se ponga en movimiento, él mismo se desarrollará desde la pequeñez hasta la grandeza total, porque tiene una fuerza interior que nada ni nadie podrá frustrar. La pequeñez del grano de mostaza simboliza la precariedad actual del Reino; y la planta llegada a su pleno crecimiento, representa al Reino en su manifestación definitiva y pujante. Esta pequeña semilla que se convierte en un arbusto con ramas fuertes que sirven de base para lis nidos de las aves del cielo, está bien escogida para anunciar la grandeza futura del Reino sembrado en la pequeñez de nuestros corazones por Jesús. La parábola de la levadura, habla de la levadura que se le pone a tres medidas de harina para fermentarla. Tres veces una medida de harina es una gran cantidad de masa que se pone en contraste con el poquito de la levadura. La pequeñez de la levadura no será impedimento para que fermente toda la masa; de la misma manera, el Reino, inaugurado en la debilidad de nuestro ser, si dejamos que actúe «fermentará», «esponjará» un día toda la masa de la humanidad. Ambos, tanto la levadura como el grano de mostaza, nos indican lo que puede suceder al interior de quien se deja llevar por el dinamismo del Reino, recordándonos que la fuerza que transforma y hace crecer viene de adentro. Pero, ojo, no hay que olvidar «las humedades» de fuera, que también, como al cinturón, pueden echar a perder el pequeño grano y la levadura. Por eso la vida, para el cristiano, será siempre un reto para los cristianos, que deben ser como un cinturón fuerte ceñido a Dios, como el grano de mostaza que sabe de su pequeñez y espera crecer, como la levadura, que ha de cumplir su misión para esponjar la fe en el mundo. No olvidemos que María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, nos enseña a estar totalmente abiertos al querer divino, incluso si es misterioso. Por eso, Ella es maestra de fe y nos puede ayudar a entender y vivir las parábolas de Dios. ¡Bendecido lunes iniciando la semana laboral y para unos cuantos, académica, creo yo!
Padre Alfredo.
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