Entramos a una nueva semana laboral y académica, luego de haber celebrado ayer «el Domingo», que marca siempre el arranque de una semana litúrgica más, ¡ya la número 30! Faltan unas cuantas para terminar el año litúrgico del 2018, que parecía tan largo, casi se acaba ya con la fiesta de Cristo Rey a final de noviembre. Empezamos esta semana singular en la que están esos días en los que recordamos primeramente a Todos los Santos y luego a nuestros fieles difuntos y, como dije desde hace varios días, seguimos con la lectura de la carta a los Efesios, que hoy nos dice: «Ahora, unidos al Señor, ustedes son luz. Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz» (Ef 4,32-5,8). El estilo de vida que hemos elegido al seguir a Cristo, nuestros valores y acciones, han de iluminar a todos con el proyecto del Reino. Y para ser luz, San Pablo toca dos aspectos básicos: la caridad fraterna y la llamada a evitar la inmoralidad reinante en la sociedad de aquellos tiempos que era tan perversa, como hoy. Para iluminar con el amor a los demás, tenemos dos buenos maestros, nuestro Padre misericordioso y su Hijo Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre: «como Dios los perdonó en Cristo, sean imitadores de Dios, como hijos queridos», «vivan en el amor, como Cristo los amó y se entregó por nosotros».
La carta a los Efesios, en el fragmento de hoy, nos recuerda que hay ciertos aspectos que los discípulos–misioneros de Cristo debemos evitar: cuestiones «de inmoralidad, indecencia o afán de dinero», de eso, dice San Pablo «ni hablar». Esas cosas «son las que atraen el castigo de Dios». Los que hemos sido elegidos por Cristo, desde nuestros bautismo, estamos llamados a seguir su mismo estilo de vida y se nos tiene que notar: «por algo —dice el escritor sagrado— son ustedes un pueblo santo», «antes eran tinieblas, pero ahora, como cristianos, son luz: vivan como hijos de la luz». Si en medio de este mundo en el que nos ha tocado vivir, tomamos en cuenta todo esto que San Pablo nos dice, seguro que mejorará la calidad de nuestra vida personal y el ambiente de casa, el grupo de amigos y vecinos y, por supuesto, nuestra comunidad. Se trata de que seamos «buenos, comprensivos» y nos perdonemos unos a otros «como Dios nos ha perdonado». El ejemplo más cercano lo tenemos en Nuestro Señor Jesucristo, que se entregó por todos: así debemos que actuar nosotros para vivir como hijos de la luz. Además, a pesar de toda la oferta de inmoralidad que el mundo nos hace, tan atrayente y atractiva, los discípulos–misionero hemos de evitar toda indecencia e inmoralidad en las conversaciones y en la vida, a pesar de ir contra corriente. ¡Parece como si San Pablo estuviera viendo, no las costumbres de su época, sino las de ahora!
La carta a los Efesios, en el fragmento de hoy, nos recuerda que hay ciertos aspectos que los discípulos–misioneros de Cristo debemos evitar: cuestiones «de inmoralidad, indecencia o afán de dinero», de eso, dice San Pablo «ni hablar». Esas cosas «son las que atraen el castigo de Dios». Los que hemos sido elegidos por Cristo, desde nuestros bautismo, estamos llamados a seguir su mismo estilo de vida y se nos tiene que notar: «por algo —dice el escritor sagrado— son ustedes un pueblo santo», «antes eran tinieblas, pero ahora, como cristianos, son luz: vivan como hijos de la luz». Si en medio de este mundo en el que nos ha tocado vivir, tomamos en cuenta todo esto que San Pablo nos dice, seguro que mejorará la calidad de nuestra vida personal y el ambiente de casa, el grupo de amigos y vecinos y, por supuesto, nuestra comunidad. Se trata de que seamos «buenos, comprensivos» y nos perdonemos unos a otros «como Dios nos ha perdonado». El ejemplo más cercano lo tenemos en Nuestro Señor Jesucristo, que se entregó por todos: así debemos que actuar nosotros para vivir como hijos de la luz. Además, a pesar de toda la oferta de inmoralidad que el mundo nos hace, tan atrayente y atractiva, los discípulos–misionero hemos de evitar toda indecencia e inmoralidad en las conversaciones y en la vida, a pesar de ir contra corriente. ¡Parece como si San Pablo estuviera viendo, no las costumbres de su época, sino las de ahora!
A lo mejor si viniera San Pablo nos diría lo mismo que dice a los Efesios hoy: «¡Que nadie los engañe con vanas razones!» Debemos luchar contra corriente y saber defender la pureza de corazón en medio de la permisividad reinante que «encorva la gente» y la mantiene como a la mujer que hoy aparece en el Evangelio (Lc 13,10-17), que no se podía enderezar. Jesús «desata» a esa «hija de Abrahán» (cf. Lc 8,42.48.49) de las «ataduras» que le impedían disfrutar de la plena condición humana, devolviéndole su dignidad, por encima del resto de la creación —«el buey o el burro»—, a fin de que pudiera vivir con la cabeza en alto la enseñanza sobre el reino que le impartirá de inmediato. La delicadeza y los signos de Dios, las maravillas que Jesús realiza no solo en la vida de aquella mujer, sino en las nuestras, los detalles del diario vivir en amor y solidaridad, «alumbran» nuestro camino y nos invitan a nosotros también a «ser luz». Sepamos mirar la luz, el amor, la bondad, lo positivo de las personas; y en todo alabemos a Dios, aunque no entendamos bien su lenguaje de amor y elección. La Virgen María por eso guardaba muchas cosas en su corazón, las meditaba y con ello se hacía luego «luz» para los demás. ¡Bendecido lunes iniciando una nueva semana laboral y académica!
Padre Alfredo.
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