sábado, 3 de noviembre de 2018

«Vivir en Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Pablo escribió la «Carta a los Filipenses» muy probablemente mientras estuvo prisionero en Éfeso o en Cesarea ya al final de su vida, acusado de un cargo que podía terminar con su muerte. Es una carta que nace del corazón agradecido del Apóstol. Recuerdo en especial una frase que está en el fragmento que hoy leemos (Flp 1,18-26) y que el padre Julio (no recuerdo su apellido), un sacerdote josefino que allá en mi natal Monterrey confesaba en el Templo de San José, frente al Hospital de Zona, citaba con frecuencia cuando siendo nosotros unos chiquillos nos preguntaba: ¿sabes de dónde era San Pablo? Y el sólo se respondía: «¡de León, Guanajuato como yo!» Uno entonces le preguntaba: «¿cómo?» y entonces decía: «Porque dice que la vida no vale nada: «Para mí, la vida es Cristo; y la muerte una ganancia» (Flp 1,21) y todo lo de esta vida lo consideraba basura (Flp 3,8)». La vida de Pablo, en diversas etapas de su existencia, fue difícil, pero su fe era firme y así lo expresa. Por un lado desea la muerte para estar con Cristo; por otro, quiere seguir acompañando espiritualmente a las comunidades que fundó (Flp 1,23-24). 

También en nuestras vidas hay circunstancias en las que nos sentimos «contrapunteados», como dicen en Michoacán. Por un lado queremos algo y por el otro anhelamos otra cosa contraria. Dios puede aprovechar esto a pesar de todo. San Pablo es un “apasionado» de Cristo. Todo es Cristo para Pablo, por Él quiere morir y por Él quiere vivir... Cuando está a punto de morir de un momento a otro, el Apóstol de las Gentes exulta en el gozo: su gozo y su alegría es vivir en una comunión profunda y continua con Jesús. Diecisiete veces hace mención de esto en los cuatro capítulos de esta carta. Su alegría y su gozo no provienen de una situación de confort ni de razones humanas sino de la felicidad que da el vivir en Cristo. ¿En cuanto a mí... de dónde proceden mis alegrías? ¿Cuál es la fuente de mi felicidad? Acabamos de celebrar ayer la conmemoración de todos los fieles difuntos y hoy vemos como para San Pablo, la muerte no es algo que rompa la comunión que tiene aquí abajo con Jesús: la camaradería divina continúa y se acentúa aún más al ver este acontecimiento cercano. A ese nivel de fe, vivir o morir es indiferente... ¡El santo es total y radicalmente libre! Por eso es bueno pedirle al Señor que nos de, a nosotros también, esas íntimas certidumbres. 

Pero estos pensamientos, estas, como digo «íntimas certidumbres», vienen solamente cuando dejamos crecer la virtud de la humildad en nosotros. Hoy el Evangelio nos habla precisamente de esto (Lc 14,1.7-11). Jesús repite lo que ya dijo otras muchas veces... ¡sean humildes! ¡dispónganse a ser el servidor de los demás! ¡siéntense en el último lugar! ¡los pequeños son los más grandes! si no se hacen como niños, ¡no entrarán en el Reino de los Cielos! Ser humilde, hacerse pequeño, juzgarse indigno, servir a los demás, llevarlos a Cristo, es lo que da sentido a la vida como la valora San Pablo y todos los santos. La beata María Inés Teresa decía: «Si no es para salvar almas, no vale la pena vivir... Que no tengamos, a la hora de la muerte, la tristeza de comprobar, que pude haber hecho mucho y, no lo hice por cobarde, porque me faltó espíritu de oración, porque no trate de ser humilde y obediente, porque no estuve dispuesto a aceptar la santa voluntad de Dios» (Consejos). El que ve la vida así es humilde, es sencillo, es compasivo y misericordioso, está abierto a los planes de Dios. Quien ve la vida de esta manera es feliz, sumamente feliz. Un ejemplo muy cercano de esto lo tenemos en la Virgen María, la Madre del Señor Jesús a quien hoy, como cada sábado, recordamos de una manera muy especial. Humilde y discreta, sencilla, contenta, ella pudo decir en el Magníficat —resumiendo también el estilo de Dios en la historia— «enaltece a los humildes y a los ricos los despide vacíos». Y, hablando de sí misma, «ha mirado la pequeñez de su sierva» (Ver el Magníficat en Lc 1,46-55). ¡Bendecido sábado, sin olvidar rezar el Santo Rosario de una manera especial! 

Padre Alfredo.

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