A veces la Palabra de Dios, al igual que la vida, resulta sencilla, clara, transparente. Pero, otras veces, tiene frases que resultan incómodas o difíciles de asmiliar. Una de ellas es la que nos deja el Evangelio de hoy : «Deja que los muertos entierren a sus muertos». Al igual que la vida, la Palabra de Dios necesita ser interpretada y digerida. Hoy yo necesito interpretar la vida y el Evangelio; he amanecido bastante cansado, con el corazón un tanto adolorido y me topo con Amós en la primera lectura. Como dije ayer cuando no logré votar: «Me duele el alma, me duele el corazón, me duele mi México». Me quedo contemplando la crudeza de la primera lectura de hoy (Amós 2,6-10.13-16) retratando situaciones y vivencias que parecen tomadas de una página de Internet o un periódico del día de hoy. Por otra, me alienta el salmista (Sal 49) que pone en boca de Dios mi anhelo de cada día: «El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.»
Y no digo todo esto por quien haya ganado o perdido, ya que desde ayer en la Misa de la mañana, antes de salir al Via Crucis que me esperaba —y que por cierto no me imaginaba porque casi siempre en mi condición de misionero itinerante he votado aquí y allá— para buscar dónde votar, celebré la Misa y pedí a toda la comunidad que la ofreciéramos por nuestros nuevos gobernantes. Me duele más bien el sistema utilizado, la inconsciencia y negligencia de ciertos personajes de los que esperamos más, me duele por ver a tantos «millennials» ejemplares, estudiantes venidos de otras partes del país, formados en las dos filas interminables que compartí en el Hospital de La Raza y en el centro de Azapotzalco, y de los que tanto aprendí, irse desilusionados de lo que sería su primera votación. Katia, Cassandra, Jorge, Naty, Zoé y nuestra amiga estudiante de la U.A.N.L... ¡ánimo, la vida del país y del mundo la vamos construyendo nosotros! Dios está siempre de nuestro lado si estamos con Él... «Tú, sígueme —les dice Jesús—. Dejen que los muertos entierren a sus muertos, hay mucho por hacer» (cf. Mt 8,18-22).
Ganó quien ganó y no hay más, perdieron quienes perdieron y así es. No se cómo ganaron y como perdieron, pero entiendo que muchos entre los que estoy yo, nos quedamos con ganas de ejercer nuestra capacidad de elegir en nuestro derecho al voto. Así, en un nuevo México, tengo que interpretar la vida también yo con una nueva mirada y tengo que interpretar, a la luz de lo que el Magisterio nos enseña, la frase del Evangelio que ha resonado en todo mi ser: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». El Señor quiere hablar claro a mi corazón sacerdotal y misionero consagrado a Él y decirme: «Alfredo: como discípulo–misionero anuncia el Reino, eso es lo urgente en tu ministerio, ya no te entretengas en lo que ha quedado atrás, aunque parezca muy importante... tú toma tu cruz y sígueme». No se lo que quiera decir al de cada uno de mis lectores, tú sí sabes lo que te quiere decir a ti... Por lo pronto dirijo mis labios a la dulce morenita del Tepeyac, que desde hace años y años vela de manera especial por este México lindo y querido y le digo: ¡María, Madre de Misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora! Sí, se que hoy soy muy breve. Amén.
Padre Alfredo.
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