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Y por cierto que el profeta Amós, en la primera lectura de hoy (Am 5, 14-15.21-24) nos impulsa hoy a «buscad el bien, no el mal». Sabemos que lo que agrada a Dios es la búsqueda del bien, tanto en la vida personal como en el plano social y comunitario. Amós nos recuerda que una civilización de abundancia puede, por desgracia, encubrir muchas injusticias: la corrupción del derecho es, para el profeta, un crimen profesional... porque cuando más potente es uno, cuanto más poder tiene, más fácilmente puede perjudicar a las gentes humildes que no pueden defenderse. «Buscar» (el darash hebreo, con el que se significaba la consulta de la voluntad de Dios, tanto por procedimientos rituales como por reflexión sobre la Torá) solicita todo el ser para comprometerse totalmente. A esta búsqueda queda vinculada una promesa de vida de una debida relación vital con Dios, tal como deja entender la misma Escritura: «Mira, hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos de Yahvé, tu Dios, que hoy te promulgo, amando a Yahvé, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus mandamientos... vivirás» (Dt 30,15). La liturgia de hoy nos recuerda, también, que buscar a Dios sólo en el culto e ignorarlo en la vida ética constituye la más abominable de las idolatrías y hoy, por desgracia, algunas personas viven así, de mucho golpe de pecho —como dicen por ahí— y totalmente desinteresados de la búsqueda de la justicia y del ejercicio de la caridad.
En el Evangelio de hoy (Mt 8, 28-34), al poner Jesús sus reales en la región de los habitantes de Gadara, van a su encuentro dos hombres poseídos por un espíritu inmundo; no aguardan a que Jesús se les acerque, ellos toman la iniciativa... «le buscan»; acuden a Jesús desde el cementerio, un lugar de muerte donde han mantenido un tipo de combate, de violencia e impureza permanente; desean salir de su estado y ven en Jesús una posibilidad de vida; y en efecto, Jesús los libera, haciendo que los espíritus inmundos, «malos», se alejen de los posesos y, se vayan a unos cerdos (signo de gran impureza), para terminar despeñándose en el mar, donde se ahogan. El poder de la bondad de Dios vence cualquier otro tipo de poder. Refugiándonos en María, la Madre del Señor y Madre nuestra, agradezcamos los dones del Señor, incluido el envío de profetas de la talla de Amós, y rompamos para siempre el velo de nuestras infidelidades al Señor que de verdad nos ama: «Refugio de los pecadores, ruega por nosotros». ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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