Dios nos ama entrañablemente, esto es indiscutible, porque somos suyos, el pueblo que Él ha elegido (1 Pedro 2,9) y a ese pueblo del que formamos parte, lo ha adquirido desde la antigüedad y lo ha forjado entre el ir y venir de los acontecimientos del mundo, incluso entre los conflictos de las naciones que lo rodeaban, atacaban y conquistaban, como vemos hoy en la primera lectura (Is 5-7.13-16). Dios, en aquellos tiempos del profeta Isaías, se servía de los diversos pueblos, incluso de estados tan poderosos como Asiria, para llevar adelante sus planes de educación y salvación del pueblo elegido. A diferencia de las divinidades del antiguo Oriente, el Dios que nuestro profeta ha contemplado como «rex tremendae maiestatis», es sí, el Dios poderoso que todo lo puede, pero que a la vez, todo lo trasciende. Para él, las fuerzas cósmicas no representan una barrera, ni las potencias de la humanidad un poder. Dios, por medio del profeta nos hace ver que Senaquerib, quien aparentemente hacía un daño terrible, no fue más que un «instrumento» en las manos de Dios, para castigar a los pueblos faltos de fe.
Hoy podemos ver toda la diferencia que puede haber entre una «lectura» del mismo hecho simplemente humana y una «lectura en la fe». Desde luego, no quedamos dispensados de hacer primero un análisis humano de las situaciones. Es, incluso, necesario. Es el primer escalón para una revisión de vida. Pero hay que tratar de ir más lejos... ¡hasta reconocer la acción de Dios en las acciones incluso de quienes a primera vista nos hacen daño o nos ocasionan problemas, como el caso del rey pagano Senaquerib. Tal vez, aguijoneados por ese pasaje profético de Isaías, sería bueno que mirando a nuestro alrededor, busquemos interpretar desde la fe, el montón de sucesos de actualidad que nos rodean de cerca y de lejos, y orar a partir de esos «hechos», ya sean caseros o internacionales. Rezar con lo que vivimos cada día como personas, como nación, como humanidad, con la lectura del periódico, con las informaciones de la radio o de la tele, con lo que nos llega en Internet... Esto es lo que haría Isaías si estuviera aquí para acompañar al pueblo y mantener la fe.
Para nosotros, que somos cristianos, que creemos en el Mesías Redentor, al ver estos pasajes del Antiguo Testamento que narran la dificultad de conservar la fe en medio de tantas dificultades entre las gentes y las naciones, resuenan en nuestros oídos el «Magnificat» de María y las «bienaventuranzas» de Jesús, porque hemos de captar que ni los grandes ni los más pequeños somos una especie de «marionetas» entre las manos de Dios, sino hombres y mujeres «elegidos» por Dios viviendo dentro de la historia y buscando transformar el mundo. El Señor, que es inmenso y poderoso, nos ha elegido y, comparados con Él, siempre nos habremos de reconocer como pequeños, sencillos, necesitados de Él. De hecho Jesús prefirió habitualmente visitar a las gentes sencillas, a hombres y mujeres de toda clase y condición pero con el anhelo de cambiar, reconociendo la grandeza de Dios, incluso en su misericordia y su compasión. Es de entre ellos que escogió sus primeros apóstoles. Los que saben que son «poco» en el mundo, los que se reconocen como insignificantes a los ojos de los hombres... ¡Éstos son valiosos a los ojos de Dios! Y es lo que Jesús agradece hoy (Mt 11,25-27). ¡Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción! A Dios no lo descubren los engreídos y los presuntuosos, porque están demasiado llenos de sí mismos. Sino los humildes, los sencillos, los que tienen un corazón libre y sin demasiadas complicaciones. A la luz del Evangelio y contemplando el mundo que nos rodea como campo de acción y realización, nos convendría tener ojos de niño, un corazón más humilde para ir por caminos menos retorcidos, tanto en nuestro trato con las personas como con Dios. Y saberles agradecer, a Dios y a los demás —incluso como decía, a quienes aparentemente nos hacen un daño o nos obstaculizan la vida—, tantos dones y favores que nos hacen. Siguiendo el estilo de Jesús y el de María, su Madre, que alabó a Dios porque había puesto los ojos en la humildad de su sierva le podemos decir esta mañana: «Señor, ayúdame a ser uno de esos pequeños a quien Tú te revelas». ¡Bendecido miércoles! Yo voy el día de hoy gozoso a la Casa Madre en Cuernavaca a encontrarme con Monseñor Esquerda y los demás sacerdotes del Grupo Sacerdotal «Madre Inés» reunidos en su encuentro sacerdotal anual, a quienes encomiendo a sus oraciones.
Padre Alfredo.
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