Este domingo —XXXIII del Tiempo Ordinario—, la Iglesia celebra la «Jornada Mundial de los Pobres», una celebración que instituyó el Papa Francisco el año pasado y que, deseoso de que se celebra cada año, nos ha dado como lema para este 2018 este: «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (Sal 34,7). En esta jornada el Papa nos invita a que vivamos esta Jornada Mundial como un momento privilegiado de nueva evangelización. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia. Sintámonos todos, en este día, deudores con los pobres, para que tendiendo recíprocamente las manos, uno hacia otro, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, hace activa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en el camino hacia el Señor que viene y que, como Rey, se sentará en su trono para juzgar nuestro ser y quehacer de acuerdo a las obras de caridad que hayamos ejercido. El Papa, en su mensaje dice: «La Jornada Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de cualquier lugar para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199), que honra al otro como persona y busca su bien».
El Papa habla de «los pobres de todo tipo y de cualquier lugar» y yo pensaría en tantos pobres carentes de amor. Hoy hay, en nuestra sociedad, tan enredada en una nunca antes vista confusión de valores, gente de todas las edades y condiciones que no se quiere, que se autodestruye, que ni siquiera practica lo que el instinto de conservación manda, además de que la pobreza material, en un mundo aparentemente rico, se extiende cada día más. El desamor es una pobreza terrible que produce destrucción. Desde nuestra pobreza —porque a fin de cuentas todos somos siempre pobres, necesitados de Dios— amemos a Dios, a los hermanos, a nosotros mismos, a la tierra, al paisaje, al aire que respiramos. Esa pobreza del desamor, se da por la falta de solidaridad que reina en el mundo egoísta en que vivimos. El Papa dice: «Quisiera que también este año, y en el futuro, esta Jornada se celebrara bajo el signo de la alegría de redescubrir el valor de estar juntos. Orar juntos en comunidad y compartir la comida en el domingo. Una experiencia que nos devuelve a la primera comunidad cristiana, que el evangelista Lucas describe en toda su originalidad y sencillez: «Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. [....] Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,42.44-45)».
Estamos por terminar el año litúrgico y por empezar el Adviento el 2 de diciembre. Hoy cerramos la lectura continuada que hemos venido haciendo varios domingos, como segunda lectura, de la carta a los hebreos (Heb 10,11-14.18) y el escrito sagrado nos recuerda que Cristo ofreció un solo sacrificio para salvarnos de nuestra pobreza, el sacrificio de sí mismo, un sacrificio perfecto capaz de expiar los pecados de todos los hombres. Si nos acercamos a Él, cuando llegue el final de los tiempos, como nos lo recuerda el Evangelio de hoy (Mc 13,24-32), este Sumo y Eterno Sacerdote manifestará en plenitud su victoria y querrá vernos felices, dando de comer al hambriento y de beber al sediento... si hemos cumplido su voluntad, haciendo algo por el pobre y alentándonos unos a otros, viviendo de verdad el amor a su Padre Dios y al prójimo, cumpliendo los mandamientos y viviendo las bienaventuranzas en esas sencillas obras de misericordia que todos conocemos, formaremos parte de los justos, esos que buscan cumplir la voluntad de Dios, para recibir el premio de la vida eterna. Esta es la promesa de Jesús. Nuestra vida, por tanto, entre las luchas de cada día, ha de ser una preparación para este día que Cristo nos anuncia hoy. Que la Eucaristía de este domingo, bajo la mirada de María, la Madre de Jesús siempre compasiva y velando por nuestra pobreza, sea un momento de encuentro con el Señor, que Él nos llene de esperanza en este tiempo final del año litúrgico para descubrir que, aunque pobres nosotros también, siempre tendremos algo para dar. El Papa espera que este día ayude a todos los discípulos–misioneros de Cristo a mirar con ojos nuevos las diversas formas de pobreza que existen en el mundo y a no quedarnos con los brazos cruzados. ¡Bendecido domingo en esta Jornada Mundial de los Pobres!
Padre Alfredo.
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