sábado, 17 de noviembre de 2018

«Orar sin desfallecer»... Un pequeño pensamiento para hoy


La tercera carta de san Juan es el más personal de los escritos joánicos. El autor, como en su segunda carta, se hace llamar «el anciano». El destinatario de esta esquelita es Gayo, un cristiano que pertenece a una comunidad donde uno de los dirigentes, Diótrefes, está en conflicto con el anciano. El autor sabe que está por encima de Diótrefes, y ya ha intentado imponer su autoridad, pero sin fruto (3 Jn 9). Tiene intención, sin embargo, de «recordarle sus malas obras» cuando les visite (3 Jn 10). Gayo acogió a cristianos forasteros de otra comunidad. Juan le felicita y le pide que prosigan su buena obra dándoles para que puedan seguir su camino, pues son misioneros, tal vez predicadores ambulantes que viajan por el nombre del Señor y que, a ese título merecen ser ayudados en su apostolado de manera digna del Señor. El autor hace un gran elogio de Gayo, precisamente por esta actitud respecto a estos misioneros, pero este tema de los misioneros es precisamente el punto de conflicto entre el anciano y Diótrefes (3 Jn 9-10). 

Dentro de esta situación de aquellos primeros discípulos–misioneros, y con claras repercusiones doctrinales, se encuentra entremetido un punto que adquirirá gran relevancia en el conjunto de los escritos joánicos y al que ya me he referido en estos días: el tema de la verdad; el autor se dirige a Gayo, —«a quien amo en la verdad», dice una partecita que el leccionario omite (3 Jn l)—; «te has portado como verdadero cristiano», le dice (3 Jn 3); «para que seamos colaboradores en la difusión de la verdad» (3 Jn 8). En la parte que no leeremos en la liturgia, pues sólo hoy se toma esta carta para la liturgia, hay frases como estas: «de Demetrio todos dan testimonio y lo da la misma verdad» (3 Jn 12); «nosotros mismos damos testimonio, y tú sabes que nuestro testimonio es verdadero» (3 Jn 12,b). Esta última afirmación nos pone en contacto con lo que él dice en el Evangelio: «y el que lo ha visto da testimonio, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad...» (Jn 19,35)... «éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero» (Jn 21,24). Para Juan y para todo discípulo–misionero como él, la verdad se debe convertir en una realidad operante: los cristianos pueden ser colaboradores de la verdad (3 Jn 8). No es casual que el Evangelio describa la fe con la expresión peculiar: «hacer la verdad» (Jn 3,21). ¿Nos sugiere hoy algo esta descripción de la fe y del trabajo misionero? 

En Dios debemos seguir contemplando la fuente de toda verdad, Cristo nos dice que Él es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6) y desde esa contemplación se hace necesario renovar nuestro compromiso en esa búsqueda de la Verdad en una oración perseverante más urgente, siguiendo la exhortación que el mismo Cristo nos hace a orar siempre, sin desfallecer jamás. Hoy en el Evangelio (Lc 18,1-8), Jesús nos relata una parábola para inculcar que es preciso que oremos siempre sin desfallecer. Se refiere claramente a la perseverancia, a la persistencia y a la tenacidad que deben estar presentes cuando oramos. Toma como ejemplo una viuda, y ésta, perseguida u oprimida por un adversario. En la Biblia los pobres son representados por las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Son los que no tienen nadie que los defienda ante los tribunales: la viuda no tiene marido —en la sociedad de aquellos tiempos sólo los hombres tenían derechos—, el huérfano no tiene padres y el extranjero no tiene a nadie en el país. Aquí la viuda, como prototipo del pobre, es ejemplo de esta tenacidad y persistencia ante Dios. Debemos por lo tanto aprender de los pobres a rezar con tenacidad. En el Evangelio de san Lucas, conocido como el Evangelio de la misericordia, es el pobre nuestro modelo de cómo debe ser la oración y la relación con Dios. Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, siempre amante de la verdad, en una oración incesante, que nos conceda la gracia de esperar la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo, como discípulos–misioneros a favor de su Evangelio para que su Reino esté en nosotros y se manifieste desde nosotros con signos de justicia, de amor y de paz a muchos más Que, como decía la beata María Inés: «tengamos siempre presente nuestro ser misioneros como algo que nos quema, que nos inquieta, que no nos permite reposo alguno mientras haya en el mundo una sola persona que no conozca la luz» (Carta circular 13, periodo 1973-1985). Ella caminó con esa conciencia de la mano de María. Hoy es sábado y recordamos y honramos a la Virgen de manera especial. Digámosle como ella lo hacía: ¡Vamos, María! ¡Que tengas un sábado muy misionero lleno de bendiciones! 

Padre Alfredo.

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