martes, 13 de noviembre de 2018

«Hermana Magdalena Ávalos»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XXII

Leyendo un libro de Friedhelm Moser —Pequeña filosofía para no filósofos— me topé con que el autor afirma que «cada vez que un ser humano se vuelve hacia la pared y exhala su último suspiro, un mundo se sumerge en la nada, un infinito desaparece para siempre» ¡Cuán en desacuerdo estoy con esa expresión y muchas de las que se escuchan o se leen hoy en día en un mundo que se ha alejado cada vez más de Dios y se ha acercado más y más al egoísmo existencial. La mañana del 11 de septiembre amanecí con la noticia de que la hermana Magdalena Ávalos había fallecido. Su hermano Miguel me envió un inbox en Facebook para compartirme la noticia. A Magdalena la conocí desde hace muchos años. Era yo un joven sacerdote allá por los inicios de años años noventas. Al igual que yo, Magdalena había descubierto su vocación cuando formaba parte del grupo de Van-Clar y ese cariño al grupo mucho nos unió.

Magdalena Ávalos nació el 25 de mayo de 1965 en el Cantón de El Tule, en la Alcaldía Municipal del Cinquera en la Reubica de El Salvador, en el seno de una familia profundamente cristiana. En la década de los ochentas, la familia, como muchas otras familias salvadoreñas, emigró a los Estados Unidos debido a las condiciones que se vivían en este hermoso país de Centroamérica y que Magdalena nunca olvidó. Varias veces y en diversos años la escuché contando aquellos momentos negros causados por la guerra. ella hablaba de muertes, asesinatos, revueltas, todo aquello que, como en muchos, había quedado grabado en su corazón al tener que dejarlo todo y volar a otro país con su familia.

Al llegar a Estados Unidos, luego de haberlo dejado todo en El Salvador, se establecieron en California, en la ciudad de Garden Grove. Magdalena, una jovencita comprometida con la Iglesia, se integró de inmediato a las actividades de los grupos latinos en la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, en una comunidad muy querida para mí, por el corto tiempo que pasé allí como joven sacerdote aprendiendo mucho de monseñor Pedro Yrigan en la Ciudad de Santa Ana, California. Allí, en la parroquia, que ahora está totalmente remodelada y es del rito Siro-Malabar con el nombre de St. Thomas, en aquellos años las hermanas Misioneras Clarisas y el grupo de Van-Clar, realizaban misiones populares que atrajeron la atención de la joven salvadoreña que gustaba mucho de cantar y que había ganado tanta popularidad que fue coronada, al poco tiempo, reina de las fiestas patronales, actividad que, como en otros templos, se realizaba para recaudar fondos para la misma. Al conocer Van-Clar, Magdalena no dudó en solicitar su ingreso al grupo misionero participando con entusiasmo en las juntas semanales. Su amor a Jesús Eucaristía la atraía tanto, de tal modo que los viernes por la noche se las ingeniaba para llegar al convento de las Misioneras Clarisas, donde eran las juntas, un poco antes para hacer su adoración, inclusive las hermanas recuerdan que en alguna que otra ocasión llegó vestida de fiesta, porque de allí se iba a las actividades propias de una joven de su edad. Actualmente son muchos los Vanclaristas que llegan, como Magdalena lo hacía, a tener un rato de adoración antes de sus reuniones.

Siendo Vanclarista descubrió su vocación a la vida misionera y solicitó ingresar al instituto de las Misioneras Clarisas iniciando su postulantado el 12 de junio de 1989. El 25 de marzo de 1990, Solemnidad de la Encarnación del Divino Verbo, empezó su noviciado y el 11 de octubre de 1992, en esa misma parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, Magdalena realizó su anhelo de consagrarse al Señor en pobreza, castidad y obediencia, celebrando la emotiva Eucaristía Monseñor Pedro Yrigan quien, además de párroco, fue capellán de nuestras hermanas Misioneras Clarisas durante muchos años.

En 1998, el 17 de octubre, en la parroquia de Santa Bárbara, a la que habitualmente asisten las hermanas desde que la parroquia de Lourdes, por disposición del obispos del lugar, se destinó al rito Siro-Malabar, emitió sus votos perpetuos celebrando la Eucaristía el Padre Richard Kennedy, un sacerdote muy cercano a la comunidad que incluso pudo asistir a la hermana Magdalena hasta sus últimos momentos de lucha con el cáncer, enfermedad de cual murió. 

La hermana Magdalena, dedicando gran parte de su vida consagrada a la educación, ejerció su labor misionera especialmente como maestra de pre-escolar en las dos guarderías que nuestras hermanas tienen en el estado de California —Santa Ana y Gardena. Era, además de excelente maestra, una cocinera excelente fue una magnbífica cocinera y cuando le tocaba cocinar se lucía haciendo platillos diversos, de manera especial la comida típica más difundida en El Salvador, las famosas «pupusas», una tortilla gruesa (gordita) de harina de maíz o arroz hecha a mano rellena con queso (normalmente un queso chicloso muy común en ciertos países llamado quesillo), chicharrón, calabaza (ayote), frijoles refritos o queso con quelites (loroco). 

En junio de 2004 después de sufrir fuertes y constantes dolores de cabeza, se descubrió que lo que ocasionaba eso era un tumor en el cerebro. Magdalena fue sometida a una operación quirúrgica el 5 de junio de ese año y ahí comenzó un largo camino de terapias, estudios diversos, hospitalizaciones, tratamientos alternativos, etc. El cáncer nunca se apartó de la hermana Magdalena, pero por algunos periodos de tiempo el tumor se mantenía como congelado o paralizado y no crecía, dejándola estable en su salud, lo cual le permitía vivir una vida de comunidad regular, inclusive, bastante tiempo, como orientadora del grupo de VanClar jóvenes en Sylmar, comunidad a la que fue destinada para ayudarle a sobrellevar su enfermedad en ese ambiente de paz y tranquilidad que muchos disfrutamos en esa casa de oración de la región inesiana en los Estados Unidos.

Magdalena se distinguió por un amor muy vivo a la Santísima Virgen y un amor muy acendrado por las vocaciones sacerdotales. Ella ofreció su vida por los sacerdotes y, estoy seguro, que muchos nos beneficiamos de aquella oblación. De manera especial, ya enferma, muy consciente de sus sufrimientos, todo lo ofrecía por la salvación de las almas, por los sacerdotes y de manera especial por su familia de sangre a quienes siempre pudo tener a su lado, consolándoles y recordando con ellos la compasión que el Señor tuvo de ellos al haberlos librado de morir todos en manos de la guerrilla en su país de origen. Fueron varias las veces que me tocó platicar y compartir algunos momentos con Van-Clar con ella, e incluso presidí una Misa, en el año 2016, cuando ya estaba bastante enferma, para dar gracias por su vida consagrada, por su testimonio y el de otras hermanas de esa querida región de los Estados Unidos.

Poco a poco, y durante muchos años, el cáncer le fue minando la salud física pero nunca el buen humor, la plática amena, las ganas de cantar y la sonrisa que, en su carita, tocada por la enfermedad, le daba un toque especial que dejaba ver su amor por la salvación de las almas mientras estuvo consciente. En el año de 2016 se le paralizó la parte derecha del cuerpo y fue trasladada a la comunidad de Santa Ana, donde fue atendida con una caridad exquisita que su familia de sangre mucho agradeció y gracias a ello, pudieron estar cerca de ella y compartir con las hermanas misioneras, cada paso de lo que Dios, que es un Dios celoso, pedía a la hermana enferma, proveyéndola de algunas vitaminas, suplementos alimenticios y medicinas alternativas para ayudarla a sobrellevar la enfermedad y sobre todo para colaborar, en todo momento a animarla a sobreponerse a la enfermedad por medio de sus visitas continuas, rezando con ella y apoyando a la comunidad religiosa en lo que fuera necesario.

El 4 de noviembre de 2017 celebró sus bodas de plata en la parroquia de Cristo Salvador, estando presentes miembros de su familia y miembros de la familia Inesiana.

En medio de esa situación, casi un mes antes de que Magdalena dejara este mundo, el Señor visitó a su familia de sangre para pedir la vida de su madre, quien murió el 19 de agosto de este 2018. Y así, las hermanas Misioneras Clarisas, muy unidas a la familia, les pudieron acompañar. Yo tuve la dicha de conocer a su mamá y al resto de su familia y de hecho mantengo contacto por Facebook con algunos de ellos, siempre agradecidos por la vocación misionera de Magdalena y con una admiración hacia ella y sus hermanas misioneras. 

Dos días después de la muerte de su madre, la hermana Magdalena entró en la fase terminal de su vida, comenzando a experimentar convulsiones que le impedían respirar. Fue internada en el hospital San José de la ciudad de Orange, allí mismo en California en donde los doctores diagnosticaron que ya no había nada que hacer, solo esperar el momento de Dios, pues los tumores del cerebro presionaban las funciones de este, ocasionando que todos los órganos vitales, fueran decayendo poco a poco, hasta que el corazón dejo de latir a las 7 de la tarde con once minutos del día 10 de septiembre.

Descanse en Paz la hermana María Magdalena Ávalos.

Padre Alfredo.

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