sábado, 28 de julio de 2018

«La hermana Anita Arce»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XVII

En su infinita bondad por una parte, y en mi andariega vida de misionero itinerante, el Señor me ha permitido pasar muchas veces por Costa Rica durante mi vida sacerdotal y conocer de cerca a muchas de nuestras queridas hermanas Misioneras Clarisas de aquella amada región en América Central. Entre esas almas generosas, que han querido consagrar su vida a Dios, conocí allá por 1982 en Guadalajara a una monjita de Costa Rica a quien luego vi varias veces en California y en su país natal. Me refiero a Anita Arce, quien el día 19 pasado, a las doce diez de la madrugada, en el Hospital Calderón Guardia de la capital de Costa Rica, la bellísima ciudad de San José, emprendió su viaje de regreso a la Casa del Padre.

Ana María Araceli del Carmen Arce Hernández (¡me ganó con la cantidad de nombres!) nació en San Isidro de Heredia en Costa Rica el día 18 de abril de 1936. Fue la mayor de diez hijos que procreó el matrimonio formado por Leovigildo Arce Arce y Elisa Hernández Madrigal. Anita fue llevada a la pila bautismal el 30 de abril de 1936 en la Parroquia de San Isidro de Heredia y confirmada el 28 de noviembre de 1937 en su misma Parroquia. 
Anita Arce —como fue conocida siempre— ingresó a la vida religiosa en la Congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 27 de diciembre de 1964 en la comunidad de Santo Domingo de Heredia, Costa Rica. La comunidad había llegado a ese hermoso país en 1959, así que Anita fue de las primeras hermanas «ticas» del instituto en estas tierras conocidas como «La Suiza centroamericana». Inició su Noviciado el 12 de agosto de 1965 y se consagró con los votos de pobreza, castidad y obediencia a Dios el 29 de febrero de 1968. El 15 de agosto de 1976, en la Casa Madre de nuestra familia misionera, en Cuernavaca, Morelos, México, hizo su profesión religiosa ante la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. 

Desde sus inicios en la vida religiosa vivió y ejerció su tarea apostólica en la comunidad de Santo Domingo de Heredia hasta que, en 1980, fue enviada a la casa de Quepos. En 1982 recibió su cambio a la casa de Guadalajara en donde la conocí en aquellos mis primeros años como seminarista —cuando la hacía de chofer manejando aquella combi blanca que algunas hermanas recordarán—en un verano. En 1984 llegó a Gardena, en otras de mis queridas regiones de la Familia Inesiana allá en California, donde prestó sus servicios como auxiliar de preescolar y en donde varias veces pude convivir con ella. Allá, en 1988, en la Casa Regional de Santa Ana, celebró su 25Aniversario de vida religiosa. En 1995 regresó a Costa Rica, donde ejerció su apostolado entre las comunidades de Moravia y Tibás. Ahí pasó los últimos veinte años de su vida, hasta que su Divino Esposo vino para llevarla a formar parte de la comunidad celestial. Yo la vi en diciembre 2015-enero 2016 en esa temporada que pasé en la Casa Pastoral de Moravia. Allí en esa casa le celebraron el pasado 20 de mayo sus 50 años de vida religiosa.

Anita fue siempre una hermana que se hacía sentir en la comunidad por su presencia silenciosa y a la vez simpática, con una constante y buena disposición de servir siempre a sus hermanas religiosas y a quienes anduviéramos por ahí. Fue un alma de oración, repasando siempre con sencillez las cuentas del santo rosario con mucho cariño a la Santísima Virgen María, así lo atestiguan las hermanas que compartieron con ella en las diversas comunidades de las que formó parte. A mí me tocó en varias ocasiones impartir Ejercicios Espirituales teniendo a Anita entre las ejercitantes, siempre atenta y tomando notas en su corazón.

La Hermana Anita empezó a padecer asma desde hace años, y más o menos hace unos doce empezó a sufrir los primeros síntomas del alzheímer, esa terrible enfermedad silenciosa que ataca al cerebro causando problemas con la memoria, la forma de pensar y el carácter o la manera de comportarse. Una enfermedad traicionera que no es una forma normal del envejecimiento pero que ataca a las personas mayores. Hace dos años aproximadamente, después que la vi por última vez, su deterioro se fue acelerando más y más y gracias a las visitas al doctor se pudo ir aplicando medicina adecuada a su enfermedad. El Señor quiso acompañarla con la cruz de esta enfermedad por aproximadamente doce años, la cual, dentro de sus limitaciones, supo llevar con generosidad y actitud oferente. Los médicos se admiraban de que la Hna. Anita gozara de una buena calidad de vida dentro de su condición, pero claro, había un secreto, ¡su comunidad religiosa, el cariño de las hermanas, las atenciones y el espíritu de familia siempre presente en cada casa de las Misioneras Clarisas! En estos últimos años Anita ya no se valía por sí misma, era constantemente asistida —gracias a la caridad que distingue a nuestras hermanas Misioneras Clarisas— por hermanas que, con diligencia y cariño fraterno le dispensaban todo lo necesario, pues, debido a la enfermedad, no podía ni debía estar sola. 

Gracias a los adelantos de la ciencia y a las instituciones especializadas que por eso se van creando, allí mismo, en Moravia, Anita pudo gozar durante unas horas del día, de los beneficios del Centro Geriátrico San Francisco de Asís, un espacio acondicionado con enfermeros especialistas en geriatría y donde su presencia como religiosa, fue un testimonio para los demás pacientes, para los médicos y enfermeros. ¡Qué caminos de Dios! Una misionera que, aparentemente perdida en el mundo, evangelizaba con su sola presencia cada día. Periódicamente fue atendida en el Hospital Geriátrico Calderón Guardia, cosa que permitió que la hermana Anita Arce tuviera una mejor calidad de vida en sus últimos años. Nunca olvidó que era religiosa y, aunque fue perdiendo el habla, de lo poquito que se le podía entender al hablar, nombraba con frecuencia a la beata María Inés, al Sagrado Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen María. Las hermanas dicen que en sus últimos días repetía: "Al cielo, al cielo..."

El pasado 9 de julio tuvieron las hermanas que llamar a la Cruz Roja para que la asistiera, porque se le congestionó el pecho y respiraba con bastante dificultad. Los paramédicos la revisaron y vieron conveniente trasladarla al hospital para darle allá una mejor atención. Así, Anita quedó internada desde esa fecha. El domingo siguiente, ya habían realizado los exámenes necesarios y diagnosticaron que tenía bronco–neumonía por lo que había que administrarle un antibiótico, pero debido a su enfermedad no estaba reaccionando al medicamento. Al saber la gravedad de su estado, la Madre Martha Gabriela Hernández, superiora general de nuestras hermanas Misioneras Clarisas, que se encuentra hasta estos días en Costa Rica, pidió a la familia misionera que nos uniéramos en oraciones para acompañarla y se dirigió, acompañada de la hermana Lucy López, vicaria general y de la hermana Ileana Rivera, superiora regional de Costa Rica al hospital para estar al pendiente de ella.

Dios tiene sus caminos. Anita hizo sus votos en presencia de su superiora general, en aquel entonces la beata María Inés Teresa y ahora, al dejar este mundo, lo hace en presencia de su superiora general actual. Así fue el final de la trayectoria en la tierra de esta misionera de mirada serena y sonrisa discreta y esperamos, como dicen nuestras hermanas Misioneras Clarisas, que el Señor haga fructificar todos sus anhelos misioneros y esfuerzos ofrecidos durante su vida, para la mayor gloria de Dios y salvación de las almas. Esta es la primera Misionera Clarisa originaria de Costa Rica que ha sido llamada por el Padre Celestial a las moradas eternas. Dale Señor el eterno descanso a nuestra querida hermana Ana María Araceli del Carmen Arce Hernández y brille para ella la luz perpetua.

Padre Alfredo.

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