Hace rato hemos celebrado la Eucaristía en un silencio colosal que lo envolvía todo. El padre Ceferino presidiendo y cuatro sacerdotes más concelebrando con él, unas 22 monjas, una novicia y dos postulantes; finalmente, otras 18 personas participando en la parte que la sobria y elegante capilla tiene para los laicos. Así, , viviendo cada parte de la Misa envueltos en el silencio para gozar el encuentro amoroso con Dios que nos recibe, que nos habla, que escucha la serenidad de los salmos en sencillas melodías que invitan a silenciar el corazón para no dejarlo todo allí en el templo, sino a llenarse del silencio que Jesús Eucaristía nos deja en el corazón para llevarlo al salir de aquí.
¡Cuánto hay que aprender a callar cuando no hay necesidad de hablar! ¡Cuánto parloteo en el mundo que me espera al regresar mañana a mi selva de cemento! ¡Cuánto ruido se puede anidar en el corazón! ¡Cuando hay que callar!
Aquí se escucha el correr del agua que baja al río al que avecina La Trapa, el mugir de las vacas del corral de las monjas, el ave que canta en la infinidad de árboles que rodean el monasterio... y a mí, ¿qué me dice todo este silencio? ¿Qué me espera saliendo de aquí?... la barahúnda de los camiones desde las 4:30 de la mañana que llegan a descargar al mercado, la irritante bocina del que vende los discos piratas exactamente frente a la parroquia, las mototaxis con sus estruendos y el claxon de cada una de ellas que parece hacerse sentir como la única... por eso quiero llevarme dos toneladas de silencio de aquí. ¡Ven, Jesús, ven conmigo!
Padre Alfredo.
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