Muchas de las cosas que acontecen en la vida de los hombres y mujeres de fe, no pueden considerarse meras casualidades o como se dice en México: «chiripadas». Para el creyente, la presencia de Dios Amor va marcando cada hecho y cada acontecimiento por los que vamos atravesando. Ayer comentaba, hablando de la vocación de Saulo —que dentro de un rato hará su profesión religiosa en la bellísima capilla de esta abadía del Príncipe de paz (Prince of peace Abbey)—, que su camino de conversión y de respuesta vocacional se inició con una reliquia de la beata María Inés Teresa que Rosy su hermana le regaló y que él se puso en la boca en medio de la dolorosa y terrible enfermedad que padecía en aquellos días inolvidables para él. Pues bien, un 7 de julio, pero de 1904, nació esta extraordinaria mujer que buscó fundir la vida contemplativa y la vida activa en una sola entrega con el anhelo de consagrarse y de que muchas almas se consagraran, en la contemplación y en la acción de una sola vocación, para alcanzar un anhelo hacia Jesús: ¡Que todos te conozcan y te amen!».
En abril pasado, el Papa Francisco, hablando a un grupo de monjes benedictinos les decía: «En la vida contemplativa, Dios a menudo anuncia su presencia de manera inesperada». Así, de esa misma manera inesperada, el Señor anuncia su presencia a todos los que de una u otra manera, llegan a los lugares como éste y encuentran, como el mismo Papa Francisco afirma: «un oasis, donde hombres y mujeres de todas las edades, proveniencia, cultura y religión pueden descubrir la belleza del silencio y reencontrarse a sí mismos, en armonía con el creador, consintiendo a Dios restablecer un justo orden en su vida». Y hoy, acompañando a Saulo en este día tan especial, el Señor nos permite estar aquí, en este bellísimo espacio de silencio y de paz donde «los hombres de negro» que forman esta comunidad, nos contagian del gozo de vivir para el Señor en una consagración plena y gozosa que se renueva cada día.
El tema de la liturgia de la palabra de hoy, pudiéramos decir que es «el vino nuevo», del que se habla tanto en la primera lectura (Am 9,11-15) como en el Evangelio (Mt 9,14-17). El vino, en la Escritura, es el símbolo de la alegría, de la comida festiva. Jesús lo escogió como símbolo de sí mismo y aquí, en este austero, moderno y sobrio monasterio el «vino nuevo» tiene rostros y nombres de cada monje que, a la oración y al trabajo le da un tinte especial, el tinte del vino nuevo que es Jesús. El trabajo y el servicio, que fuera de aquí tienen a menudo un carácter pesado, alienante, es la tarea que, con inmensa alegría, realiza el monje cada día para ganarse la vida y a la vez alabar a Dios con su entrega (apicultura, arte-artesanías, trabajos del campo, etc., así como todos los oficios domésticos de cocina, lavandería, limpieza y otras áreas). Para cada uno de estos hermanos, la vida en Cristo es una vida de novedad radical en donde el vino de la fe, el vino de la esperanza y el vino de la caridad se renuevan cada día en la oración, la «Lectio Divina», el estudio y trabajo, orientados por entero a la búsqueda de Dios, cuestiones que exigen un ambiente que posibilite esta actitud permanente de escucha y diálogo con el Señor. Es por ello que tienen importancia central en la vida de la comunidad el retiro, la soledad y el silencio. Para ellos creer en Cristo y seguirle, no ha significado cambiar unos pequeños detalles en las vidas que ya han quedado atrás, poner unos remiendos nuevos a un traje viejo, ocultando sus rotos, o guardar el vino nuevo de la fe, de la esperanza y del amor en los mismos odres en los que en el mundo se guarda el vino viejo del pecado. La participación en la profesión religiosa del hermano Saulo, nos deja ver claramente que lo nuevo es incompatible con lo viejo, como nos dice Jesús. Seguirle a Él implica cambiar el vestido entero, es más, implica cambiar la mentalidad, no sólo el vestido exterior. Es tener un corazón nuevo. Lo que les costó a Pedro y a los demás discípulos cambiar la mentalidad religiosa y social que tenían antes de conocer a Cristo es lo que les ha costado a estos hermanos y a todos los que hemos decidido seguir al Maestro más de cerca. ¡Qué bendición participar del gozo del hermano Saulo y de esta excepcional comunidad benedictina que llevo siempre en el corazón! Que María, Madre de las vocaciones, cuide el «sí» de cada uno de estos sacerdotes y hermanos, que. Siguiendo la Regla de San Benito, comparten con nosotros el vino nuevo que es el mismo Jesús. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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