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Yo se —como todos ustedes lo saben— que Dios no habla en vano. Su Palabra se cumple y salva a quien la escucha con fe. ¡No cerremos nunca los oídos a la Palabra del Señor en la Eucaristía y en la «Lectio Divina» —que en este lugar se hace cada día—. Pensemos este domingo que la palabra de Dios, si no la escuchamos y la ponemos en práctica, se volverá contra nosotros como una acusación. Pensemos, además, que esa palabra de Dios nos llega siempre por boca de los hombres —como estos días por medio de estos «hombres de negro» consagrados a Dios— y saquemos en conclusión que sólo el que está dispuesto a escuchar a todos los hombres, y en especial a los que viven inmersos en Él, tiene también oídos para escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica en el lugar en donde se encuentre. ¡Qué ganas me dan de quedarme aquí, En este «oasis» en donde la Palabra de Dios ha caído sobre nosotros como una lluvia fina, cargada de dinamismo generativo. «Prince of peace» me hace recordar el lejano tiempo de mi formación inicial en Roma, cuando la Madre Teresa Botello -admirable e imitable mujer de feliz memoria- decía: «¡Ya no lleven a Alfredo a los monasterios, porque se nos va a venir quedando allí! Sin embargo -a pesar de ser tan terco y cabezón- a mis casi 57 años logro palpar que el Señor me pide seguir ejerciendo mi ministerio Entre los hombres que nos decimos creyentes y piadosos, pero que nos resistimos a la Palabra de Dios para que caiga y resbale sobre nosotros.
Hay que volver a la «Selva de Cemento», esa selva extraña y fascinante a la vez, en donde en medio de una sociedad de modos y formas que siguen tan campantes como si nada extraordinario pasara cada día, parece no tener espacio ni oídos para escuchar la Palabra. La liturgia de este domingo, luego de vivir este extraordinario encuentro con Jesús en su Eucaristía y en su Palabra gracias a Saulo, me invita a seguir de aprendiz de «oyente» con un corazón sincero para ser un discípulo-misionero que no sea como aquellos nazaretanos, que tuvieron en medio de ellos la presencia espléndida de Jesús durante treinta años y, acostumbrados a Él, se quedaron así, tan campantes, minimizando la Palabra del Señor lo suficiente, como para poderlo encuadrar en sus enquistados esquemas. Que la Virgen Madre, siempre fiel a la Palabra de Dios, interceda por mí y por todos para que no nos pase como a ellos, que no podían creer lo que sus ojos veían y sus oídos oían aquel sábado en la sinagoga y no aceptaron la propuesta que les lanzaba Cristo al corazón, que con su Palabra, intentaba, como lo hizo con los discípulos de Emaús y lo hace con nosotros hoy, arrancarles de lo cotidiano y orientarles hacia la asignatura pendiente de estar atentos a su Palabra, siempre provocadora y a su amor en la Eucaristía, siempre alentador. Después de haber escuchando al Señor y de haberlo adorado en la Eucaristía , volvemos al mundo en el que la incredulidad y el egoísmo avanzan galopantes con fuerza esterilizante. Pero vamos, como cada domingo en espacial luego de Misa, dispuestos a superar la debilidad congénita del pecado y la humillación del rechazo a la Palabra de Dios que, de todas maneras, no dejará de resonar. ¡Bendecido domingo desde este precioso lugar en Oceanside!
Padre Alfredo.
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