martes, 16 de octubre de 2018

«Ubi caritas et amor est, donde hay caridad y amor»... Un pequeño pensamiento para hoy

San Pablo, en el trozo de la Carta a los Gálatas que la liturgia de la palabra de hoy nos presenta (Gál 5,1-6) sigue con el tema de la libertad: la misma temática de ayer es también la insistencia de hoy: Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud». Un símbolo de la vuelta a lo antiguo sería para aquellos primeros cristianos la práctica de ritos judíos, como la circuncisión. Volver a dar importancia a esta norma, que los cristianos prácticamente habían ya dejado aparte, era para él el signo de que se estaba queriendo volver a toda la ley antigua, y por tanto, como les insiste San Pablo, perderían a Cristo, y rechazarían la gracia (cf. Gál 5,4). De esta manera, San Pablo nos invita a poner nuestra confianza en la fe en Cristo y en la esperanza de su Espíritu, más que en la Ley meramente escrita. Lo cual, para el Apóstol de las Gentes, es algo vital para la identidad del cristiano. 

En toda la Carta a los Gálatas, San Pablo mantiene, pues, siempre la misma enseñanza que quiere que, esta Iglesia de Galacia, enredada en una crisis de gente que se va a los extremos, no ponga su esperanza de salvación en prácticas religiosas o morales externas, porque eso es tener la pretensión de «alcanzar la justificación por sí mismos», es dejar por inútil todo lo que Cristo ha venido a hacer. San Pablo insiste más bien en que hay que vivir con libertad interior, con la libertad de los hijos de Dios para dejarse mover por el Espíritu de Cristo, y no por un legalismo exagerado que se venía arrastrando y que Jesús ya censuró en los fariseos, que se fiaban más en las prácticas externas y en los méritos personales que en la gracia de Dios para decir que vivían la fe. Se ve, por esta insistencia de San Pablo, a lo largo de la carta, que los judaizantes de turno, incitaban a los cristianos a volver a las prácticas que en la ley de Moisés eran obligatorias. Por eso hoy el Apóstol insiste en algo importantísimo para el discípulo–misionero de Cristo de todos los tiempos: «lo único que vale es la fe, que actúa a través de la caridad». Una hermosa y valiosa fórmula, densa, llena de compromiso para practicarla. San Pablo quiere, además, que los Gálatas y nosotros entendamos que la libertad no es hacer lo que a cada quien le venga en gana, sino «fe activa en la práctica la caridad». Y esto nos debe quedar bien claro, porque hay nada más exigente que el amor. 

El Evangelio de hoy (Lc 11,37-41) nos lleva a ir a ver la actitud de los fariseos, que ponen su empeño, su religiosidad solamente en el cumplimiento de ritos, de normas exteriores, condición a la cual Je se opone Jesús proponiendo a la vez la actitud de sus discípulos–misioneros, que se deben esforzar por buscar la pureza interior, que pone lo esencial en el corazón para poder ejercer la caridad de tiempo completo. Para hacer vida la caridad, hay que mantener limpio el corazón, lo profundo del hombre, su interior. Porque, como veíamos ayer en la clase de Cristología que cada lunes tenemos en la parroquia, aquello que brota del corazón —la injusticia, la rapacidad, la avaricia— es lo que mancha al hombre (cf. Mt 15. 19-20). La actitud farisaica, haciendo a un lado la caridad, en realidad, no conoce a Dios aun cuando le tenga constantemente en los labios (Is 29,13), porque donde hay caridad y amor, ahí está Dios. Escucho ahora el canto «Ubi Caritas» del compositor Noruego Ola Gjeilo, con el al piano (es.aleteia.org/2016/11/25/donde-hay-caridad-y-amor-dios-esta-ahi/) y me pregunto: ¿Estamos dispuestos a seguir a Jesús en este estilo de vida que nos marca donde la caridad primerea todo? ¿Estamos dispuestos a dejar de lado la injusticia, la rapacidad, la avaricia, el egoísmo para seguir a Jesús? ¿Estamos dispuestos a responder a su llamada a vivir la vocación específica que nos ha dado o vayamos a elegir, con un corazón generoso y desprendido que viva en caridad? Mira el rostro de la Guadalupana en mi pequeñísimo oratorio y con esto me quedo hoy. ¡Bendecido martes, con un recuerdo especial por cada uno dentro de unas horas que el Señor me permita llegar a la Basílica y contemplar el rostro de Nuestra Virgen Morena que expresa, con su mirada de amor, el gozo de vivir la fe y la caridad! 

Padre Alfredo.

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