jueves, 15 de noviembre de 2018

«Hermano y amigo, no esclavo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy la liturgia de la palabra nos pone, como primera lectura, un fragmento de la llamada «Carta a Filemón» (Fil 7-20), una pequeña carta que tiene solamente un capítulo que escribe San Pablo desde la cárcel —en Roma dicen unos, en Éfeso afirman otros— y que constituye el escrito más corto del Nuevo Testamento. Durante si estancia en la prisión, el incansable Apóstol San Pablo convirtió al Evangelio de Jesucristo al esclavo Onésimo —«útil» en español—, que se había escapado de la casa de su amo quizá por alguna malversación o por rehuir el trabajo (Fil 11). San Pablo respetaba el derecho esclavista que imperaba en aquel entonces porque como nosotros, era hijo de su cultura y de su tiempo y recupera al esclavo, devolviéndolo a su legítimo amo, el cristiano Filemón de Colosas, convertido él también, con anterioridad al cristianismo por San Pablo (Fil 19). La Iglesia, carente en aquel entonces de un templo, se reunía en casa de Filemón (Fil 2). Y esta carta, que San Pablo le envía, pretende asegurar una buena acogida del esclavo arrepentido y convertido al Señor. 

Leyendo la carta uno puede ver cómo entre Filemón y Pablo se han creado unos vínculos con base en la participación en una misma fe y, sobre todo, en el ejercicio de una misma caridad para con los pequeños en nombre de Dios (Fil 5-7). Y entre Pablo y Onésimo, en la cárcel, se han creado igualmente otros vínculos, hasta el punto de que este último es como el corazón mismo del apóstol (Fil 10-12,17). El Apóstol de las gentes espera que, de igual modo, puedan nacer nuevos vínculos entre el esclavo y el amo. Es cierto que Onésimo ha causado un perjuicio Filemón por los días que ha estado ausente (Fil 11,18), pero ¿qué representa ese perjuicio frente a la considerable ventaja que representa la fraternidad en Jesucristo y el compartir para la eternidad la ciudadanía del Reino? (Fil 15-16). San Pablo reconoce la relación amo—esclavo de su época, porque como ya decía, todos somos hijos de nuestro tiempo, pero, la relativiza subrayando cuán precaria es frente a las relaciones de fraternidad eterna que establece la fe. La lectura de esta pequeña carta es muy importante para el mundo de hoy. San Pablo ama y nos enseña, con su testimonio, que hay que amar. Escribe esta recomendación para el amigo a otro amigo. No puede abolir la esclavitud en el mundo, pero logra que dos hombres se sientan hermanos y se abracen... ¡Cuánto hay que hacer! 

Así se va estableciendo el Reino de Dios, «no aparatosamente» dice el Evangelio de hoy (Lc 17,20-25) sino en las cosas pequeñas que acontecen en el espacio y tiempo en donde estamos. Ayer tuve retiro para nuestras hermanas Misioneras Clarisas de la Casa Noviciado en Cuernavaca y nuestro tema central fue «Jesucristo Rey del Universo», así que hablamos mucho de este Reino que él ha venido a establecer, este Reino de Dios es como una semilla que va creciendo y que exige una labor de cada día, de cada generación, de cada instante... el Reino es siempre hoy, aquí y ahora, pero también es futuro les recordaba ayer a las novicias. Un futuro incierto, pero seguro, a la vez que depende de todos y de cada uno de los que sabemos que el reino se gesta desde dentro de nuestro ser y que se manifiesta de manera concreta en la justicia, la paz, la solidaridad, la misericordia y la alegría que sólo da el Espíritu Santo. Por eso, podemos mirar y ver los frutos que de Dios se van recogiendo en nuestra misma vida diaria y si el Reino está instaurado ya, aunque todavía no esté realizado en plenitud, hay que preguntarnos qué estamos haciendo para que otros participen de él para gozarse y vivir en plenitud de lo que se nos ofrece. Eso hizo San Pablo con Onésimo y eso había hecho con Filemón, por eso esta carta del Apóstol de las Gentes que hoy leemos en la primera lectura, nos urge a buscar establecer el Reino en un compromiso con nuestra fe cristiana que exige tratar a todos como hermanos en Cristo. Esta visión en unas cuantas líneas parece que a primera vista no hizo nada por abolir la esclavitud, pero la tarea del discípulo–misionero es así, a veces callada y sin hacer mucho ruido. La carta a Filemón provocó todo un cambio, pues empezaron a darse después los matrimonios entre personas libres y esclavos y permitió que hubiera presbíteros, obispos e incluso Papas como San Calixto, que habían sido esclavos. Por eso, no nos cansemos de hacer el bien buscando establecer el Reino. Gracias hermanas de la Casa Noviciado por el valioso día de retiro en el que ayer me dieron oportunidad de pasar unas horas en el silencio que tanto nos hace falta, gracias por su sí y gracias por esa entrega libre y generosa para ir estableciendo el Reino en este mundo... Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal a ustedes hermanas y a todos los que oran conmigo en este mi pequeño pensar de cada día. ¡Qué María Santísima, la Reina, la que está junto a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote nos aliente a no quedarnos nunca con los brazos cruzados! 

Padre Alfredo.

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