lunes, 23 de julio de 2018

«Ser justos, ser buenos y ser humildes cada día»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy inicio la reflexión haciendo referencia a este texto del profeta Miqueas que se lee en los Improperios, las lamentaciones del Viernes Santo durante la ceremonia de la Adoración a la Cruz: «Pueblo mío, ¿qué mal te he causado o en qué cosa te he ofendido?» (Miq 6,1-4.6-8). El texto nos lleva al corazón de nuestro Dios, que no es un ser abstracto e insensible. Es vulnerable, y hoy se queja como un esposo decepcionado. El primer sufrimiento de Dios es la ingratitud de su pueblo. recibidos. Dios nos dice que lo que espera de nosotros no son los sacrificios rituales, sino que, en la vida de cada día, mantengamos esas tres actitudes espirituales: «ser justos, ser buenos y ser humildes» ante Él y ante nuestros hermanos. Miqueas, como hemos venido comentando, no es un profeta que se queda en silencio ante las injusticias que se cometen en su pueblo. El texto de hoy constituye una llamada a la conversión, a hacer lo que es recto a los ojos de Yahvé. 

En su reflexión, el profeta quiere mostrar al pueblo y a cada uno de nosotros, para que comprendamos, la incoherencia de un comportamiento malsano respecto a Dios. Con este fin, Miqueas se presenta en primer lugar (Miq 6,1-4) como el portavoz de Dios ante todo el país. Yahvé tiene una querella, una causa pública con su pueblo. Este, con su comportamiento injusto, muestra no reconocer la rectitud de la actuación de Yahvé en su historia pasada, cuando lo hizo subir de Egipto, lo rescató de la esclavitud, sin abandonarlo nunca, sino poniéndole como guías a enviados suyos, y protegiéndolo hasta la posesión de la tierra prometida. De ahí la dolorida pregunta a la que ya me referí: «¿qué mal te he causado o en qué cosa te he ofendido?» (Miq 6,3). El pueblo no puede responder y por eso es Miqueas quien hace la reflexión que el pueblo mismo tendría que hacerse (Miq 6,6-8) dejándonos ver las injusticias sociales y religiosas en contraste con la rectitud y fidelidad de Yahvé. ¿Pueden creer todavía que Dios aceptará sus holocaustos? La prevaricación interior, el pecado del alma, echa a perder toda otra obra externa y legal del culto a Yahvé. Por eso, por encima del conocimiento de las prescripciones legales y cultuales, el pueblo ha recibido una enseñanza que le ha hecho conocer los caminos por los que puede «defender el derecho, practicar la lealtad y caminar en la presencia del Señor» (Miq 6,). Estas son las «cosas justas y buenas hechas con humildad» que realmente pide Yahvé. 

Esta es la forma en que actúa Jesús ordinariamente y la manera en que también a nosotros nos invita a comportarnos. Jesús no ha querido ofrecer una señal de su poder por fuera o por encima de aquello que está realizando con su gesto de Evangelio, como nos lo recuerda hoy (Mt 12,38-42). Su propia vida, el gesto «humilde» de encarnación al servicio de los demás, es signo de la «bondad» de Dios que es «justo» para con todos los hombres. Por tanto, en esta línea debemos entender el contenido de la negativa de Jesús a dar el signo extraordinario que los escribas y fariseos le piden y ofrecer como única señal la del profeta Jonás. Lo que estos hombres incrédulos piden a Jesús es exactamente lo que el diablo le pide en el relato de las tentaciones (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13): ser un mesías espectacular, deslumbrante, hacedor de todo aquello que sea del agrado de los millones de «fans» que esperamos demostraciones palpables de su poder. La respuesta que da es desconcertante: «A esta generación» —la nuestra y la de todos— no se le dará más señal que la del profeta Jonás. El «signo» que ofrece es un Mesías escondido durante tres días en el seno de la tierra—la ballena—. La señal es, una vez más, el misterio de la Pascua: dejarse «derrotar» por la muerte para hacerla estallar desde dentro. Es decir, morir para dar vida. Jesús es más que Jonás —profeta— y es más que Salomón —rey—. No tenemos que esperar a nadie más. Que María Santísima, que vivió ese «morir para dar vida» cada día, nos ayude a entender esta señal, porque el Jesús obrador de milagros no es precisamente el que necesita la Iglesia de nuestro tiempo. Necesitamos, en medio de esta sociedad «malvada e infiel» más bien la señal de su propia persona que transforma nuestra conciencia individual y colectiva y nos invita a mantener el «sí» en las condiciones rutinarias de cada día. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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