Hay cosas que el ser humano no puede conseguir por sí mismo, le llegan como un don o un regalo, una de ellas es el conocimiento pleno de Cristo. Por sí solo nadie puede cambiar su interior para comprender qué es lo que Cristo significa en la vida ni lo que la misma existencia significa. El estilo de vida que hoy se vive, siempre de prisa y con una visión que es casi para todos solamente clara hacia las cosas tangibles y que arrastra a muchos, puede hacer que se pierda ese sentido del «don» que es la vida, los sentidos, la inteligencia y Cristo mismo. En medio de esta vorágine en la que vivimos, es innegable para muchos, incluso católicos practicantes que se dejan influenciar por ideas o pseudofilosofías extrañas, el peligro de caer en la trampa de pensar que conocen ya de verdad a Dios y a Cristo por el hecho de que les parece comprender lo más esencial de la Escritura, de la doctrina de la Iglesia o de la teología. San Pablo no habla apoyándose en tal comprensión parcial o errónea de muchos, sino más bien arrancando de la propia experiencia vivida. Sabe muy bien que el conocimiento de Cristo no es el mismo en todos. Hay una manera de conocerlo que no depende de nosotros, sino del don de Dios, del regalo de un espíritu de sabiduría y de revelación que, iluminando los ojos del corazón, hace comprender la esperanza a la que somos llamados, las riquezas de su herencia y la grandeza sin medida de su poder para con nosotros, los creyentes (Ef 1,15-23).
San Pablo es un hombre que sabe solidario con todos, un hombre de oración que oraba por todos los que iban conociendo y haciendo vida la fe en Cristo para que tuvieran la disposición necesaria, junto con la sabiduría que viene de lo alto, para que pudieran captar el don, el regalo de la grandeza de la esperanza (Rm 8,29; 1 Jn 3,2) y la herencia que hay en Cristo. Por eso hoy en las líneas que escribe a los Efesios, les hace ver que deben abrir su mente al Creador y dejarse iluminar por el Espíritu, ya que este es el único medio que permite al hombre entender y apreciar esa esperanza y herencia en el Señor. San Pablo oraba por ellos para fueran conscientes del conocimiento que ya poseían de Cristo y lo incrementaran dejándose guiar por el Espíritu descubriendo el poder de Dios en sus vidas (Ef 1,19-20). Consciente de la bondad del don recibido, San Pablo les hace ver que desea y pide esto para todos, ayudándose de la fe y la caridad. De por sí, leyendo toda la carta completa, uno se da cuenta de que la comunidad de Éfeso es famosa por su fe y su amor a todos, lo que a San Pablo le llena de satisfacción. Pero en su oración pide que progresen más: que Dios les conceda más sabiduría para conocerle mejor, que ilumine sus ojos, que les llene de esperanza, en vistas a la riqueza de gloria que Dios concederá en herencia a los suyos. ¡Siempre hay metas más altas de santidad a las que Dios nos puede llevar con su infinito poder si nosotros le permitimos que por el poder de su Espíritu Santo acreciente sus dones en nosotros!
La certeza del poder del Espíritu Santo en nuestras vidas de creyentes nos da la seguridad necesaria para enfrentar los desafíos y dificultades que encontramos en esta ardua tarea de santificación y en el desafiante compromiso misionero que como discípulos–misioneros de Cristo vivimos cada día. Sabemos que Cristo es de todos y que la fe en él sobrepasa completamente las fronteras aún de la misma Iglesia (así lo entiende Nostra Aetate 2, del Concilio Vaticano II). Al principio está el ser humano en su absoluta desnudez y sobre él irrumpe la «manifestación» de Dios, por el poder del Espíritu Santo, sin ningún criterio de preselección discriminatoria. Esto no impide que se cumpla el proceso de evangelización, pero exige que se cumpla sin que el evangelizador se convierta en protagonista, sino que deje ese espacio al poder del Espíritu Santo que le corresponde. Por eso Jesús, en el Evangelio de hoy les dice a sus discípulos: «El Espíritu Santo les enseñará en aquel mismo momento lo que convenga decir» (Lc 12,8-12). El Espíritu Santo, que Dios ha derramado en nuestros corazones, tiene la misión de ofrecernos el perdón, el arrepentimiento y la renovación que Cristo logró para nosotros mediante su entrega en la Cruz y mediante su Resurrección para que podamos ser colaboradores de la obra de salvación en muchos. Si alguien rechaza al Espíritu Santo, ¿cómo podrá ser perdonado? Si en verdad queremos dar un auténtico testimonio de nuestra fe hay que dejarnos poseer y guiar por el Espíritu Santo, para que Él sea quien nos ayude a llegar a metas más altas de santificación y dé testimonio de Jesucristo desde nosotros ante cualquier persona que nos pida razón de nuestra esperanza (1Pe 3, 15). La Santísima Virgen se dejó cubrir por la sombra del Espíritu y vivió siempre conducida por él. Hoy que es sábado y que lo dedicamos en la Iglesia especialmente a ella, conviene pedirle no dejarse atrapar por el ruido, sino concentrar el ánimo en un espacio de silencio y dejarse guiar por el Espíritu. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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