viernes, 16 de noviembre de 2018

«Agradecer el regalo del amor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Anoche, cuando ya casi eran las once, vi la noticia que la madre Martha Gabriela, superiora general de nuestras hermanas Misioneras Clarisas en la que nos comunicaba que la madre Julia Meijueiro había sido llamada a la Casa del Padre. La madre Julia fue la anterior superiora general de nuestras hermanas. A ella me unían lazos muy especiales desde allá por los setentas en que la conocí siendo yo Vanclarista. En agosto pasado compartí la Eucaristía con ella y otras hermanas en la capillita de Pisoniano, la casita muy cerquita de Roma en donde pasó sus últimos meses en este mundo. Me sorprende hoy en la liturgia de la Palabra la lectura de la segunda carta del apóstol san Juan (2 Jn 4-9) que dice: «Pongan, pues, atención para que no pierdan el fruto de sus trabajos y puedan recibir la recompensa completa»... es que repaso, desde anoche, que hablaba con Toñita —la hermana de madre Julia, mamá de la hermana Henna, con cuya familia estoy muy cercano— muchos aspectos de la vida de esta maravillosa mujer con un corazón tan grande que podía albergar muchos, muchos más y encuentro eso, frutos, muchos frutos de diverso tipo en alguien que, desde jovencita, se desposó con el Señor. 

El escritor sagrado nos dice que «Dios se encarnó», una cuestión capital de nuestra fe. Hoy pensando en madre Julia me detengo a contemplar esta verdad y elevo a Dios la oración del Oficio de Difuntos que nos sugieren los diversos rituales y devocionarios de la familia inesiana. El Señor Jesús tomó nuestra condición de hombres hasta la muerte. Él vino a vivir las alegrías y penas de cada hombre y mujer muy de cerca, desde la intimidad del corazón. Él nos ha querido salvar de nuestros pecados, cargando sobre sí nuestras faltas. «Yo soy el Camino» (Jn 14,6), decía Jesús. El camino del encuentro con Dios: el evangelio como norma de vida, la Eucaristía como alimento, el silencio ante el Sagrario, el rostro de nuestros hermanos en la comunidad para servirles, el desgaste en el trabajo diario, el gozo de llevar a la familia al encuentro con Cristo, la caridad con todos, ese mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros... El camino hacia el Padre es Cristo con todo eso que nos deja y que se hace plan de vida para cada uno de nosotros en nuestra propia condición de vida. Cuando a Jesús le preguntaron cuál era el mandamiento más importante, contestó que el del amor: «amar a Dios y amar al prójimo» (Mt 22,36). Según lo que leemos hoy en esta segunda carta de Juan, «éste es el mandamiento que debe regir nuestra conducta». Podemos detenernos un momento y agradecer el regalo del amor, de ese amor que muchos recibimos en madre Julia y que llega, de parte de Dios en almas como la suya, con pequeños detalles que no hacen mucho ruido pero que calan y se quedan grabados en lo más hondo del corazón. 

Ese Jesús, que es el «Camino» y al que recibimos con fe en la Eucaristía. Ese Jesús es el que será nuestro Juez como Hijo del Hombre, y él nos ha asegurado: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día» (Jn 6,54). Ese Jesús es el que nos invita a hacer memoria, en el Evangelio de hoy (Lc 17,26-37) de las intervenciones de su Padre Dios en el pasado y desde ese recuerdo dar consistencia y solidez a la propia vida para comprender que el tiempo presente es el ámbito de realización de la salvación para sí mismos y para los demás. La vida pasa pronto, más pronto de lo que esperamos quizá, y está ligado a una tarea que debemos realizar. Para responder adecuadamente a ese don y a esa tarea que se nos ha dado, se exige de nosotros un compromiso en el que estamos obligados a empeñar toda nuestra fuerza y nuestra actuación conforme lo que Dios nos va pidiendo. Me viene a la mente la carita sonriente de madre Julia, ya enferma y como superiora general, llevando, en aquel venturoso ‎21 de abril de 2012 llevando —acompañada de Paquito, el niño del milagro— la reliquia de nuestra madre fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, con unos ojos tan brillantes como recibiendo la mirada divina sobre su vida y las nuestras. Pensando en madre Julia y por supuesto en la liturgia de la Palabra del día de hoy, que siempre ilumina cada paso que damos, debemos tomarnos, pensando en Cristo como nuestra única realidad, muy en serio lo único que tenemos: la vida. Y la vida este momento presente del que disponemos ahora. Unos minutos más tarde puede suceder cualquier cosa. Pero la vida es como la arena de la playa. Si la pretendemos guardar egoístamente para nosotros se nos escapa entre los dedos. Sólo hay una forma de disfrutarla y gozarla: compartiéndola con los hermanos. Compartiendo «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las personas de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren» (Gaudium et Spes, 1). Porque el día del Hijo del Hombre está pronto y tendremos que dar cuenta de lo que hemos hecho con nuestra vida y con la de nuestros hermanos. Descanse en paz la madre Julia Meijueiro Morosini. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario