Nada en este mundo es infinito, sino solamente el amor de Dios, y así se termina este viaje relámpago a la abadía de «Prince of Peace» en Oceanside. Un viaje con unos días esplendorosos que han renovado el «sí» de quienes hemos estado compartiendo sobre todo el día de ayer el gozo de la vida consagrada, ya sea como consagrados nosotros mismos o palpando la alegría de tantos laicos que han vivido este acontecimiento de la profesión religiosa del hermano Saulo. si, cualquiera de nosotros que hemos estado aquí, al vivir la Eucaristía y oír la Palabra Divina, no hemos sentido que algo nos ha conmovido, si no nos hemos sentido interpelados en absoluto..., entonces, o hemos tergiversado el mensaje que Dios nos ha dejado en la ceremonia de Profesión Religiosa en la Eucaristía de ayer o hemos escuchado otra palabra que no es la de Dios. Pero, si al vibrar con esta celebración y palpar un poco la vida del Monasterio, algo se conmueve dentro de nosotros, algo nos duele de nuestra vida, algo nos escuece dentro de nuestro ser; si descubrimos que todavía tenemos mucho camino por recorrer para hacer lo que nos pide el Señor Jesús... entonces, en medio de la congoja que siempre conlleva el reconocer nuestra propia miseria, podemos volver a casa felices. Sí, felices hoy domingo «Día del Señor» y siempre, porque Dios nos ha revelado que no seremos como ese pueblo rebelde que oye, pero que no escucha; que parece que vive, pero está muerto. Felices porque esto será señal de que seguimos despiertos y sintonizando con los planes de Dios. Felices porque al palpar la propia miseria que duele hasta el alma, sentiremos el abrazo cálido de Jesús que nos dice: «Yo estoy con ustedes», «ánimo, que yo he vencido al mundo»; y ésa, mis queridos hermanos y amigos, es la garantía de que podemos lograr vivir por Cristo, con Él y en Él, es la garantía de que podemos cambiar, es la garantía de que podemos transformarnos a nosotros mismos y podemos transformar nuestro mundo.
Yo se —como todos ustedes lo saben— que Dios no habla en vano. Su Palabra se cumple y salva a quien la escucha con fe. ¡No cerremos nunca los oídos a la Palabra del Señor en la Eucaristía y en la «Lectio Divina» —que en este lugar se hace cada día—. Pensemos este domingo que la palabra de Dios, si no la escuchamos y la ponemos en práctica, se volverá contra nosotros como una acusación. Pensemos, además, que esa palabra de Dios nos llega siempre por boca de los hombres —como estos días por medio de estos «hombres de negro» consagrados a Dios— y saquemos en conclusión que sólo el que está dispuesto a escuchar a todos los hombres, y en especial a los que viven inmersos en Él, tiene también oídos para escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica en el lugar en donde se encuentre. ¡Qué ganas me dan de quedarme aquí, En este «oasis» en donde la Palabra de Dios ha caído sobre nosotros como una lluvia fina, cargada de dinamismo generativo. «Prince of peace» me hace recordar el lejano tiempo de mi formación inicial en Roma, cuando la Madre Teresa Botello -admirable e imitable mujer de feliz memoria- decía: «¡Ya no lleven a Alfredo a los monasterios, porque se nos va a venir quedando allí! Sin embargo -a pesar de ser tan terco y cabezón- a mis casi 57 años logro palpar que el Señor me pide seguir ejerciendo mi ministerio Entre los hombres que nos decimos creyentes y piadosos, pero que nos resistimos a la Palabra de Dios para que caiga y resbale sobre nosotros.
Hay que volver a la «Selva de Cemento», esa selva extraña y fascinante a la vez, en donde en medio de una sociedad de modos y formas que siguen tan campantes como si nada extraordinario pasara cada día, parece no tener espacio ni oídos para escuchar la Palabra. La liturgia de este domingo, luego de vivir este extraordinario encuentro con Jesús en su Eucaristía y en su Palabra gracias a Saulo, me invita a seguir de aprendiz de «oyente» con un corazón sincero para ser un discípulo-misionero que no sea como aquellos nazaretanos, que tuvieron en medio de ellos la presencia espléndida de Jesús durante treinta años y, acostumbrados a Él, se quedaron así, tan campantes, minimizando la Palabra del Señor lo suficiente, como para poderlo encuadrar en sus enquistados esquemas. Que la Virgen Madre, siempre fiel a la Palabra de Dios, interceda por mí y por todos para que no nos pase como a ellos, que no podían creer lo que sus ojos veían y sus oídos oían aquel sábado en la sinagoga y no aceptaron la propuesta que les lanzaba Cristo al corazón, que con su Palabra, intentaba, como lo hizo con los discípulos de Emaús y lo hace con nosotros hoy, arrancarles de lo cotidiano y orientarles hacia la asignatura pendiente de estar atentos a su Palabra, siempre provocadora y a su amor en la Eucaristía, siempre alentador. Después de haber escuchando al Señor y de haberlo adorado en la Eucaristía , volvemos al mundo en el que la incredulidad y el egoísmo avanzan galopantes con fuerza esterilizante. Pero vamos, como cada domingo en espacial luego de Misa, dispuestos a superar la debilidad congénita del pecado y la humillación del rechazo a la Palabra de Dios que, de todas maneras, no dejará de resonar. ¡Bendecido domingo desde este precioso lugar en Oceanside!
Padre Alfredo.
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