miércoles, 14 de noviembre de 2018

«Cuatro palabras y una más»... Un pequeño pensamiento para hoy


Es increíble cómo San Pablo va marcando en una carta, las pautas para nuestra vida. En cuatro palabras de la carta a Tito el día de hoy (Tit 3,1-7), el Apóstol de las Gentes nos dice cómo debe ser nuestro comportamiento, tanto público como privado. La «concordia», la «unidad», el «respeto» y la «obediencia», son para él las claves de un mundo mejor. Pero no basta ver esas palabras solamente desde el plano humano, hay que hacer de cada una de estas cuatro palabras un reto, porque no es suficiente con nuestras intenciones, necesitamos, dice San Pablo, «el baño de nuestro segundo nacimiento», el Bautismo, para lograr colaborar para que la sociedad en que vivimos sea más justa y tengamos un mundo mejor. Esa es la clave: cuando aparece en nuestro camino la bondad de Dios a través de Cristo, nuestra vida se transforma y pasamos a ser, de meros espectadores en el mundo, a herederos de la vida eterna, al tiempo que somos agentes necesarios para conseguir que el Reino de Dios se extienda sobre la tierra. Los discípulos–misioneros del Señor, no podemos, ni debemos, guardarnos para nosotros el mensaje de Jesús que es la alegría del Evangelio; tenemos que contribuir con nuestras obras a que todos lo conozcan. 

¡Somos la sal de la tierra! (Mt 5,13) y contamos con la fuerza del Espíritu Santo para llevar a cabo nuestra misión. No estamos solos en medio del mundo, somos una familia y Dios está con nosotros. Pero, ¿cómo tenemos que actuar los discípulos–misioneros de Cristo en medio de la sociedad? Para que sea creíble nuestro testimonio, tenemos que empezar por ser intachables. Sigue siendo útil que se nos recuerde todo lo que tenemos que evitar, como es el pasarnos la vida fastidiando a los demás en medio de riñas e insultos insoportables para nuestra familia o comunidad. Todo eso es vivir según criterios de egoísmo personal, sin ninguna clase de solidaridad con los demás ni sensibilidad social, «esclavos de pasiones y placeres de todo género». San Pablo nos propone metas muy concretas de convivencia humana: que nos dediquemos honradamente al trabajo, que obedezcamos las leyes sociales y a las autoridades, que seamos amables con todos, serviciales con la familia de al lado, con las personas que conviven con nosotros. Así imitaremos a Jesús, el que se entregó por todos, y de esta manera será válido nuestro testimonio, porque ese lenguaje de la servicialidad lo entienden todos, o casi todos. 

A través del servicio y de la entrega generosa de los discípulos–misioneros, mucha gente entiende que Dios «es Padre», que es amor, que es la meta de nuestra existencia, y que cuida de nosotros en el camino hacia Él. ¡Qué alegría ver a una persona agradecida por haber recibido la salvación para ver la vida con ojos nuevos! Pero me parece que la gratitud es una de las cosas que se han ido perdiendo en nuestros días como valor. ¿Cuántas veces al día dices «gracias»? Vivimos en un mundo tan mecánico que se nos olvida que detrás de la mayoría de los dones o beneficios que recibimos para vivir en sociedad, está alguna persona a la que seguramente le haría mucho bien recibir un «gracias», un «Dios te lo pague» por algo que ha hecho por nosotros. No importa que lo que el otro hizo por ti lo haya hecho por obligación. Agradecer ensancha el corazón y nos introduce a la esfera de Dios quien, siendo Dios, se dio por nosotros. No dejemos que nuestras prisas, el mecanicismo, la distracción o la soberbia nos ganen. Aprendamos a decir: «¡Gracias, Dios te lo pague»! De la misma manera que ese «gracias» a Jesús, en el Evangelio de hoy (Lc 17,11-19) le cambio la vida al samaritano, así será, sin lugar a duda en nosotros si sabemos agradecer con amor, pues todo en esta vida es un «don» que hay que agradecer. Sólo el amor que sabe agradecer transforma, sólo el amor devuelve la serenidad y la confianza, sólo el amor es el que hace cambiar los rostros para vivir en «concordia», unidad», respeto y obediencia». Ojalá que de hoy en adelante seamos más agradecidos con Dios nuestro Señor y con todas aquellas personas que hacen algo por nosotros. Pero conscientes de que la gratitud, si es genuina, nos debe llevar también a compartir con los demás las cosas que Dios nos regala con tanta generosidad. ¡Bendecido miércoles cobijados por el manto de María, la virgen y madre fiel, siempre agradecida! 

Padre Alfredo.

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