domingo, 22 de julio de 2018

«Como ovejas sin pastor»... Un pequeño pensamiento para hoy


No hay muchos sacerdocios ni muchos sacerdotes, sino uno solo: el Sacerdocio de Jesucristo, el Buen Pastor, el Sumo y Eterno Sacerdote. El Concilio Vaticano II, en la Lumen Gentium nos dice: «Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hb 5,1-5), de su nuevo pueblo «hizo... un reino y sacerdotes para Dios, su Padre» (Ap 1,6; cf. 5,910). Los bautizados son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 P 2,410)» (LG 10). De tal manera que si Él, el Sumo y Eterno Sacerdote es «Pastor» y un «Buen Pastor», cada uno de los bautizados debemos serlo. La imagen del Buen Pastor fue muy familiar a los bautizados de los primeros tiempos, y es la imagen por excelencia de Jesucristo, en la Iglesia naciente. En las figuras con las que aquellos primeros artistas del cristianismo querían representar a Jesús, en las catacumbas romanas, más de 88 veces está la imagen del Buen Pastor con sus ovejas. Esas ovejas por las cuales Jesucristo siente compasión, como nos lo recuerda el Evangelio de hoy (Mc 6,30-34). 

La Palabra de Dios ofrece este domingo XVI del Tiempo Ordinario, una larga y profunda enseñanza, no sólo para los obispos, sacerdotes y diáconos poseedores del sacerdocio ministerial que se equipara, en la Iglesia con esta figura del Buen Pastor, sino para todos los bautizados. El principio de la narración es el retorno feliz de los 12 discípulos, contentos, comunicativos, después de haber sido agentes de la misión de anunciar que Jesús era el Mesías esperado por los siglos. Esa fue la Buena Nueva que ellos proclamaron y con la cual alentaban a un pueblo que por años había sido maltratado y abusado por presuntos guías —pastores que solo sangraban a sus ovejas— y anhelaba la liberación: «Les daré pastores que las apacienten... y ninguna se perderá» (Jer 23,1-6) había prometido el Señor a las ovejas de su rebaño. Así llega Jesús y los que son de Jesús, entre los que había hombres y mujeres cercanos (Lc 8,1-3) que, como Él, pastoreaban el rebaño del Señor. Y es que la figura de Pastor, como digo, ha de ser referida a todo bautizado, cada uno en su condición. 

Muchos recordamos, por ejemplo, la incansable actitud de pastor de San Juan Pablo II, quien tenía tiempo para los jóvenes, los adultos, los niños, los enfermos, los presos; en fin, para todos. Y esta es la misma figura que hemos visto en Benedicto XVI, en Francisco y en tantos obispos y sacerdotes tan pastores como nuestros hermanos Nicaragüenses que, en medio del dolor y de la persecución acompañan al pueblo, recordando que el pastor es siempre guía, pero también compañero. Entre los religiosos y los laicos, destacan también innumerables figuras de bautizados que han sabido desarrollar su condición de pastores, pues todos, como afirma hoy San Pablo (Ef 2,13-18), estamos «unidos a Cristo Jesús». Hoy quisiera destacar la figura pastoril de dos mujeres extraordinarias: María Magdalena, «Apóstol de los Apóstoles» y María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, «Misionera mexicana sin fronteras». La Magdalena, como una pastora responsable, fue quien anunció el gozo e la resurrección a los seguidores más cercanos del Señor, aquel primer rebañito; María Inés Teresa, como humilde pastorcita fundó una familia misionera y con ella se presentaba ante nuestro Señor diciéndole: «Aquí estamos, pastora y rebaño para ser enviados» y se lanzó a la conquista de muchas almas. Hoy es la fiesta de María Magdalena y en un día como hoy, pero de 1981, la beata María Inés fue llamada por el Dios Misericordioso a regresar a la Casa Paterna. Ninguna de las dos llegó al cielo con las manos vacías... ¡Llegaron con un rebañito de almas! Sí, almas, ovejitas como las que se nos encomiendan a nosotros en cualquier condición y vocación: Los feligreses, los hijos, los alumnos, los sobrinos, los compañeros de escuela y de trabajo... «¡almas, muchas almas, infinitas almas!» como decía María Inés. ¡Que María Santísima, a quien se le venera como «Divina Pastora de las Almas» —según una imagen venerada en el convento capuchino de Nuestra Señora de los Ángeles de El Pardo, en Madrid y cuya imagen surgió en Sevilla, España, a comienzos del siglo XVIII, y está presente en varios países— interceda para que todos los bautizados experimentemos esa misma compasión de Cristo por tantas almas que vagan por aquí y por allá como ovejas sin pastor! Les deseo un bendecido domingo a todos. 

Padre Alfredo.

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