domingo, 25 de noviembre de 2018

«VAYAN TAMBIÉN USTEDES A MI VIÑA»... Un llamado a los Vanclaristas a la evangelización


«Vayan ustedes también a mi viña» (Mt 20,7) dice nuestro Dios, que es un propietario con un terreno inmenso. Desde las horas tempranas de la historia de nuestra salvación, salió al encuentro de hombres y mujeres para que se sumen a la tarea de extender su reino. Él mismo, en su Hijo Jesucristo, ha tomado la responsabilidad y es el primer interesado en conseguir un número inmenso de colaboradores en su terreno. Hay mucho trabajo que hacer, y los que hemos sido escogidos no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Será pesado el día y habrá horas de bochorno, es cierto; pero vale la pena poder ayudar en algo en este proyecto divino. Ahora que han pasado los diversos encuentros regionales de Van-Clar en México, y en este día en que celebramos la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo, que, a nosotros como misioneros, nos incumbe del todo, me viene compartir con ustedes esta reflexión que espero les ayude. Con ella va mi admiración y gratitud a cada uno de nuestros hermanos Vanclaristas diseminados en diversas naciones del mundo que necesita el contagio de ese «sí» que han dado al amo de la viña.


1. Los laicos. 

Dios nos llama a trabajar en su viña, que es el mundo, sin ponernos condiciones. Lo único que pide es el deseo de trabajar en su viña para extender el reino. El Reino que estamos llamados a construir con Dios pide dar todo lo que somos y tenemos en bien de una misión más grande que cada uno de nosotros. Estos son los horizontes que abren al Reino de los cielos.

Una hermosa vocación para colaborar en la instauración en este reino es el laicado. Los fieles cristianos laicos siguen a Cristo y dan testimonio de su presencia sin abandonar su lugar en el corazón del mundo. Los laicos son quienes tienen la tarea de hacer presente a la Iglesia en los variados sectores del mundo, siendo testigos, siendo signos y fuentes de fe, esperanza y amor. Su misión es ser de la Iglesia en el mundo, por eso los fieles laicos tienen que ser comprometidos, competentes y conscientes, dando testimonio de Cristo en la simplicidad y la sencillez de la vida ordinaria de cada día.

La bondad del propietario de la viña se ha desbordado invitando a todos a trabajar. No pide currículum, no hace entrevistas previas para examinar la cantidad de conocimientos o experiencia. Deja las plazas abiertas para que nadie se quede desempleado. Llama a todos a este campo, que es el mundo, sin poner condiciones. Lo único que pide es el deseo de trabajar en su viña con perseverancia y fidelidad. ¡No se necesita ser un experto para trabajar en la viña de la Iglesia! ¡No hace falta ser especialista para extender el Reino de Dios en nuestra sociedad!

Hay unas palabras que la beata María Inés teresa del Santísimo Sacramento que escribió cuando era seglar, todavía mucho antes de escuchar la llamada del Señor a la vida consagrada. Es una carta que dirige unas palabras a sus compañeras de la Acción Católica de la que formaba parte y en la que les dice: «ÉL nos escogió, ¿y para qué? ¿Para qué nos retirásemos en un convento? ¿Para qué nos consagrásemos a Él exclusivamente? No, nos escogió, sencillamente... ¡para trabajar en su viña! (A mis queridas compañeras).


2. La iluminación de la Palabra.

Aquel día del que habla el evangelista parece que todo iba de maravilla y se vislumbraba un final feliz de la jornada. Un amo empeñado, a todas horas del día, en que nadie desperdiciara su vida quedándose sin trabajar. En su viña había quehacer para todos los que quisieran trabajar y había, al mismo tiempo, paga para todos. A todas horas del día se escuchaba en la plaza aquella voz que increpaba: «¡Vengan también ustedes...!» Todos, hasta los que llegaron al último: «¡También ustedes!
Y, al final, a la hora de pagar aquel trabajo realizado... ¡un denario!... comenzando a pagar por los que llegaron casi al final de la jornada. Los demás, que empezaron a ver aquello pensaron: «¡Qué dicha! Si a estos les da un denario, ¿cuánto nos irá a tocar a nosotros que llegamos desde el amanecer?»

Pero, de repente, la fiesta se nubla: ¡Un denario a cada uno... a todos por igual! ¡Qué cosa! Tormenta, indignación, murmuración, escándalo, injusticia... ¡todos a unirse en la protesta!... y nosotros tal vez con ellos. ¡Qué escándalo! Han dejado de funcionar las leyes tan humanas que dicen aquello de ¡a cada uno lo que merece!... o ¡cada quién lo que se gane!,... ¡hay que mantener las diferencias!

Sorpendidos por esta situación, todos reciben un denario y la parábola nos obliga a dar un salto. ¿Injusticia?, ¡para nada!... ¡quedamos desde esta mañana que la paga sería eso: un denario. A eso nos ajustamos y aquí está... «toma lo tuyo y vete». Has desarrollado tu trabajo, has entregado tu tiempo, vete feliz que eso acordamos.


3. Los Vanclaristas. 

No podemos olvidar que los Vanclaristas son laicos comprometidos que están llamados a la vida del testimonio en el mundo. La beata María Inés, al fundar Van-Clar, no pensó en un grupo de reuniones sociales de gente ociosa o en un cerrado conjunto de intelectuales que dejaran su vida encerrada en el saber y saber del mundo. Un Vanclarista nunca podrá estar ocioso porque nadie le ha contratado, pues la beata, Nuestra Madre fundadora, pensó en el Vanclarista como «brazo derecho« en nuestra Familia Inesiana.

La beata María Inés tenía muy clara la vocación del Vanclarista, como ella misma lo expresa: «Trabajar en la viña del Señor, es trabajar por la extensión de su Reino, por la dilatación de su nombre, procurando por todos los medios que nos sea posible que Él sea conocido y amado» (Experiencias Espirituales).

El Vanclarista irá construyendo el Reino, el cuerpo místico de Cristo en el ambiente en donde vive, muy unido a la cabeza de esta Iglesia que es el mismo Jesucristo, el Rey del universo y lo ha de hacer trabajando de forma activa, consciente y responsable, unido a la pastoral de su Iglesia local, porque es Cristo quien lo ha llamado a ser apostólico y contemplativo obrero de su viña.

La bondad del amo de la viña se ha desbordado, él es universal e igual para todos, aunque el trabajo y los horarios sean diversos. Aquí no hay méritos, ni medidas... sólo resplandece la bondad y el amor por parte del amo y la satisfacción de haber trabajado por la viña que a todos nos da para vivir sin avaricias ni diferencias.


4. El compromiso. 

Los miembros de Van-Clar, saben que el pertenecer a este grupo misionero de la Iglesia Católica, son llamados a vivir su compromiso bautismal en plenitud en las diversas áreas de sus vidas, sin hacer a un lado la vida social y apostólica, conscientes de ser un miembro vivo de la Iglesia. La beata María Inés dice al Vanclarista: «Toma como propio el deber de la evangelización y comparte con la esposa de Cristo (la Iglesia) la responsabilidad de hacer accesible el Reino de Dios a todas las condiciones sociales y culturales; dispuesto a prestar tu servicio en los diferentes campos misionales» (Guía del Vanclarista núm. 15).

La vida, los trabajos, el tiempo que gasta cada Vanclarista, se traducen en gracia de amor por todos en la viña. No se busca hacer un compromiso como Vanclarista para hacerse de privilegios ni para ganar méritos por ser o saber más y presumir de ello. El Vanclarista vive y trabaja en la viña para vivir en familia y construir la comunidad en torno al Rey del universo, al Rey de nuestra historia y nuestras vidas. 


5. El aquí y ahora.

La bondad del propietario e la viña, se ha «derrochado» sobre los Vanclaristas como misioneros laicos. Unos han llegado a formar parte del grupo desde el amanecer de sus vidas, otros al mediodía y algunos más al caer la tarde. Su denario, es decir, la paga de la entrega, ya está lista; no hay méritos ni medidas, ni competencias ni facturas, ni títulos ni distinciones. 

El trabajo en la viña, los sudores, la alegría, el cansancio, las alegrías, los sinsabores, las esperanzas, son gracia de amor de unos para con otros, como Dios lo es para todos. Se vive y se trabaja así, para crear «familia», comunidad de servicio y amor, no para crear privilegios ni para ganar méritos, sino para darse en servicio de amor, sin importar si están lejos unos de otros, solos en alguna ciudad o país. Hay que dejar ese pequeño y mezquino corazón y disfrutar esta vida de compromiso cristiano entregándose a los demás... ese es el «sobresueldo de los primeros: tener sanos los ojos y el corazón para amar a quienes han llegado después y son ya parte del equipo de viñadores.


6. La proyección.

Piensen los Vanclaristas en el bien inmenso que hacen colaborando, por poner un ejemplo, en el trabajo de catequesis de niños, jóvenes y adultos; en el apostolado con los enfermos y ancianos; en el servicio como ministros extraordinarios de la comunión eucarística y en las visitas domiciliarias; en el servicio litúrgico, como lectores y monitores y sobre todo, en el testimonio de su vida diaria viviendo a la sorpresa de Dios en un ambiente de oración constante y ofrenda de la vida, porque «Martha —dice Madre Inés— no puede estar sin María». Y cada Vanclarista es llamado a ser el alma de todo apostolado.

Vale la pena que cada uno proyecte su vida desde su tarea en la viña. Allí, en medio de esas ocupaciones está la Virgen, ella es la mejor trabajadora de la viña y la que mirando al amo dirá a cada Vanclarista: «¡Haz lo que Él te diga!» (Jn 2,5).

¡Sigan hacia adelante hermanos Vanclaristas! Cada uno de ustedes tiene un sitio, un trabajo en la Familia Inesiana, en la Iglesia, en el mundo. Por favor, no se olviden nunca de la primera vocación, la primera llamada. ¡Hagan memoria de su bautismo y del día que llegaron a Van-Clar! Con ese amor con el que fueron llamados, hoy el Señor los sigue llamando y como dice el Papa Francisco: «Que no disminuya esa belleza del estupor de la primera llamada. Después, continúen trabajando. ¡Es bonito! Continúen. Siempre hay algo que hacer. Lo principal es rezar». (Homilía del 2 de febrero de 2016).

Padre Alfredo.

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