San Pablo nos recuerda hoy, con su propio testimonio, al final de la Carta a los Filipenses, el espíritu de gratitud que debemos tener (Flp 4,10-19). Cuando somos agradecidos, tenemos una mayor felicidad y satisfacción en nuestra vida, y reconocemos la influencia y las bendiciones del Señor a pesar de las penas que estemos pasando. Todo este fragmento muestra cómo San Pablo expresa su gratitud a los filipenses por sus expresiones amables de amor y el regalo generoso que le enviaron y que mucho le ayuda, como manifestación de la Divina Providencia, en la situación de cárcel que vive. Así, nos deja un ejemplo contundente de cómo el discípulo–misionero puede estar contento, cuando es agradecido, sin importar cuales sean las circunstancias que le rodeen. Quienes tienen la costumbre de expresar su gratitud disfrutan de un gozo especial, pero, más que nada, siguen los pasos de Jesucristo, quien siempre valoró las buenas obras de los demás (Mc 14,3-9; Lc 21,1-4). Lamentablemente, cada vez son menos quienes expresan su agradecimiento. La propia Escritura advierte que, en estos «últimos días», la gente es desagradecida (2 Tim 3,1-2). Por lo tanto, debemos tener cuidado para no contagiarnos de esa actitud, pues podríamos volvernos indiferentes e insensibles viendo a los demás como que tienen «obligaciones» para con nosotros.
Hace un tiempo vi una lista de los países más felices del mundo. Me di cuenta que los países más ricos del planeta no figuraban en los primeros lugares. Por el contrario, países que nunca imaginaría estaban entre los mejores. Costa Rica, en el puesto número 13, aparece como el país más feliz de América Latina, según esta lista de la Red de Soluciones para un Desarrollo Sostenible, que trabaja en conjunto con la ONU. Muy atrás está seguido por México, que alcanzó el lugar 24. Estados Unidos ocupa el lugar 18 y los Emiratos Árabes el 20. Los países que estaban en los primeros lugares tenían algo en común: Las personas eran agradecidas y sus expectativas no eran en extremo ambiciosas. Ya sabemos que los seres humanos, como consecuencia del pecado original, somos egoístas, y por eso a veces se nos hace difícil demostrar agradecimiento (Gn 8,21; Mt 15,19). Pero la Carta a los Efesisos, en uno de sus fragmentos finales que hoy la liturgia no cita, nos dice: «Se les pidió despojarse del hombre viejo al que sus pasiones van destruyendo, pues así fue su conducta anterior, y renovarse por el espíritu desde dentro. Revístanse, pues, del hombre nuevo, el hombre según Dios que él crea en la verdadera justicia y santidad (Ef 4,23-24). Así, San Pablo nos enseña que cuando somos agradecidos desarrollamos una tendencia a ver el lado positivo de las cosas. En consecuencia, se puede lograr mantener una actitud positiva aún en medio de las adversidades que, en este mundo, nunca falta.
Leyendo el Evangelio de hoy (Lc 16,9-15) podemos captar que lo importante, para Jesús —como debe serlo para nosotros— es ser agradecidos por la «vida eterna», que nos alcanzará en plenitud los bienes divinos, las cosas espirituales. Lo que cuenta, para el Señor Jesús, no es «el tener», sino «el ser»... Se puede «tener» mucho y ser un infeliz, malo y mal agradecido. Siento que las páginas de la Escritura que hoy leemos, hacen juntas una lección para que tengamos una actitud de una cierta indiferencia ante los bienes materiales; que sepamos ser agradecidos con lo poco y con mucho, «en pobreza y abundancia, en hartura y en hambre». Igual que Cristo y que San Pablo, que no buscaron nunca aprovecharse de su ministerio para que las comunidades les mantuvieran a su costa. Hoy es sábado, miro a la Virgen como siempre, la pienso junto a San José, agradeciendo lo necesario para la vida en el hogar de Nazareth, en donde la harina y la levadura, la vela y la mesa, las gallinas y la oveja, la puerta y la ventana... las cosas pobres y sencillas, venidas de la Divina Providencia, darán a su Hijo Jesús la materia y los temas para desarrollar su ministerio, sin mostrar en ningún momento ni codicia ni avaricia ni afán de poseer, conformándonos con lo que les va deparando la vida y agradeciendo la bondad divina, que provee de lo necesario. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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