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Ciertamente que estas tradiciones y escritos apócrifos, no constituyen naturalmente un cimiento inconmovible sobre el que se pueda edificar históricamente la vida de los abuelos maternos de Nuestro Señor, porque resulta difícil entresacar la verdad del error o la fascinación, aunque bien pudiera ser que gracias a ellos haya llegado hasta nosotros algún dato auténtico silenciado por los cuatro evangelistas. Pero bueno, hay que ver que los protagonistas de la memoria litúrgica de hoy son los padres de la Virgen y abuelos de Jesús por lo tanto, pero, el objeto de la alabanza de este día es la providencia divina que, en María Santísima, prepara los caminos para la llegada del Salvador. De hecho, la antífona de entrada que se puede decir al inicio de la Eucaristía de hoy nos introduce en una celebración marcada por el signo de la alegría por esta providencia de Dios a través de ellos: «Alabemos a San Joaquín y a Santa Ana porque en su descendencia el Señor ha bendecido a todos los pueblos». Así, la conmemoración de los santos Joaquín y Ana es una buena ocasión para recordar las raíces humanas de Jesús. En él, Dios se ha emparentado con la estirpe humana. El relato evangélico que se proclama en este día evoca las palabras con las que Jesús declara dichosos a sus contemporáneos por haber tenido la suerte de ver y oír lo que habían anhelado los profetas y los justos de otros tiempos (Mt 13,0-17), mientras que el profeta Jeremías, en la primera lectura, nos presenta la situación de oscuridad que reinaba en el pueblo al que debía llegar el Mesías (Jer 2,1-3.7-8.12-13), un pueblo necio que había abandonado los caminos de Dios. Joaquín y Ana representan a los pocos —los pobres de Yahvé— que, en medio de esa perversa y amañada sociedad, esperaban al Redentor.
El recuerdo que hoy tenemos por Santa Ana y San Joaquín no puede ser para nosotros pura memoria, sino expresión fehaciente de su santidad que nadie podrá borrar de la historia por mucho que pasen los siglos. Sólo quien es santo, es decir «perfecto en el amor», puede ser gloria para Dios y gloria para la humanidad. Nunca fenecerá la santidad ni en el tiempo, ni en la eternidad, puesto que la santidad está entroncada y enraizada en el amor de Dios que es permanente y eterno. Nosotros también hoy queremos imitar a Santa Ana y a San Joaquín siendo santos como ellos, nosotros también, como ellos, casi no figuramos, pero nuestros nombres, como los de ellos, están escritos en el corazón misericordioso de Dios (cf. Lc 10,20). Hoy podemos orar y agradecer a Joaquín y Ana agradeciendo el cuidado de María niña: «Insigne y glorioso patriarca San Joaquín y bondadosísima Santa Ana, que fueron escogidos entre todos los santos de Dios para dar cumplimiento divino y enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María Santísima. Por tan singular privilegio, han llegado a tener la mayor influencia sobre ambos, Madre e Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos, les encomiendo todas mis necesidades espirituales y materiales y las de mi familia. Como ustedes fueron ejemplo perfecto de vida interior, obténgame que nunca ponga mi corazón en los bienes pasajeros de esta vida. Denme vivo y constante amor a Jesús y a María. Obténganme también una devoción sincera y obediencia a la Santa Iglesia y al Papa que la gobierna para que yo viva y muera con fe, esperanza y perfecta caridad. Amén». Y no olvidemos a los mayores o ancianos de los que son también patronos Santa Ana y San Joaquín. ¡Los necesitamos, queridos hermanos mayores, por su experiencia y entrega! ¡Los necesitamos porque no sólo han dado lo mejor de ustedes mismos sino que, con sus largos años, son punto de referencia, como maestros, de todos los que estamos a su alrededor! ¡Son expertos de la vida y por ello les agradecemos todo lo que nos han dado y todo lo que se han entregado por nosotros!
Padre Alfredo.
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