El tema principal de los escritos de San Lucas, que nos han quedado como una valiosísima herencia, es la revelación de la misericordia de Dios en Jesucristo, que va presentando con una sencillez impresionante a lo largo de su Evangelio y cuyos efectos de ésta quedan reflejadas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Es un hecho que debido a esta belleza y sencillez de sus escritos, el Lucas evangelista e historiador ha hecho —tal vez un poco injustamente— pasar a segundo término al Lucas misionero, de quien San Pablo escribía desde su prisión de Roma: «Solo Lucas queda conmigo» (2 Tim 4,11). Como escribe San Juan Crisóstomo, «incansable en el trabajo, ansioso de saber y sufrido, Lucas no acertaba a separarse de Pablo» (MG 62,656). Sólo la muerte le podrá separar de su maestro: con él había misionado hasta entonces y, misionero incansable, seguirá por los campos de Acaya y Bitinia, Dalmacia y Macedonia, Galia, Italia y Egipto, hasta morir, mártir como el maestro, en Beocia o Bitinia, probablemente a los 84 años —como dice la tradición— y reposar definitivamente en Constantinopla.
Hoy hace falta gente como San Lucas, y creo que siempre ha hecho falta. Basta ir al Evangelio de hoy, por supuesto tomado de San Lucas y ver lo que dice el Señor a los predicadores que envía a sus campos (Lc 10,1-9): «La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos». Al leer y meditar esto, desde nuestra condición de discípulos–misioneros de Cristo, no podemos dejar de sentir las mismas ansias misioneras que debe haber experimentado San Lucas, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. Y, en la época actual, con tan mala publicidad para la Iglesia y el Evangelio, a pesar de que en el mundo hay muchos misioneros, es muy difícil encontrar ya alguien que quiera continuar esa tarea. Pero es que el Señor recomienda ante todo que se rece a Dios para que el Reino se difunda y se sienta en el interior del corazón la urgencia de anunciar la Buena Noticia a los demás proclamando por todas partes la llegada del Reino de Dios, la salvación de Cristo Jesús. ¡Qué gran uso le daría hoy San Lucas al WhatsApp y al Facebook! ¿Para qué lo usamos nosotros? Hoy, por intercesión de San Lucas yo le pido al Señor que se pueda reparar mi teléfono y pido por todos aquellos que, como yo —a pesar de la propia miseria y pequeñez, por eso «un pequeño pensamiento»— buscan utilizar la pluma, el papel, el Internet, el radio, la televisión, la redes sociales y toda clase de medios para anunciar la misericordia de Dios, de manera que nuestra tarea y nuestro testimonio de vida, más o menos explícita, sirvan para presentar a los demás a un Jesús misericordioso, cercano a todos, a los pobres, a los débiles, a los descartados. Ojalá pudiéramos merecer también la alabanza que dedica a san Lucas la antífona del Magnificat en las vísperas de hoy: "Dichoso evangelista san Lucas, que resplandece en toda la Iglesia por haber destacado en sus escritos la misericordia de Cristo». La historia nos dice que esa «misericordia» que brilla como una luz en los escritos de San Lucas, se funda en un testimonio de testigos oculares y si Lucas se atreve hablar incluso de la infancia de Jesús, es porque contó, según nos dice la tradición, con el testimonio de la Santísima Virgen María. San Lucas evoca por dos veces en su narración de la infancia los recuerdos de María: «María por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19); «Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2,51). ¡Qué ella nos ayude también a nosotros a ir, como San Lucas, al encuentro de su Hijo Jesús y llevarlo al mundo entero para que todos le conozcan y le amen! Hoy Jesús nos espera en la Eucaristía y en la Hora Santa. ¡Bendecido jueves!
Padre Alfredo.
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