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Es que leyendo a Oseas y dejando de lado algunos detalles que manifiestan una civilización muy distinta a la nuestra, encontramos, como digo, uno de los problemas de nuestro tiempo: la contaminación de la fe auténtica por el materialismo y consumismo fruto del «orden mundial» y de la «globalización» y a la vez la contaminación de nuestra casa común, basta ver la cantidad de basura que producimos cada día, fruto de empaques y envolturas innecesarias y que el comercio utiliza solamente para hacer más «atrapantes» los consumibles. El materialismo y el consumismo son un par de ídolos ilusorios incapaces de satisfacer el hambre profunda del hombre y bastante capaces de desequilibrar la mente, el corazón, el medioambiente y el bolsillo de personas y familias que incluso se desquebrajan por no poder llevar el ritmo que la marcha de este par van exigiendo entonar y bailar. Pero, pasará lo mismo que en Samaria, esos becerros de oro quedarán hechos trizas. Quien sabe si nuestra sociedad «de consumo» que al analizarla resulta también una sociedad «de placer» no contiene en su seno su propia destrucción. Muchos hombres y mujeres, carentes de la valentía del profeta y vacíos de todo ideal noble y profundo, se atolondran progresivamente en una falsa adoración que no los llevará sino a su propia destrucción. ¿Qué diría Oseas, si regresara a la tierra hoy?
El Evangelio de hoy nos presenta a una sociedad «maravillada» por escuchar a Jesús y su mensaje de libertad, de paz y de amor (Mt 9,32-38). Solo los que están empecinados anclados en los extremos son quienes se quedan «atorados» en sus desaciertos. El Señor viene a sembrar en nosotros «compasión» (Mt 9,36) y misericordia para con los pobres, los enfermos y los pecadores (Mt 9,7-8). Ve al pueblo como un conjunto de «ovejas sin pastores» (Mt 9,36) de las que ni sacerdotes, ni fariseos, ni rabinos se dignan preocuparse. ¿Qué diría Jesús, si regresara a la tierra hoy? Bautizados, sacerdotes, religiosos, laicos... todos, hemos de realizar nuestra vida en la fidelidad a la Palabra de Dios. Pidámosle a María, a quien hoy veré vestida de Guadalupana en la Basílica del Tepeyac, que seamos hombres y mujeres verdaderos, en contacto directo con el mundo globalizado; que participemos de la condición común de los hombres de nuestro tiempo pero sin sembrar vientos, sino comprometidos en el trabajo de renovación y de transformación del mundo para no cosechar tempestades. De esta manera el discípulo–misionero será verdaderamente ambulante y encontrará las «ovejas abandonadas» por el «orden mundial» y con compasión y misericordia las rescatará. ¿Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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