miércoles, 14 de noviembre de 2018

«Hermana Rosa María Yamazawa Hiroji»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XXIII

La identidad de la vida consagrada, hunde sus raíces en el seguimiento de Cristo a través de los consejos evangélicos. Por la consagración bautismal se puede seguir a Cristo de muy diversas formas, pero Él ha querido asociar a sí, hombres y mujeres que lo sigan en la vivencia de los consejos evangélicos, consagrándole así, toda la vida. «Por obra del Espíritu —decía mi profesor Ángel Pardilla— el carisma de la vida consagrada se encarna y se vive en la polifonía y en la policromía de los carismas. Gracias a la variedad de tales carismas, cada uno de los misterios del Verbo Encarnado adquieren una peculiar relevancia y las diversas facetas del Cristo consagrado, misionero y orante, encuentran una visibilidad específica» (Ángel Pardilla, Vida consagrada para el Nuevo Milenio, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 2003). Y a esta variedad de carismas eclesiales de la vida consagrada, se une el carisma personal de quienes han sido tocados por la gracia de Dios y llamados a seguirle más de cerca.

El día catorce de enero de este 2018, en la ciudad de Oizumi, fue llamada a la presencia del Eterno Padre la hermana Misionera Clarisa Rosa María Yamazawa Hiroji, una mujer que, a lo largo de 90 años, fue formando en sí una identidad humana muy profunda, una identidad cristiana muy clara y una identidad consagrada muy inesiana con un corazón que, desde Japón, desplegó su alegría misionera traspasando fronteras.

Rosa María nació el 12 de septiembre de 1928 en un lugar llamado Nagoya, Aichi, Japón, hoy por hoy la cuarta ciudad más importante del país del sol naciente. La ciudad fue fundada oficialmente el 1 de octubre de 1889, y es una de las que fueron destruidas en su totalidad durante los bombardeos de 1945. La ubicación geográfica y la posición de la ciudad en el centro de Japón, ha permitido que se desarrolle económica y políticamente a través de los siglos, volviendo a renacer.

Ingresó a la Congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 1º de mayo de 1955, iniciando su postulantado el 2 de agosto de 1955 y el Noviciado el 15 de abril de 1956. Hizo sus votos temporales de castidad, pobreza y obediencia el 24 de agosto de 1958 y sus votos perpetuos el 12 de agosto de 1963.

La hermana Rosa María fue una hermana muy trabajadora y especialmente cumplida en los actos de comunidad. Fue misionera en su propio país, pero además en Indonesia y en España. A Indonesia fue enviada cuatro años después de su profesión perpetua para fundar la escuela primaria de Surabaya, hoy una escuela aún muy floreciente, allí echando mano de sus dotes en educación, trabajó por 5 años. En España hizo otro tanto en el tiempo en que le tocó vivir allá.

Su celo apostólico fue un rasgo muy característico, ya que aprovechaba cualquier oportunidad para motivar a las personas a la conversión o a perseverar en la fe, haciéndolo personalmente o por correspondencia, de forma constante y comprometida. La hermana Rosa María era un alma que sabía el valor del sacrificio, alguien que, sin hacer alarde, hacía penitencia y ofrecía sus oraciones por los misionados y especialmente por los sacerdotes.

Gracias a su buen dominio del español y por la práctica del mismo en España, se dedicó a prestar el servicio de traductora en Japón, haciendo posible la rápida traducción de los comunicados y colectivas de la Madre General cuando aún no existía la magia de los traductores instantáneos que, aunque no son exactos, ayudan mucho en esta tarea. Durante sus últimos años, ya de regreso en Japón, vivió en las comunidades de Tokyo y Oizumi, en esta última, desde el año 2010, hasta que Nuestro Señor la llamó en enero de este 2018.

Desde el verano del 2017 la hermana Rosa María tenía que hacer mucho esfuerzo para caminar y pasaba más tiempo del normal sentada o recostada, además de quejarse de un dolor en el estómago. En dos ocasiones tuvo que ser trasladada al hospital debido a la perdida de equilibrio que le ocasionó varias caídas. Cuando fue hospitalizada le hicieron varios estudios que revelaron, a sus 88 años, un cáncer muy avanzado en el intestino grueso y en el hígado y no había mucho qué hacer. Los médicos pronosticaron unos 6 meses de vida.

En septiembre fue trasladada del hospital a una residencia para personas mayores enfermas. Ella, siempre agradecida, contenta y muy consciente de su situación, conservando la paz interior de un alma consagrada al Señor, estable pero ya sin poder caminar, en esa residencia, muy cerca de la comunidad de Misioneras Clarisas de Oizumi, fue muy bien atendida. Cuando las hermanas la visitaban, casi a diario, daba las gracias por la cercanía de sus hermanas misioneras y llegó a expresar que en este tiempo Dios le concedió descubrir la riqueza de tener una comunidad, porque, aunque vivía aparte por la enfermedad, se sentía parte de ésta.

La hermana Paulina Hayashi Yukiko, superiora de la casa de Oizumi, al irla a visitar, la encontró muy agitada y con mucho dolor, desde ese momento las hermanas se turnaron para acompañarla y rezar junto a ella. Este día recibió la Unción de los Enfermos y el 14 de enero a la 1:58 de la tarde, rodeada de sus hermanas de comunidad, mientras rezaban la oración por los agonizantes, la hermana Rosa María asintió con la cabeza y exactamente al terminar la oración, sin hacer ningún ruido o gesto alguno, dejó este mundo para ir al encuentro del Padre. Esa es la esperanza que nos ofrece la fe. Ese es el secreto de Dios, que Dios nos ha creado «para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser».

El mismo día 14 de enero el cuerpo de la hermana Rosa María fue trasladado a la capilla de la comunidad de Oizumi, el día 15 fue la ceremonia de velación, presidida por el Padre Furusato, un sacerdote por el que la hermana Rosa María siempre pedía. ¡Así premia el Señor! Al día siguiente muy temprano, fue la misa de funeral, concelebrada por 3 sacerdotes, las hermanas de tres comunidades, amigos de la parroquia y su hermana menor, religiosa franciscana.

Descanse en paz la hermana Rosa María Yamazawa Hiroji.

Padre Alfredo.

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