lunes, 19 de noviembre de 2018

«Ciegos por falta de amor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Iniciamos hoy la lectura del libro del «Apocalipsis» también conocido —sobre todo entre nuestros hermanos separados (esperados)— como «Revelación», un escrito doctrinal que aparece dirigido a las siete Iglesias del Asia Menor que representan a toda la Iglesia universal. La introducción la constituye una parte de siete escritos particulares muy conocidos y dirigidos a cada una de estas Iglesias —7, que es siempre el símbolo de totalidad en la Biblia— y el resto, a partir del capítulo 4, es un escrito para las «siete» comunidades. El libro ha de entenderse desde las situaciones que el autor, que se llama a sí mismo «siervo Juan» (Ap 1,1), es vive en su tiempo. Este «siervo Juan», es, nos dicen los estudiosos de la Escritura, nada más y nada menos el Evangelista San Juan, quien tenía una importante familiaridad con toda la tradición judía, un conocimiento tan vasto y profundo de las Escrituras, que incluso supera al propio San Pablo. En el Apocalispsis se encuentran más de 800 citas del Antiguo Testamento, tomadas directamente del texto judío, contra las alrededor de 200 que utiliza Pablo, quien solía usar la tradición griega. Solo quien hubiera sido un verdadero judío de Jerusalén poseería semejante conocimiento. 

Detrás de este libro de revelación, se oculta la lucha del emperador Domiciano por conseguir la veneración divina para su persona y su imagen, así como su persecución contra quienes se resistían a adorarlo. Juan contrapone a todo esto al verdadero soberano del universo y la liturgia divina del Cordero, todo ello en un lenguaje velado, pero lo suficientemente claro para que los cristianos de aquel tiempo reconocieran la verdadera proclamación de Cristo como Rey del universo y es precisamente, por esta connotación que se lee este escrito alrededor de la fiesta de Cristo Rey y no para meternos miedo como algunos piensan con visiones monstruosas, imágenes atrevidas, símbolos incomprensibles y fenómenos alarmantes del fin del mundo. El objetivo de leer estos días este libro —que para otros tantos es el libro más valioso de la Biblia— es ayudarnos a meditar en la revelación de Dios a su pueblo en una etapa trágica de la historia —como la nuestra— para afirmar la fe y la esperanza en la victoria total del Rey de reyes y Señor de señores sobre el mal en el mundo. Este libro que leeremos en estas dos semanas... ¡es el libro de la «esperanza cristiana»! 

El problema es que nosotros no sabemos ya leer esos textos, cuyos símbolos eran familiares, como digo, a los lectores del tiempo de San Juan. Para comprender la «Revelación», el «Apocalipsis», hay que entrar sencillamente en el mundo del autor, y traducir en «ideas teológicas» los «símbolos concretos» utilizados. El Apocalipsis es un mensaje cifrado, que hay que descifrar: los objetos, los colores, las cifras tienen una significación simbólica. Y las catástrofes cósmicas que allí aparecen forman parte de ese lenguaje cifrado. Por su parte, el mismo San Juan se esforzó en darnos la equivalencia de algunos símbolos: una «estrella» representa un «ángel», un «candelabro» significa «una iglesia particular» (cf. Ap 1,20)... el color «blanco del lino» representa «las buenas acciones de los fieles» (cf. Ap 19,8), etc. Hoy, de entrada, nos encontramos con una comunidad que ha abandonado el primer amor y a la que le urge una conversión (Ap 1,1-4; 2,1-5). Eso nos hace ver que mantenerse en la rutina y en la tibieza puede provocar el rechazo del Señor y en cambio, la fidelidad hasta la muerte, trae consigo la victoria definitiva sobre ésta. El vencedor, el creyente que persevere hasta el fin, es el que ama con la misma intensidad o más cada día participando eternamente de la vida del «Viviente». Por su parte San Lucas en el Evangelio de hoy (Lc 18,35-43) nos muestra a Jesús curando a un ciego, como con la intención de San Lucas de invitarnos a abrir los ojos y comprender las palabras de Jesús (Lc 18,34). Lucas, también conocedor como Juan del Antiguo Testamento, el es el único de los evangelistas que menciona la frase «todo lo que ha sido escrito por los profetas» (Lc 18,31). No se puede expresar mejor hoy que la ceguera, por la falta de amor o por lo rutinario de vivirlo y rebajarlo, lleva precisamente a no entender las Escrituras a propósito del Hijo del hombre y de su anhelo de reinar en nuestros corazones. Vivamos estos días como una preparación a la celebración de la gran solemnidad de «Jesucristo Rey del Universo» como «peregrinos del Reino» con María. Este peregrinar que nos debe invitar, como discípulos–misioneros, a dar la vida entera, encendiendo siempre el amor, por la construcción del Reino. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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