jueves, 4 de octubre de 2018

«O por fraile o por hermano, todo el mundo es franciscano»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hay un dicho popular que reza así: «O por fraile o por hermano, todo el mundo es franciscano». Y es que no cabe duda de que Francisco de Asís, el santo varón que hoy celebramos, es uno de los santos d que más simpatizantes tiene entre los católicos, los creyentes y hasta entre los agnósticos y ateos de todo el mundo. San Francisco, «el pobrecillo de Asís», fue un hombre colmado de dones y cualidades humanas que hacen que hasta el día de hoy, muchos se fijen, o nos fijemos, en este frailecillo extraordinario, en el que la unión de esas cualidades con la búsqueda incesante de la santidad, como modelo para buscar, seguir e imitar a Cristo Jesús con la sana y profunda alegría de saber que somos amados y llamados por Dios para ser, como Francisco lo es, expresión de su misericordia en el mundo. Por algo cautivó este santito a Manuelita de Jesús —la que luego sería la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento— y la impulsó a hacer de ella una profesional de la pobreza, de la sencillez, de la alegría y de la humildad. Nos lo dejó —a la Familia Inesiana— como patrono secundario junto a santa Clara (11 de agosto) y a santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, a quien acabamos de celebrar (1 de octubre). Muchas fueron las cosas que de él le cautivaron, estas son solo algunas de sus frases referentes a él: «Francisco llegó tan pronto a las alturas, porque descendió mucho muy bajo por la humildad» (C.C., 6/3/1956). «Amar y practicar el espíritu de alegría, para que lleguemos a ser cristocéntricos, con el amor de los serafines, como lo fueron los seráficos Francisco y Clara» (C.C., 10/1968). «Nuestros criterios tienen que unificarse en el de Cristo nuestro Señor, su Evangelio, su pasión, su muerte y su resurrección. Esto, y no otra cosa, hizo de san Francisco y santa Clara los santos tan seráficos que son. Es decir: amaron a Dios con amor de serafines.» (C.C. 3/12/1971). 

Ayer tuve la bendición de compartir la Eucaristía y un rico y frugal desayuno con algunas hermanas Misioneras Clarisas venidas de Rusia, de Indonesia y de diversas comunidades de México que se unieron al triunvirato de la comunidad de la Casa de la Villa que forman las hermanas Antonella, Lupita y Reina. ¡Cómo palpé esa herencia que nuestra amada fundadora bebió en sus 16 años de vida al estilo franciscano en el convento de Clarisas del Ave María! La Misa, los cantos, los alimentos sencillos y sabrosos, la conversación, el gozo de vivir el Evangelio y la misión… todo eso que viene desde los primeros años de fundación de nuestra Familia Inesiana, cuando ella, con sencillez, llamaba a San Francisco y Santa Clara «nuestros seráficos padres». Estos días, al leer el libro de Job, y encontrar en él como hoy (Job 19,21-27) un corazón tan humano que puede ser el de cualquiera de nosotros, me parece ver también allí a Francisco, que, como Job, se sabe «pequeño y frágil»; tan pequeño, que siente que ocupa tan poco espacio que deja lugar para todos. Si alguien ha tenido la experiencia de estar en Asís —como me ha tocado a mí varias veces por gracia de Dios— capta que allí, en ese ambiente «franciscano» y por lo mismo «cristificado», nadie se siente solo, aplastado u opacado por nadie, y su figura, la persona de Francisco, crea un escenario familiar en donde todos nos sentimos bien, gozando de la libertad que nos enseña este hombre santo que, desposado con la «Dama Pobreza» —como él llama a esta virtud—, parece estar por aquí y por allá… ¡Cómo lo experimenté ayer con mis hermanas Misioneras Clarisas! 

Francisco, al saberse amado y llamado, pudo descubrir que la fe, para el creyente, es una apuesta que se ha de cultivar desde la propia pobreza, un salto a lo desconocido confiando en Dios de todo a todo. Eso es lo que le pasó a Job, a Madre Inés, a Clara y a Teresita, a Francisco Xavier, a Carlos de Foucauld y a muchos más, porque el que confía en Dios, lanzándose a lo desconocido, no cae en manos de la nada, sino en las del Padre: con ese Padre: «¡veré a Dios, con mis ojos, y El no se apartará de mí!» (Job 19,27). Así lo hizo Jesús: «Padre, me pongo en tus manos...» Por eso las consignas de Jesús que leemos en el Evangelio de hoy (Lc 10,1-12) no son recomendaciones de orden doctrinal y no se refieren al contenido de la fe que hay que enseñar, sino instrucciones que versan sobre el comportamiento de los que han escuchado su Palabra y la siguen; sus actitudes concretas, su indumentaria, sus provisiones, porque para Jesús, la vida del que le quiera seguir debe ser ante todo un acontecimiento. Los santos, como Francisco de Asís nos recuerda, anuncian el Reino de Dios ante todo por su modo de vivir porque viven con Cristo, se mueven en su ambiente y respiran de Él. Hoy es jueves, podemos ir con María ante Jesús Eucaristía y decirle que nosotros también, como Francisco, meternos en sus entrañas y dejar que todo nos hable de Él, desde su presencia sacramental, el compartir con los hermanos, el agua del río y hasta la cara del hermano sol y la hermana luna. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico! 

Padre Alfredo.

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