jueves, 8 de noviembre de 2018

«La lógica de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Pablo recuerda hoy su pasado (Flp 3,3-8), sobre todo se fija, en primer lugar, en algunas «ventajas humanas» de las que podía echar mano para defenderse del ataque de los que lo tienen encarcelado y quieren su condena y muerte, que son judaizantes de antigua observancia como lo era él. Pero al mismo tiempo recuerda el regalo inmenso de su conversión. San Pablo ha pasado de una religión vivida en el plano humano, una religión en la que se dejó alcanzar por Cristo, y por eso dice que todo lo que era valioso para él, lo considera ahora sin valor a causa de Cristo (Flp 3,7). Todos, como San Pablo, tenemos nuestra historia; todos hemos de recorrer nuestro pasado para verlo con paciencia y tenacidad. Tarde que temprano nuestra historia, nuestro camino, se topó con Cristo, que se hizo encontradizo en el camino invitándonos a seguir el camino por donde él va. Es entonces cuando llega el momento de la elección; «the turning point» dicen en inglés, «el punto de reflexión» para empezar una nueva vida en donde todo lo demás, fuera de ese seguimiento del Señor, vale poco o nada. Todas esas «ventajas humanas» le parecieron a San Pablo «irrisorias». En el texto griego el término es muy fuerte: «en ellas no veo ya más que «basura», «cosas de desecho», «inmundicias». Pero el término latino en la traducción de san Jerónimo, va más allá, él traduce «stercora», ¡que significa «estercolero»! 

Para San Pablo, como debe ser para todo discípulo–misionero de Cristo, no puede haber más que un único bien: «conocer a Cristo, amarle y hacerle amar»... no ante todo en palabras o en fórmulas, sino en un «encuentro personal». Todo lo restante es nada y vacío. «La única realidad es Jesús —decía la beata madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento— Él es el camino que nos lleva al Padre» (Carta colectiva de octubre 23 de 1962). Los valores de este mundo son inútiles en orden a la salvación esencial: e incluso llegan a ser obstáculos, de los que hay que desprenderse para «ganar a Cristo». En el mundo actual, tan aquejado por el consumismo, el materialismo y la llamada «ideología de género» que no acabamos de entender, no se aprecia la decisión de quienes dejan todo por Cristo, sin embargo hay que ver el gran valor que esto encierra. Se trata de una «elección positiva» que justifica los rechazos a lo atractivo y atrapante del mundo: «¡Escogí perderlo todo... para conocer a Jesucristo!»... llegar a ser suyo, no hacerse sino uno con él, preferir revivir sus misterios, compartir su suerte... esa es la pasión amorosa del Señor que ardió siempre en el corazón de san Pablo. 

Pero esta pasión, este considerar todo como «basura», requiere asimilar la lógica de Dios, que no va por el mismo camino que la nuestra, según podemos ver en el Evangelio de hoy (Lc 15,1-10). ¿A quién se le ocurre dejar 99 ovejas porque una se le ha perdido? (Lc 15,4) y, ¿quién se va a preocupar por una monedita que se la ha perdido? (Lc 15,8). La lógica de Dios va más allá de lo que nosotros podemos deducir. Las ovejas, en espacios sin mucha claridad no se defienden bien porque no alcanzan a ver más de tres o cuatro metros en esos estados de dificultad de áreas oscuras en las que no pueden valorar los cambios del terreno y es fácil que se caigan a algún acantilado en las montañas. Cristo es el «Buen Pastor» que, dejando las 99 en lugar seguro, sabe que por esa especie de miopía, la oveja ha caído y va por ella. ¿Qué decir de la moneda? Las mujeres judías recibían como parte de la dote, unas monedas con las que arreglaban su velo de bodas y que guardaban como recuerdo —como la entrega de las arras de hoy en algunas culturas—, de tal manera que aquella monedita significaba mucho y encontrarla, como encontrar la oveja perdida es «una ganancia» aunque aparentemente valga poco. ¿Cuánto vale hoy dejar todo por Cristo en un mundo que solamente valora lo tangible? Las parábolas nos las narra Jesús para que aprendamos a imitar la actitud de ese Dios que busca el verdadero sentido de la vida, y ese, se encuentra sólo si ponemos a Dios en el centro y vivimos para él como «única realidad». Entenderlo, lo sé, no es fácil, hay que hacer como María, que guardaba las cosas en el corazón y las meditaba (Lc 2,19). ¡Bendecido jueves, excelente día para un encuentro con el Buen Pastor en la Hora Santa! 

Padre Alfredo.

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