martes, 27 de noviembre de 2018

«VIgilantes porque ya llega el Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy

La mies está lista, la uva, en su punto. El Cordero, Cristo, el Juez de la historia, está listo para la cosecha, nos dice hoy el Apocalipsis (Ap 14,14-19) y, aunque como he dicho, este libro no tiene como tema central el fin del mundo, sí hace una impresionante alusión a este acontecimiento que habrá de venir y nos coloca, de alguna manera, frente al que el escritor inspirado llama con el mismo nombre que Daniel en su profecía: alguien que parecía un ser humano». Es Cristo Rey, «el Hijo del Hombre», como se le llama repetidamente en el evangelio. Por eso viene sobre una nube blanca, símbolo de la divinidad y con una corona ceñida sobre su cabeza. Con una hoz afilada para la siega. Y otra hoz afilada para la vendimia. Llegará, ciertamente, ese momento del juicio de Dios, la hora de la verdad y se verá quién vence y quién es derrotado. El salmista (Salmo 95) lo había anunciado invitándonos a colocarnos: «delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra, regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad». A Dios se le reconoce por su amor y su misericordia y esa misericordia salvará al que, en esta vida, la haya concretizado en actos de amor. Toda esta simbología no ha de verse literalmente. Son símbolos tomados de la vida campesina que intentan explicar cómo será el fin de los tiempos. El Apocalipsis nos pone delante la imagen grandiosa de la siega cósmica, para castigo de los adoradores de la Bestia, los idólatras, el castigo «en el gran lagar de la cólera de Dios», que se describe con una muy evidente exageración literaria, para expresar la seriedad y universalidad del juicio de Dios. 

El tono de todo el libro del Apocalipsis es, como he afirmado varias veces, de victoria y fiesta para animar a los seguidores del Cordero en medio de las dificultades —la persecución de Domiciano y Nerón— y sinsabores de esta vida. Por lo menos a mí, sin asustarme, me hace mucho bien leer en estos días en estos últimos días del año litúrgico este libro sagrado. Pensar que al final habrá un examen sobre nuestra vida y el ejercicio de la misericordia me anima a seguir buscando el Reino de Dios y su justicia, sabiendo que lo demás vendrá, como dice el mismo Cordero de Dios, por añadidura (cf. Mt 6,33). Siento la lectura del Apocalipsis en estos días como una invitación a mirar hacia delante, para recordar a dónde se dirige mi viaje y verificar si el camino y la vivencia que voy recorriendo en mi ministerio y en mi consagración me lleva al destino elegido. No siento a Juan como un —incómodo» que venga a meterme miedo, sino como alguien que llega a cuestionarme sobre la seriedad de mi entrega. Si leemos con cuidado el Apocalipsis, nos damos cuenta de que esa intención de Juan, de animar a los creyentes para que sigan fieles hasta el final, es lo principal del libro. La fe y la vida no están para vivirlas desde el miedo con los brazos cruzados esperando que el mundo se acabe. Al contrario, ambas nos llaman al arrojo de la existencia. La fe nos proporciona serenidad, paz interior, sensatez, capacidad de desprendimiento y de amar la sencillez de la vida. Y la vida es lo que se nos ha otorgado, un regalo de Dios, que hemos de cuidar, y hemos de vivirla con la libertad que nos proporciona el encuentro diario con Dios y con su Palabra. 

Ayer precisamente, en la reunión con los ministros extraordinarios de la comunión eucarística en la parroquia, les insistía en traer siempre la Biblia consigo y leerla, meditarla, estudiarla para hacerla vida. Si cada día tenemos, aunque sea un pequeño contacto con la palabra (www.lecturaymusicaparaelalma.blogspot.com), eso nos llevará a acrecentar la confianza en Dios y a darnos cuenta de que él no nos dejará solos ni en la muerte ni tampoco al final de los tiempos, porque su promesa de amor es para siempre, eterna. A partir de hoy (Lc 21,5-11), y hasta el sábado, leeremos en el Evangelio el «discurso escatológico» de Jesús, el que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo y si lo leemos desde esta perspectiva miraremos el futuro no como algo que viene a aguarnos la fiesta de esta vida, sino la oportunidad de volver a empezar, porque la vida hay que vivirla en plenitud siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud: la vivencia de la caridad y la misericordia. Lo que nos advierte Jesús es que no nos asustemos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? «Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre» (Lc 21,8). Esta semana y durante el Adviento, escuchamos repetidamente esta invitación a mantenernos vigilantes. Cada día, para el discípulo–misionero que vive a la sorpresa de Cristo es volver a empezar la historia. Cada día es tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a nuestras vidas. Caminarnos apresuradamente como María (Lc. 1,39) y como ella al servicio, vivamos como ella sin reparar en dificultades y, como Ella, sentiremos el gozo de cantar, de proclamar las maravillas de Dios, para que la humanidad entera conozca y ame al Señor y alcance la salvación. Yo la visitaré hoy en su bendita casa del Tepeyac y pediré por todos. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

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