miércoles, 30 de septiembre de 2020

«El seguimiento de Cristo en medio de la pandemia»... Un pequeño pensamiento para hoy

Para nadie queda duda de que vivimos en tiempo incierto y más lo podemos palpar por la pandemia mundial ocasionada por la COVID-19 que ha estado transformado la vida de millones de personas de una manera inimaginable desde hace apenas unos meses. Los cambios se han estado dando tan rápidamente, que ha tomado por sorpresa a la mayoría de la población mundial. Todos seguimos tratando de adaptarnos a esta nueva realidad con la esperanza de que acabe pronto la pandemia, aunque es imposible predecir cuánto durará y qué consecuencias tendrá para todos. En estos días de crisis y de confinamiento en casa, el Señor nos sigue hablando y nos invita a seguirlo sin aferrarse a nada ni a nadie sino sólo a Él. Eso es lo que me viene a la mente y al corazón meditar al ver el Evangelio de hoy (Lc 9, 57-62) con quienes quieren seguir a Jesús y a quienes Él mismo invita a seguirlo. Parecería curioso de entrada decir que la tierra no es el espacio de Jesús, pero así es, Él camina hacia la muerte y aquellos que quieran seguirle se apuntan al mismo destino. Jesús, encarnación del Amor, no tiene lugar en la tierra, no tiene casa, ni ciudad, ni pueblo; ni siquiera tiene lo que poseen los animales. Él es la entrega total, el que camina a Jerusalén, el Hijo del hombre, cuya patria no es la tierra. 

Para ser discípulo–misionero de Cristo se requiere el «en seguida» y el «totalmente». (Mt 4. 20; Ga 1. 16; 1 Co 9. 24ss.). No hay tiempo que perder aunque suene esto a dejar cosas importantes. Muchos hermanos nuestros han muerto en estos días por la pandemia y muchos de ellos, que son creyentes, han perseverado en la fe; pero no todos han muerto de COVID-19, sino de un sin fin de situaciones que en el recorrido frágil por esta tierra se le presentan a todo hombre y a toda mujer. Unos han sido llamados a la Casa Paterna por otras enfermedades o por algún accidente inesperado. Unos, de repente estando muy bien, han caído fulminados por un infarto... no sabemos con certeza cuánto más estaremos aquí, un minuto más o montones de años, pero una cosa es cierta, el hombre y la mujer de fe saben reconocer que Jesús nos invita a seguirle «ya», «aquí» y «ahora» en medio de lo que la vida diaria nos pueda otorgar, incluso una pandemia como esta de gran magnitud e incertidumbre. Este seguimiento de Cristo alude, en la perícopa evangélica de hoy simplemente a la vocación cristiana. Jesús ha convocado y convoca a todos los hombres, invitándoles a recibir el don del Reino y asumir su destino de fidelidad y sufrimiento. A quien se atreva a acompañarlo le ha ofrecido lo que tiene: el camino de la cruz, la propia soledad, el sufrimiento, para luego abrazar la resurrección. El Reino de Jesús no es una mezcla entre el sí y el no o un espérame tantito; por eso lo recibe el que se arriesga.

Y así se han arriesgado los santos, al haberlo dejado todo por hacer de Cristo el centro de sus vidas. Así es el caso de San Jerónimo, que ha sido el hombre que en la antigüedad estudió más y mejor la Biblia. Sus últimos 35 años los pasó en una gruta, junto a la Cueva de Belén dejando su vida pasada atrás y dedicándose a la traducción de las Sagradas Escrituras al Latín en una versión conocida como la «Vulgata» de la cual se han obtenido innumerables traducciones modernas teniendo este texto latino como base. Jerónimo solía decir que el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue —decía claramente— que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras, el 30 de septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo estaba debilitado por tantos trabajos y penitencias, y la vista y la voz agotadas, y parecía más una sombra que un ser viviente, entregó su alma a Dios para ir a recibir el premio de sus fatigas. Se acercaba ya a los 80 años. Más de la mitad los había dedicado a la santidad y al estudio de las Sagradas Escrituras. San Jerónimo es uno de los Doctores de la Iglesia y a él le pedimos, junto a María Santísima, Trono de la Sabiduría, capacidad para hacer a un lado lo que estorba en el seguimiento de Cristo y un gran amor a las Sagradas Escrituras. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 29 de septiembre de 2020

LETANÍA DE LOS ÁNGELES...



Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo, ten piedad de nosotros.

Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.

Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.


Dios Padre, Creador de los Ángeles, ten piedad de nosotros.

Dios Hijo, Señor de los Ángeles, ten piedad de nosotros.

Dios Espíritu Santo, Vida de los Ángeles, ten piedad de nosotros.

Santísima Trinidad, delicia de todos los Ángeles, ten piedad de nosotros.


Santa María, ruega por nosotros.

Reina de todos los Ángeles, ruega por nosotros.


Santos Querubines, Ángeles de la Palabra, rueguen por nosotros.

Santos Tronos, Ángeles de la Vida, rueguen por nosotros.

Santos Ángeles de la Adoración, rueguen por nosotros.

Santas Dominaciones, rueguen por nosotros.

Santas Potestades, rueguen por nosotros.

Santos Principados del Cielo, rueguen por nosotros.

Santas Virtudes, rueguen por nosotros.


San Miguel Arcángel, ruega por nosotros.

Vencedor de Lucifer, ruega por nosotros.

Ángel de la fe y de la humildad, ruega por nosotros.

Preservador de la santa unción, ruega por nosotros.

Patrono de los moribundos, ruega por nosotros.

Príncipe de los ejércitos celestes, ruega por nosotros.

Compañero de las almas de los difuntos, ruega por nosotros.

San Gabriel Arcángel, ruega por nosotros.

Santo Ángel de la encarnación, ruega por nosotros.

Fiel mensajero de Dios, ruega por nosotros.

Ángel de la esperanza y de la paz, ruega por nosotros.

Protector de todos los siervos y siervas de Dios, ruega por nosotros.

Guardián del santo bautismo, ruega por nosotros.

Patrono de los sacerdotes, ruega por nosotros.

San Rafael, arcángel, ruega por nosotros.

Ángel del amor divino, ruega por nosotros.

Vencedor del enemigo malo, ruega por nosotros.

Auxiliador en la gran necesidad, ruega por nosotros.

Ángel del dolor y de la curación, ruega por nosotros.

Patrono de los médicos, de los caminantes y de los viajeros, ruega por nosotros.


Grandes arcángeles santos, rueguen por nosotros.

Ángeles del servicio ante el trono de Dios, rueguen por nosotros.

Ángeles del servicio para los hombres, rueguen por nosotros.

Santos ángeles custodios, rueguen por nosotros.

Auxiliadores en nuestras necesidades, rueguen por nosotros.

Luz en nuestra oscuridad, rueguen por nosotros.

Apoyo en todo peligro, rueguen por nosotros.

Exhortadores de nuestra conciencia, rueguen por nosotros. 

Intercesores ante el trono de Dios, rueguen por nosotros.

Escudo de defensa contra el enemigo maligno, rueguen por nosotros.

Constantes compañeros nuestros, rueguen por nosotros.

Segurísimos conductores nuestros, rueguen por nosotros.

Fidelísimos amigos nuestros, rueguen por nosotros.

Sabios consejeros nuestros, rueguen por nosotros.

Ejemplos de nuestra obediencia, rueguen por nosotros.

Consoladores en el abandono, rueguen por nosotros.

Espejos de humildad y de pureza, rueguen por nosotros.

Ángeles de nuestras familias, rueguen por nosotros.

Ángeles de nuestros sacerdotes y pastores, rueguen por nosotros.

Ángeles de nuestros niños, rueguen por nosotros.

Ángeles de nuestra tierra y patria, rueguen por nosotros.

Ángeles de la santa iglesia, rueguen por nosotros.

Todos los santos ángeles, rueguen por nosotros.


Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo. Perdónanos, Señor.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo. Óyenos, Señor.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo. Ten piedad y misericordia de nosotros.



«Miguel, Gabriel y Rafael»... Un pequeño pensamiento para hoy


Celebramos hoy la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. El arcángel Miguel, cuyo nombre significa «quién como Dios», aparece en el Apocalipsis en una guerra frontal con Satanás, el cual es derrotado y arrojado a la tierra. Miguel aquí representa a los mártires, que han derrotado a Satanás, gracias a la sangre del Cordero y al testimonio que dieron. Gabriel y Rafael, son otras representaciones históricas de Dios. Gabriel significa «fuerza de Dios» y Rafael «medicina de Dios». Celebrando en este día la festividad de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, celebramos al mismo Dios que ha santificado, por medio de Jesús, incluso a los mismos espíritus celestes, pues nadie puede ver ni gozar de Dios sino por medio de Jesús, ya que no hay otro Nombre en el cielo —para los espíritus celestes— ni en la tierra —para los hombres— mediante el cual se pueda alcanzar la salvación. Gabriel fue enviado para anunciar a María Santísima la concepción virginal del Hijo de Dios, que es el principio de nuestra redención (cf. Lc 1). Miguel lucha contra los ángeles rebeldes y los expulsa del cielo (cf. Ap 12). Nos anuncia, así, el misterio de la justicia divina, que también se ejerció en sus ángeles cuando se rebelaron, y nos da la seguridad de su victoria y la nuestra sobre el mal. Rafael acompaña a Tobías, lo defiende y lo aconseja y cura finalmente a su padre Tobit. Por esta vía, nos anuncia la presencia de los ángeles junto a cada uno de nosotros: el ángel que llamamos de la Guarda y que celebraremos el 2 de octubre próximo.

En el evangelio de este día (Jn 1,47-51), Jesús anuncia a Natanael —que lo reconoce como Hijo de Dios y rey de Israel—, un tiempo en el que el cielo quedará abierto y los ángeles, mensajeros de Dios, antes recluidos en el cielo, bajarán y subirán trayendo y llevando mensajes de Dios a los hombres y de éstos a Dios, modo de decir que llegará un día en el que Dios y el hombre podrán comunicarse directamente. Este texto alude al sueño de Jacob en Betel (Gn 28,11-27). Según este, Jacob vio «una rampa que arrancaba del suelo y tocaba el cielo con la cima. Ángeles —mensajeros— de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en lo alto y dijo: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra donde te has acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur, y todas las naciones del mundo serán benditas por causa tuya y de tu descendencia». 

Este sueño se hace realidad con Jesús, el Hijo del hombre, que hace posible en la cruz la plena comunicación del hombre con Dios, a cuyos pies nace un nuevo pueblo formado, no sólo por judíos, sino por todos los pueblos de la tierra, sobre el que Dios reinará. La promesa de Dios a Abrahán llega a su plena realización en Jesús. Nunca antes había existido una comunicación tan plena entre Dios y los hombres. Gabriel, Rafael y Miguel son símbolos de esa comunicación que se da entre Dios y los hombres, un Dios que en Jesús infunde fuerza, —Gabriel= Dios es fuerte—, sana —Rafael: Dios sana— y se muestra totalmente diferente —Miguel = quién como Dios— como Padre de todos. Se llaman, precisamente, «arcángeles», es decir, príncipes de los ángeles, porque son enviados para las más grandes misiones. Meditemos en este día de los arcángeles que «suben y bajan» sobre el Hijo del hombre, que sirven a Dios, pero le sirven en beneficio nuestro. Dan gloria a la Trinidad Santísima, y lo hacen también sirviéndonos a nosotros. Y, en consecuencia, veamos qué devoción les debemos y cuánta gratitud al Padre que los envía para nuestro bien. Entre muchos otros títulos, dedicamos a nuestra Madre del Cielo el de «Reina de los Ángeles». A Ella suplicamos confiadamente que nos recuerde, siempre que sea preciso, que contamos para nuestro bien con la poderosa y amable asistencia de los ángeles y la pedimos especialmente en estos tiempos dan difíciles de la pandemia de Covid-19. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 28 de septiembre de 2020

«El servicio es la clave»... Un pequeño pensamiento para hoy

En el Evangelio de este día (Lc 9, 46-50) Jesús manifiesta de nuevo su conocimiento profundo de los corazones de los hombres y plantea el problema de la grandeza en el Reino de Dios. ¿Quién es el mayor? Para san Lucas todo se centra en un problema de servicio. La pregunta estaba mal planteada por los discípulos. El mayor es no el «niño», sino aquel que le sirve y no simplemente le sirve, sino el que le sirve «en nombre de Jesús», es decir, se trata de un servicio sencillo, no raro y rebuscado, basado únicamente en el hecho de que es seguidor de aquél que «ha venido a servir» (Mt 20,28) y un discípulo de Jesús, por serlo, tiene obligación de hacer lo mismo (Lc 17,10). En esto se mide la cercanía de Jesús, en el servicio (2 Ts 1,11ss). Lo grande no es reinar, sino servir. Para Jesús el servir es cosa grande: porque servir al más despreciado de los hombres, es servir a Dios... y es imitar a Jesús. El destino personal de Jesús ha estado en contradicción total con lo que los hombres sueñan habitualmente. ¡De ahí su grandeza! 

Pero es poco lo que como comunidad de creyentes, como discípulos–misioneros de Cristo hemos entendido de la enseñanza y del ejemplo de Jesús, en su actitud de Siervo: «No he venido a ser servido sino a servir». Tendría que repetirnos la lección del niño puesto en medio de nosotros como «el más importante». El niño era, en la sociedad de su tiempo, el miembro más débil, indefenso y poco representativo. Pues a ése le pone Jesús como modelo para servir a todos. Las palabras de Jesús ponen de manifiesto que las aspiraciones de un discípulo no deben imitar las aspiraciones de los discípulos de los fariseos, que además sentían «la exclusiva» del mensaje. Éstos sólo buscaban el reconocimiento y la popularidad manipulando a la gente para ganar posición social. El discípulo de Jesús no se debe dejar llevar por aquello, sino que, siguiendo el ejemplo del niño sirviente, se pondrá en el último lugar para servir y animar a los hermanos. Sólo la actitud de servicio le dará una nueva dimensión al ser humano.

Uno de los hombres que destaca en esta actitud de servicio es el Beato Bernardino de Feltre, Misionero de la Orden de Frailes Menores que nació en Feltre, Italia, en 1439 y murió en Pavía, el 28 de septiembre de 1494. Inspirado para ingresar en la Orden Franciscana Bernardino recibió el Hábito. Completó exitosamente sus estudios en Mantua y fue ordenado sacerdote en 1463. Sanado milagrosamente de un defecto en su dicción, Bernardino inició su largo y fructífero apostolado, que le mereció ser clasificado como uno de los más grandes misioneros franciscanos del siglo XV. Los frutos de su trabajo fueron maravillosos y perdurables. Sin embargo, Bernardino será mejor recordado en conexión con los «Montes de Piedad», de los que él fue reorganizador y en cierto sentido, su fundador para el servicio de los más pobres y necesitados. A él le podemos pedir que no abandonemos nunca la oportunidad de servir a los hermanos, porque es al mismo Cristo al que podemos estar sirviendo y como María, que en Caná no tuvo nada para dar, pidámosle a su Hijo que sea Él quien haga el milagro. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 27 de septiembre de 2020

«La parábola de los dos hijos»... Un pequeño pensamiento para hoy

La parábola que este domingo san Mateo nos presenta (Mt 21,28-32) parece ser, definitivamente la más clara, sencilla y evidente de las parábolas de Jesús en el Evangelio. Con esta parábola, Jesús reprocha la conducta de los que sólo tienen buenas palabras, y alaba en cambio la de aquellos que terminan cumpliendo la voluntad de Dios aunque sea a regañadientes. Comprueba que los santurrones de Israel, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, van a la zaga en el camino del reinado de Dios, mientras que los pecadores, publicanos y prostitutas, les llevan la delantera. Pero traigamos la parábola hasta nosotros: La viña a la que Dios nos pide que vayamos a trabajar es la viña del mundo y de los hombres; y la tarea a realizar es ésa: practicar el derecho y la justicia; conseguir una vida mejor para el hombre; hacer que brille ante toda la creación la grandeza del ser humano; conseguir que la fraternidad sea una realidad que alcance a todos; evitar todo dolor, todo sufrimiento, toda soledad. Desde aquí es que se puede entender lo que es la misericordia y cómo el Papa Francisco constantemente hace alusión a estos puntos.

En la parábola, uno de los hijos contestó «sí» al mandato de su padre, pero no fue a trabajar a la viña; el otro contestó «no», pero fue a cumplir su mandato. El segundo hizo lo que el padre quería, aunque resultó, a primera vista, díscolo y desobediente. No es decir lo importante en el hombre de fe, sino decir y actuar, traducir en obras lo que se dice. Cristo enfrenta a sus interlocutores, lo más escogido de su pueblo, con la parábola y, por si no lo habían entendido bien se lo explica con toda claridad advirtiéndoles de algo que les debió sentar como un tiro: los publicanos y las prostitutas les precederán en el Reino de los cielos. Es de presumir que el escándalo que tal afirmación provocaría en los hombres «perfectamente religiosos» que lo oían sería mayúsculo. Pero ahí está la parábola y la interpretación hecha por el mismo Jesús para que no quepan dudas. El que sea capaz de «ir a la viña» y trabajar donde y como manda el dueño de aquélla, ése es el que cumple como bueno; el que sólo habla, aunque sea con hermosos y sabios contenidos, pero luego no trabaja de acuerdo con esos mismos contenidos, con ese «sí» que pronuncia fácilmente, no puede acertar.

Hoy es el día de san Vicente Paúl, un sacerdote que lleno de misericordia y de espíritu misionero en París al servicio de los pobres, veía el rostro del Señor en cada persona doliente. Fundó la Congregación de la Misión —Paúles, extendidos por el mundo entero—, al modo de la primitiva Iglesia, para formar santamente al clero y subvenir a los necesitados, y con la cooperación de santa Luisa de Marillac, fundó también la Congregación de Hijas de la Caridad —con casas en muchas partes también hoy—. Es una de las figuras más representativas del catolicismo en la Francia del siglo XVII. Además de fundador de estas dos congregaciones, fue nombrado Limosnero Real por Luis XIII, función en la cual abogó por mejoras en las condiciones de los campesinos y aldeanos. Realizó una labor caritativa notable, sobre todo durante la guerra de la Fronda, una de cuyas consecuencias fue el incremento de menesterosos en su país. La espiritualidad de san Vicente posee la solidez del corazón que la vive sin reservas, no se queda en palabras, sino que salta a la acción. El 18 de abril de 1659, un año antes de su muerte, Vicente escribe unas largas consideraciones sobre la humildad, que presenta como la primera cualidad de un sacerdote de la Misión. Murió el 27 de septiembre de 1660. Que su ejemplo nos anime a convertir el «sí» que hemos dado al Señor, en un «Sí» como el de María a quien tanto amó. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 26 de septiembre de 2020

«El segundo aviso de la pasión de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Evangelio de hoy, en san Lucas (Lc 9,43-45) nos presenta el segundo anuncio de la Pasión; y lo sitúa justo en el momento que «la gente estaba admirada». Ocasión esta de profundizar en la conciencia íntima de Jesús: el sacrificio de su vida, que termina su «viaje aquí abajo», y que relatan los cuatro evangelistas, ¡no es simplemente un episodio, el último... es el centro! Jesús pensaba en ello desde mucho tiempo. Se preparó detenidamente. Y trató, en vano, de preparar a sus apóstoles que no entendían sus palabras. Los apóstoles, seguramente, no querían abordar ese asunto con Él, porque interiormente rehusaban la muerte de Jesús. No comprendían, por nada, que ese era su mayor acto de amor. Y, además, «les daba miedo preguntarle sobre el asunto». Los seguidores de Jesús, como mucha de gante de su tiempo, tenían en su cabeza un mesianismo político, con ventajas materiales para ellos mismos, y discutían sobre quién iba a ocupar los puestos de honor a la derecha y la izquierda de Jesús. La cruz no entraba en sus planes.

Muchos, en nuestros días, quisieran sólo el consuelo y el premio, no el sacrificio y la renuncia para seguir a Jesús y ser como Él. A muchos les incomoda aquello de que «el que me quiera seguir, tome su cruz cada día» (Lc 9,23; Mt 16,24). Pero ser seguidores de Jesús, ser sus discípulos–misioneros, exige radicalidad, no creer en un Jesús que se hace a la medida o que deja de lado la cruz. Ser colaboradores suyos en la salvación de este mundo exige su mismo camino, que pasa a través de la cruz y la entrega, como tuvieron ocasión de experimentar aquellos mismos apóstoles que ahora no le entienden, pero que luego, después de la Pascua y de Pentecostés, estarán dispuestos a sufrir lo que sea, hasta la muerte, para dar testimonio de Jesús. ¡Cuánto testimonio tiene que dar el discípulo–misionero en medio de la adversidad como esta que estamos pasando en medio de la calamidad de la Covid-19! Seguimos a Jesús no únicamente por los premios que nos dé, sino llevando la cruz que todo este periodo que parece no acabar pronto, ocasiona.

Hoy la Iglesia celebra a los santos Cosme y Damián, unos gemelos que vivían en Aegeae, sobre la costa de la bahía de Alejandreta, en Cilicia, donde ambos eran distinguidos por el cariño y el respeto de todo el pueblo a causa de los muchos beneficios que prodigaba entre las gentes su caridad y por el celo con que practicaban la fe cristiana, ya que aprovechaban todas las oportunidades que les brindaba la vida y su profesión de médicos para difundir y propagar la fe. En consecuencia, al comenzar la persecución, resultó imposible que aquellos hermanos de condición tan distinguida, pasasen desapercibidos. Fueron de los primeros en ser aprehendidos por orden de Lisias, el gobernador de Cilicia y, luego de haber sido sometidos a diversos tormentos, murieron decapitados por la fe. Conducidos sus restos a Siria, quedaron sepultados en Cirrhus, ciudad ésta que llegó a ser el centro principal de su culto y donde las referencias más antiguas sitúan el escenario de su martirio. A principios del siglo V, se levantaron en Constantinopla dos grandes iglesias en honor de los mártires. La basílica que el Papa Félix (526-530) erigió en honor de Cosme y Damián en el Foro Romano, con hermosísimos mosaicos, fue dedicada posiblemente el 27 de septiembre. Ese día se celebró la fiesta de Cosme y Damián hasta su traslado al 26 de septiembre en el nuevo calendario. Los santos Cosme y Damián son nombrados en el canon de la misa y, junto con San Lucas, son los patronos de médicos y cirujanos. A ellos pidamos la fuerza para abrazar la Cruz como la abrazó María Santísima la corredentora. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 25 de septiembre de 2020

«Y tú, ¿quién dices que es Jesús?»... Un pequeño pensamiento para hoy

En el Evangelio de hoy (Lc 9, 18-22), contemplamos, de entrada, a Jesús que se ha ido a un lugar solitario para orar. Es interesante ver que san Lucas muestra a Cristo en oración cada vez que va a tomar una decisión importante o va a comprometerse en una nueva etapa de su misión (cf. Lc 3,21; 6,12; 9,29; 11,1; 22,31-39). Este evangelista, en este caso, es el único que menciona la oración de Cristo (v. 18) antes de obtener la profesión de fe en los suyos y de anunciarles su Pasión. Jesús reza porque el futuro no está en sus manos, sino en las manos del Padre y ciertamente la incertidumbre sobre lo que va a pasar reina en su corazón. Hay cosas que solamente al Padre están reservadas (Mt 20,23). Él pide a su Padre luz y ayuda porque afronta el misterio de la muerte que se perfila en el horizonte de su ministerio en la oscuridad de la conciencia y del saber humanos. Que Jesús pueda reunir en su oración la profundidad de su persona, donde se establece su vocación mesiánica es el índice de que dispone del Espíritu de su Padre.

Después de aquel momento de oración es que Jesús interroga a los discípulos y les pregunta: «Quién dice la gente que soy yo?... Y ustedes, «¿quién dicen que soy yo? La pregunta empieza con algo general —la gente— y se centra en los discípulos, los más cercanos a Jesús. En este hecho, al leer el Evangelio, nos damos cuenta de que Jesús se arriesga a interrogarnos a nosotros también. Las respuestas abundan. Se han escrito libros enteros para darlas. ¿Jesús? Un profeta asesinado, el Sagrado Corazón, verdadero Dios y verdadero Hombre, super-star... pero Jesús impone silencio... acababa de orar cuando planteó esta cuestión a sus discípulos. En la hora de su pasión será cuando pueda decir de verdad: «Padre, les he dado a conocer tu nombre» (Jn 17,26). Por ahora le dice a los discípulos que callen, que guarden silencio hasta que todo haya pasado y se manifieste vivo y Resucitado en su Cuerpo glorioso. Por eso nosotros sí podemos decir a los cuatro vientos que Jesús es «el Mesías de Dios», nuestro Redentor. Conocer a Dios será siempre un nuevo nacimiento, por eso antiguamente se cambiaba los nombres a quienes ingresaban a los conventos, para empezar una vida nueva. Lo mismo sucede con el Papa. Somos humanos, sabemos que aunque reconozcamos al Salvador fallamos, san Pedro no podrá decir de verdad el nombre de Jesús más que después de su negación y de la Pascua: «Tú lo sabes todo; tú sabes que te amo» (Jn 21,17). Aquel día, en vez de imponerle silencio, Jesús le alentará en su vocación de afianzar a sus hermanos.

Conocer a Dios es una pasión; un amor inmenso y un profundo sufrimiento a la vez. Conocer a Dios es una vocación, una llamada: «El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo» (Mt 16,24). Hacerse discípulo–misionero del Señor es una cuestión de opción y de obediencia. Ser discípulo–misionero es abrirse a una pregunta, dejarse cuestionar. Sin más seguridad que la gracia para salir vencedor de la prueba. Así lo han atestiguado los santos, así han reconocido a Jesús como el Mesías Redentor y muchos han dado su vida por él. Ejemplo de ellos son algunos de los santos y beatos que se celebran en este día: En Amiens, en la Galia Bélgica (hoy Francia), san Fermín, venerado como obispo y mártir. En el monasterio de la Santísima Trinidad, en la región de Moscú, en Rusia, san Sergio de Radonez, que, elegido como abad, propagó la vida de recogimiento que él había practicado primero, y hombre de carácter afable, fue consejero de príncipes y consolador de fieles cristianos, finalmente está el ejemplo del beato Marcos Criado que cerca de la ciudad de Granada, siendo sacerdote de la Orden de la Santísima Trinidad, para la redención de cautivos, fue mártir, víctima de los moriscos. Que María Santísima nos ayude a reconocer en todo momento a nuestro Mesías Redentor. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 24 de septiembre de 2020

«Curiosidad»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Evangelio de este día nos dice que Herodes tenía curiosidad de ver a Jesús (Lc 9,7-9). Herodes, en medio del relato de la misión de los Doce y el de la multiplicación de los panes se hace una pregunta sobre Nuestro Señor: «¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?» Se hablaba de Él, se contaban mil cosas sobre Él, se ponían en sus labios palabras que sin duda eran inverosímiles, se le atribuían hechos que eran exagerados por el entusiasmo popular y el fervor de las pasiones... A Herodes le picaba la curiosidad como se suele decir. Y aquel poderoso, que debía el trono al favor de los ocupantes, quería ver a aquel individuo un tanto extraño en una Galilea demasiado provinciana. La curiosidad es, quizás, por mucho, el primer paso para el encuentro y para la fe. El asombro, la sorpresa, la provocación son el pórtico que nos introduce en el descubrimiento de los laberintos de la casa y que nos inicia en el misterio de una morada. Curiosidad es sinónimo de descubrimiento; es tensión hacia un objeto entrevisto, deseado. ¡Ay del amor si no es curioso! el fuego que no se aviva, está ya muerto. Si Herodes hubiera aprovechado la curiosidad, otra cosa sería. Porque la fe es curiosidad, es decir, asombro que compromete a arriesgarse en la aventura, en un encuentro entrevisto y, en consecuencia, deseado. 

La fe es curiosidad, de forma que la duda le es indispensable. La incertidumbre y la incomprensión no son la cara contradictoria de la fe, el otro aspecto que se opondría a ella como se opone el negro al blanco. La incertidumbre y la incomprensión pertenecen al terreno de la fe como el hueco que espera ser llenado, como la espera que aguarda el encuentro, como el hambre que se alimenta con lo que pueda satisfacerla. Pocos años antes de cumplirse el siglo cristiano del Japón, que se inicia en 1549 con la llegada de san Francisco Javier, llegó a éste, para nosotros remoto país, el padre Antonio de León González. Era el año 1636. A los 16 años ingresó en la orden dominicana. Después de cursar sus estudios, fue ordenado sacerdote y destinado a proseguir estudios de especialización teológica. Ejerció luego como profesor de teología y maestro de estudiantes dominicos. El P. Antonio alternaba ambas actividades con la predicación. En esos ambientes y actividades, de estudio, de observancias religiosas y de predicación, nació, creció y se desarrolló en él un deseo de ser misionero y mártir. 

Un día, el padre Antonio escuchó una carta que invitaba a incorporarse a las misiones de Extremo Oriente y le dio curiosidad, embarcó rumbo a Filipinas. Nada más llegar manifestó su deseo de incorporarse de inmediato a las misiones del Japón. Fue elegido para encabezar el grupo misionero destinado al Japón para suplir las bajas de otros misioneros y animar a los cristianos perseguidos. San Antonio González llegó a Nagasaki enfermo, pero no escatimó fuerzas ni valentía al contestar al interrogatorio de las autoridades en las que no faltaron las incitaciones a la apostasía y a profanar las sagradas imágenes que portaba. Le sometieron, primero, al suplicio del agua ingurgitada y, viendo que no conseguían su propósito, a otros tormentos que agudizaron su fiebre de tal forma que tuvieron que llevarle en brazos a la cárcel, donde finalmente murió. Fue al amanecer del día 24 de septiembre del año 1637 cuando entregó su alma a Dios. Su cuerpo fue llevado a la colina sagrada de Nagasaki y echado al fuego. Que este santo varón y María Santísima intercedan por nosotros para que vivamos la fe en profundidad. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.


miércoles, 23 de septiembre de 2020

«El Evangelio acontece»... Un pequeño pensamiento para hoy


Un ejemplo muy claro de que el Evangelio acontece es la vida de san Pío de Pietrelcina, en quien de una manera particular se puede ver el Evangelio de hoy (Lc 9,1-6) encarnado. En este día la Iglesia celebra su memoria. El padre Francesco Forgione —su nombre de pila— nació en Pietrelcina, provincia de Benevento, el 25 de mayo de 1887. Creció dentro de una familia humilde, pero como un día él mismo dijo, nunca careció de nada. Fue un niño muy sensible y espiritual. Fue bautizado, hizo su Primera Comunión y la Confirmación en la Iglesia de Santa María de los Ángeles, la cual se podría decir fue como su hogar. Allí fue donde a los cinco años se le apareció el Sagrado Corazón de Jesús. Más adelante empezó a tener apariciones de la Virgen María que durarían por el resto de su vida. Ingresó a la Orden de los Frailes Menores Capuchinos en enero de 1903. El día anterior de entrar al Seminario, Francisco tuvo una visión de Jesús con su Santísima Madre. En esta visión Jesús puso su mano en su hombro, dándole coraje y fortaleza para seguir adelante. La Virgen María, por su parte, le habló suave, sutil y maternalmente penetrando en lo más profundo de su alma. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1910 en la Catedral de Beneveto, y en febrero de ese año se estableció en San Giovanni Rotondo, donde permaneció hasta su muerte, el 23 de setiembre de 1968.

El Evangelio de hoy nos relata que Jesús, habiendo convocado a los doce les dio poder y autoridad para: 1º Expulsar todos los demonios y curar las enfermedades... 2º Proclamar el reino de Dios... Nos dice que los Apóstoles se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea: 1º Anunciando la "buena noticia"... 2º Curando en todas partes... En este pasaje encaja la extraordinaria vida del padre Pío. El Padre Pío, quien tuvo la capacidad de leer los corazones y las conciencias, además del don de profecía y la curación milagrosa por el poder de la oración. También tenía trato familiar con su ángel guardián, con el que tuvo la gracia de comunicarse toda su vida y el cual sirvió grandemente en la misión que él recibiría de Dios. Es también cierto que los demonios lo torturaron. Desde niño acostumbraba a cobijarse bajo la sombra de un árbol particular durante los cálidos y soleados días de verano. Amigos y vecinos testificaron que fueron en más de una ocasión las veces que le vieron pelear con lo que parecía su propia sombra. Estas luchas continuarían por el resto de su vida.

Además el padre Pío tenía el don de la Bilocación (estar en dos lugares al mismo tiempo) y la sangre de sus estigmas tenía fragancia de flores. A san Pío llegaban a verle multitud de peregrinos y además recibía muchas cartas pidiendo oración y consejo. Los médicos que observaron los estigmas que el Señor le concedió, no pudieron hacer cicatrizar sus llagas ni dar explicación de ellas. Calcularon que perdía una copa de sangre diaria, pero sus llagas nunca se infectaron. El Padre Pío decía que eran un regalo de Dios y una oportunidad para luchar por ser más y más como Jesucristo. El Padre Pío es un poderoso intercesor. Los milagros se siguen multiplicando. Con la Palabra de Dios como arma, san Pío vivió la pobreza evangélica de la que nos habla el relato de san Lucas de este día, sin demasiadas provisiones para el camino y convencido de que en algunos lugares lo acogerán bien y en otros, no. Quienes habla del Dios providente, padre bueno, como lo hacía el padre Pío, no puede ir por la vida cargado de provisiones; los heraldos de la paz mesiánica no irán provistos de bastón para hacer frente a eventuales agresores, sino dispuestos a ofrecer la otra mejilla. El auténtico evangelizador lleva el mensaje «incorporado» como san Pío de Pietrelcina, que lo supo vivir. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 22 de septiembre de 2020

«Somos familia de Dios con María y los santos»... Un pequeño pensamiento para hoy


«Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica», dice Jesús en el Evangelio de este día (Lc 8,19-21). Estas palabras han resonado a lo largo de los siglos y han sido motivación para que muchos sigan a Cristo dejándolo todo. La comunidad con Jesús va más allá de la sangre, porque está en oír y hacer realidad la Palabra. María es Madre de Jesús por el «sí» total y absoluto, dado un día a la palabra de Dios. Ella fue un «sí» a la Luz y dio a luz la Luz del mundo; no se la apropió, la entregó y esta misma donación la hace madre y hermana de todos los que siguiendo sus huellas son un sí a la Palabra y un ejemplo para el ser y quehacer de la Iglesia. Los que escuchan y cumplen la palabra de Jesús se convierten en su familia. No son siervos que están fuera y que reciben por simple compasión un don de amor. Son la madre y los hermanos; es decir, forman con Jesús un mismo hogar de comunión y de confianza. Este texto, con la parte central que he mencionado, me lleva a ver qué clase de seguidores de Cristo queremos ser: «los que sólo quieren verlo», como el antiguo Israel (Mt 8,20: cf. Mt 9,18-19; Mt 10,24); «los que sólo escuchan», como la multitud de los oyentes (Mt 8,10); o cómo «los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen en práctica» (Mt 8,21).

Ser cristiano significa vivir en el misterio del amor que Dios nos comunica como nueva posibilidad de existencia; pero, a la vez, supone lograr que el don se expanda de tal forma que se convierta para nosotros en un principio de existencia: desde el amor de Dios debemos llegar a ser familia de amor para los otros. Ésta es el alma de la Iglesia, y la Iglesia es su fruto. De la palabra de Dios brota siempre una Iglesia viva en salida. Ésta viene a ser familia de Cristo oyendo y guardando la palabra de Dios. Si escuchamos la Palabra de Jesús, nos hacemos semejantes a Él, poco a poco vamos pensando y reaccionando como Él... como si viviéramos familiarmente con Él, como hermanos. Nosotros pertenecemos a la familia de Jesús según esta nueva clave: escuchamos la Palabra y hacemos lo posible por ponerla en práctica. Muchos, además, que hemos hecho profesión religiosa o hemos sido ordenados como ministros, hemos renunciado de alguna manera a nuestra familia o a formar una propia, para estar más disponibles en favor de esa otra gran comunidad de fe que se congrega en torno a Cristo. Pero todos, sacerdotes, religiosos, casados y solteros, debemos servir a esa Familia de los creyentes en Jesús, trabajando también para que sea cada vez más amplio el número de los que le conocen y le siguen.

Los santos niños tlaxcaltecas Cristóbal, Antonio y Juan, a quienes celebramos el día de hoy, fueron martirizados entre los años 1527 y 1529 por predicar la doctrina cristiana en la Nueva España —hoy México—. Cristóbal cursó sus estudios en la escuela franciscana de Tlaxcala hacia 1524 – 1527. Murió a la edad de 12 años. Su papá irritado furiosamente porque el niño no quiso adorar a los ídolos, lo martirizó arrojándolo al fuego luego de golpearlo. Sobre Antonio y Juan, se sabe que fueron educados en la primera escuela franciscana de Tlaxcala. Dos años después del martirio de Cristóbal, llegaron a Tlaxcala dos Dominicos. Viendo a tantos niños de la escuela franciscana, suplicaron a Fray Martín de Valencia que les diera a algunos para compañeros, ya que les servirían de catequistas e intérpretes. Entre ellos fueron designados Antonio y Juan. Llegados a Tepeaca, los frailes comenzaron la predicación del Evangelio; los niños se dedicaron a recolectar ídolos y fueron sorprendidos por los naturales, que los mataron a palos. Pidamos a María Santísima, la primera en escuchar la Palabra y hacer familia, que nos ayude a nosotros también a ser valientes para vivir la fe en la familia de Cristo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 21 de septiembre de 2020

«La hermana Aída de la Cruz, una misionera de una voz privilegiada»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LXXII

Cuando era Vanclarista, allá a fines de los años 70’s, conocí a una hermana Misionera Clarisa que estaba en silla de ruedas y que tenía una voz maravillosa, era la hermana Aída de la Cruz, una mujer consagrada que le dio a Dios su voz para alabarlo y para evangelizar en un tiempo en que eso de la música no era muy aprovechado para llevar la Buena Nueva. Entré al seminario en 1980 y al poco tiempo, en 1982, me enteré de su fallecimiento. La recuerdo aunque han pasado muchos años pues su testimonio de alegría, desde la silla de ruedas, en mi plena juventud, me conmovió, pues tendría yo unos 15 años cuando la conocí.

Guadalupe Cristina Rosas Mujica —ese era su nombre de pila—, nació el 21 de abril de 1927 en la ciudad de Puebla de los Ángeles, en el estado de Puebla. Ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 12 de diciembre de 1947, cuando el instituto apenas nacía. Inició su noviciado el 14 de junio de 1948, recibió el nombre en religión de María Aída de la Cruz y realizó su primera profesión religiosa el 16 de agosto de 1951. Su profesión perpetua tuvo lugar el 12 de diciembre de 1953.

Durante su vida religiosa como misionera, trabajó arduamente con gran celo apostólico en las diversas encomiendas que recibía, trabajando por ejemplo entre los indígenas de la misión de Chiapas y la penitenciaría de Cuernavaca. La hermana, según testimonios de los mismos presos, era un alma comprensiva y tierna. Fue también sub maestra de novicias en la casa de formación de las Misioneras Clarisas. Yo la conocí en la casa de Monterrey cundo y estaba muy enferma.

Siempre fue muy alegre y entusiasta. Con su voz privilegiada llegó a grabar algunos discos que motivaron la fe de muchas almas. La madre Aída, como era conocida, era una enamorada de la Santísima Virgen de Guadalupe.

Son vagos los datos que hay sobre su vida, a mí me basta recordar su carita sonriente dándole gloria a Dios en medio de la enfermedad de sus últimos años. Murió el 6 de noviembre de 1982 confortada con todos los auxilios espirituales.

Descanse en paz la hermana Aída de la Cruz.

Padre Alfredo.

«San Mateo, Apóstol y Evangelista»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy celebramos la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Él mismo nos cuenta en su Evangelio su conversión (Mt 9,9-13). Estaba sentado en el lugar donde recaudaban los impuestos y Jesús le invitó a seguirlo. Mateo —dice el Evangelio— «se levantó y lo siguió» (Mt 9,9). San Mateo es alguien que en el grupo de los Doce es totalmente diferente de los otros apóstoles, tanto por su formación como por su posición social y riqueza. Se ve, por su tarea de recaudador de impuestos, que debe haber estudiado economía para poder fijar el precio del trigo y del vino, de los peces que le traerían Pedro y Andrés y los hijos de Zebedeo y el de las perlas preciosas de que habla el Evangelio. En su conversión se hace presente la misericordia de Dios como lo manifiestan las palabras de Jesús ante la crítica de los fariseos: «Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13).

Parecería extraño que de buenas a primeras san Mateo lo haya dejado todo para seguir a Jesús, pero es que cuando Dios llama, cuando Él da la vocación —en este caso llamando con fuerza con su voz— el Señor lo iluminaba de un modo interior e invisible para que seguirle y éste, es el caso de este Apóstol y Evangelista. Jesús, al llamarlo, infundió en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiera que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible. El publicano Mateo recibió en alimento por corresponder al llamado, «el pan de vida e inteligencia» (Si 15,3); y de esta misma inteligencia hizo en su casa un gran banquete para Nuestro porque había sido hecho partícipe de una abundante gracia, conforme a su nombre, que quiere decir «don del Señor». Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios. A san Mateo lo conocemos además por su Evangelio, un escrito inspirado por Dios para perfilar la figura de la Iglesia. 

En su Libro Santo, el Apóstol y Evangelista se dirige a una comunidad de lengua nueva y de mayorías judeo–cristiana, es decir, de gente que provenía del judaísmo. Probablemente su Evangelio fue escrito después del año 70 y antes del 90 como fecha tope. A partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130 se conoce más de esto cuando escribe Papías: «Mateo recogió las palabras —del Señor— en hebreo, y cada uno las interpretó como pudo» (en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16). El historiador Eusebio añade este dato: «Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba» (ib., III, 24, 6). Hoy seguimos escuchando la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, bajo la mirada dulce de María a quien él describe en la infancia de Jesús, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión. ¡Bendecido Lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 20 de septiembre de 2020

«Corazón misericordioso»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Qué fuerte es el Evangelio de hoy! A veces nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Hoy la Palabra nos pone ante esta realidad (Mt 20,1-16). En la parábola de los viñadores, uno puede entender que Dios se presenta como un amo generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la buena noticia del Evangelio. Pero nosotros, como humanidad, insistimos en atribuirle el metro siempre injusto de la justicia humana. En vez de que el hombre de hoy y de siempre busque parecerse a Dios, intenta que Él se parezca al hombre con salarios, tarifas, comisiones y porcentajes. El hombre quiere comerciar con Dios para que pague puntualmente el tiempo que se le dedica y que prácticamente se reduce, para la mayoría de la gente, al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón. La mayoría de los bautizados no han tenido la experiencia de que Dios nos quiere y es misericordioso. Existen cristianos que creen que la religión consiste en lo que ellos dan a Dios. Y no, la religión consiste en lo que Dios hace por nosotros.

El verdadero obrero, según el corazón del Señor a la luz de la parábola de hoy, es el que se desinteresa del salario. El que encuentra la propia alegría en poder trabajar por el Reino para que todos conozcan y amen a Dios. En el fondo la parábola nos dice que podemos ser unos trabajadores extraordinarios, pero al mismo tiempo estar enfermos de envidia y por consiguiente, no saber estar en la viña como se debe. Y, sin embargo, la prueba fundamental a que está sometido el cristiano es ésta: ¿eres capaz de aceptar la bondad del Señor, de no refunfuñar cuando perdona, cuando se compadece, cuando olvida las ofensas, cuando es paciente, generoso hacia el que se ha equivocado? ¿Eres capaz de perdonar a Dios su infinita misericordia? La desgracia del hombre es la envidia, el ojo malo. La mezquindad. La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo. Pero quien tiene el ojo malo, y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo porque corre el peligro de echar a perder la eternidad. Si se espera la vida eterna como justa recompensa matemática y asalariada a los propios méritos, se cierra la posibilidad de sorprenderse, como los trabajadores de la hora undécima, frente a la generosidad del amo. Se pasará la eternidad contabilizando méritos para confrontarlos con los de los demás. Corrigiendo las operaciones de Dios. Una condenación.

Hoy la Iglesia recuerda, entre sus santos, a san Andrés Kim Taegön, presbítero, Pablo Chöng Hasang y compañeros, mártires en Corea. Se veneran este día en común celebración dentro del conjunto de ciento tres mártires que en aquel país testificaron intrépidamente la fe cristiana, introducida fervientemente por algunos laicos y después alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los misioneros. San Andrés Kim Andrés fue bautizado a los 15 años de edad. Después viajó 1,300 millas hasta el seminario mas cercano, en Macao, China. Seis años después se las arregló para volver a su país a través de Manchuria. Ese mismo año cruzó el Mar Amarillo y fue ordenado sacerdote en Shangai, es el primer sacerdote corano. De Pablo Chöng sabemos que era seminarista. Todos estos atletas de Cristo —tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños—, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia en Corea (1839-1867). Que ellos y la Santísima Virgen María nos ayuden a conocer y vivir en la misericordia de Dios con un corazón abierto a la gracia y gozoso del perdón de Dios que ha de llegar a todos. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 19 de septiembre de 2020

UNA ORACIÓN POR LOS SACERDOTES...

Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,

que quisiste perpetuarte entre nosotros

por medio de tus Sacerdotes,

haz que sus palabras sean sólo las tuyas,

que sus gestos sean los tuyos,

que su vida sea fiel reflejo de la tuya.

Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres

y hablen a los hombres de Dios.

Que no tengan miedo al servicio,

sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.

Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,

caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso

y haciendo el bien a todos.

Que sean fieles a sus compromisos,

celosos de su vocación y de su entrega,

claros espejos de la propia identidad

y que vivan con la alegría del don recibido.

Te lo pido por tu Madre Santa María:

Ella que estuvo presente en tu vida

estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amen

ORACIÓN POR LOS AGONIZANTES*...

¡Oh Jesús! Abrasado en ardiente amor por las almas, yo te suplico por las agonías de tu sacratísimo corazón y por los dolores y angustias de tu inmaculada Madre, laves con tu preciosa sangre a todos los pecadores de la tierra que están en agonía y tienen que morir hoy. Amén.

Corazón agonizantes de Jesús, ten misericordia de los moribundos.

* Esta oración la rezaba la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.

«La parábola del sembrador»... Un pequeño pensamiento para hoy

La parábola del sembrador es una de las más conocidas en la Sagrada Escritura. Hoy san Lucas nos la narra en su Evangelio (Lc 8,4-15). La parábola, leída con detenimiento, sin tener en cuenta las explicaciones que ofrece más adelante el evangelista, llama la atención sobre el trabajo del sembrador; es un trabajo abundante, sin medida, sin distinciones, una tarea que parece inútil por el momento, tiempo infructuoso y desperdiciado; sin embargo, dice Jesús, llegarán los frutos en abundancia. Porque el fracaso no es más que aparente; en el Reino de Dios no existe trabajo inútil; nada se malgasta. La explicación que da el mismo Jesús enseguida, tiene presentes a los fieles, e insiste en la necesidad de algunas disposiciones interiores y personales para que la palabra escuchada sea entendida y crezca. Las principales disposiciones son: apertura y sensibilidad a los valores del Reino, valor frente a las persecuciones, constancia, resistencia al espíritu mundano y libertad interior.

El evangelio es viviente, acontece. Quedando a salvo lo esencial del mensaje, cada predicador le da una vida nueva. Al escribir el Evangelio, inspirado por Dios, san Lucas se beneficiaba de una más larga experiencia de la vida de la Iglesia y podía ya poner el acento sobre tal o cual punto, según las necesidades de la comunidad a la que se dirigía y quiere, en esta parábola, dirigirse tanto a los predicadores, como a los fieles que escuchan la Palabra, que a fin de cuentas somos todos, porque hasta el Papa tiene que estar atento a la Palabra de Dios. Jesús nos muestra en esta parábola, tanto en el predicador —sembrador— como en los oyentes —la tierra— uno de los más hermosos valores del hombre y la mujer de fe: La «perseverancia». A la luz de esta parábola todos hemos de comprender que el Reino de Dios no es un «destello» estrepitoso y súbito, sino algo que viene a través de la humilde banalidad de cada día, en el aguante tenaz de las pruebas y de los fracasos. Para mejor descubrir a Dios, para entrar en sus misterios, es necesario, cada día, con perseverancia, tratar de llevar a la práctica lo que ya se ha descubierto de El: ésta es condición para entrar y adelantar en su intimidad.

Uno de los ejemplos que el día de hoy nos pone la Iglesia en el santoral, es san José María de Yermo y Parres, un sacerdote mexicano que nació en Jalmolonga, estado de México y que muy pronto empezó a sembrar la Palabra de Dios irradiando su profunda vivencia evangélica. Él decía que «imitar a Cristo, que vino a enseñarnos con su ejemplo el amor de preferencia para con los pobres y desamparados que el mundo desprecia». En medio de muchos conflictos y dificultades, fue haciendo vida su ideal que hacía sintonizar sus sentimientos con los de Cristo y en 1885 fundó la congregación religiosa de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres. En su vida no tan larga (1851-1904) fundó escuelas, hospitales, casas de descanso para ancianos, orfanatos, una casa muy organizada para la regeneración de la mujer, y poco antes de su santa muerte, acontecida en 1904 en la ciudad de Puebla de los Ángeles, llevó a su familia religiosa a la difícil misión entre los indígenas tarahumaras del norte de México. Su fama de santidad se extendió rápidamente en el pueblo de Dios que se dirigía a él pidiendo su intercesión. La perseverancia le alcanzó el cielo, pidamos esta hermosa virtud a la Santísima Virgen en este día dedicado a ella. ¡Bendecido sábado!.

Padre Alfredo.

«A la medida de Dios y no a la nuestra»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Qué fuerte es el Evangelio de hoy! A veces nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Hoy la Palabra nos pone ante esta realidad (Mt 20,1-16). En la parábola de los viñadores, uno puede entender que Dios se presenta como un amo generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la buena noticia del Evangelio. Pero nosotros, como humanidad, insistimos en atribuirle el metro siempre injusto de la justicia humana. En vez de que el hombre de hoy y de siempre busque parecerse a Dios, intenta que Él se parezca al hombre con salarios, tarifas, comisiones y porcentajes. El hombre quiere comerciar con Dios para que pague puntualmente el tiempo que se le dedica y que prácticamente se reduce, para la mayoría de la gente, al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón. La mayoría de los bautizados no han tenido la experiencia de que Dios nos quiere y es misericordioso. Existen cristianos que creen que la religión consiste en lo que ellos dan a Dios. Y no, la religión consiste en lo que Dios hace por nosotros.

El verdadero obrero, según el corazón del Señor a la luz de la parábola de hoy, es el que se desinteresa del salario. El que encuentra la propia alegría en poder trabajar por el Reino para que todos conozcan y amen a Dios. En el fondo la parábola nos dice que podemos ser unos trabajadores extraordinarios, pero al mismo tiempo estar enfermos de envidia y por consiguiente, no saber estar en la viña como se debe. Y, sin embargo, la prueba fundamental a que está sometido el cristiano es ésta: ¿eres capaz de aceptar la bondad del Señor, de no refunfuñar cuando perdona, cuando se compadece, cuando olvida las ofensas, cuando es paciente, generoso hacia el que se ha equivocado? ¿Eres capaz de perdonar a Dios su infinita misericordia? La desgracia del hombre es la envidia, el ojo malo. La mezquindad. La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo. Pero quien tiene el ojo malo, y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo porque corre el peligro de echar a perder la eternidad. Si se espera la vida eterna como justa recompensa matemática y asalariada a los propios méritos, se cierra la posibilidad de sorprenderse, como los trabajadores de la hora undécima, frente a la generosidad del amo. Se pasará la eternidad contabilizando méritos para confrontarlos con los de los demás. Corrigiendo las operaciones de Dios. Una condenación.

Hoy la Iglesia recuerda, entre sus santos, a san Andrés Kim Taegön, presbítero, Pablo Chöng Hasang y compañeros, mártires en Corea. Se veneran este día en común celebración dentro del conjunto de ciento tres mártires que en aquel país testificaron intrépidamente la fe cristiana, introducida fervientemente por algunos laicos y después alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los misioneros. San Andrés Kim Andrés fue bautizado a los 15 años de edad. Después viajó 1,300 millas hasta el seminario mas cercano, en Macao, China. Seis años después se las arregló para volver a su país a través de Manchuria. Ese mismo año cruzó el Mar Amarillo y fue ordenado sacerdote en Shangai, es el primer sacerdote corano. De Pablo Chöng sabemos que era seminarista. Todos estos atletas de Cristo —tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños—, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia en Corea (1839-1867). Que ellos y la Santísima Virgen María nos ayuden a conocer y vivir en la misericordia de Dios con un corazón abierto a la gracia y gozoso del perdón de Dios que ha de llegar a todos. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

viernes, 18 de septiembre de 2020

«Las mujeres y Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hay gente que es muy detallista, y entre los evangelistas podemos decir que el más detallista es san Lucas, se detiene en algunas pinceladas que los otros tres pasan por alto. San Lucas es el único que menciona los nombres de las mujeres que acompañaban a Jesús a lo largo de sus viajes y de ello nos habla el Evangelio de hoy (Lc 8,1-3). Dice que entre los que seguían a Jesús estaban, por supuesto los Apóstoles y algunas mujeres: «María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios —Y que ha sido llamada por el Papa Francisco «Apóstol de los Apóstoles»; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas». Lucas nos dice, además que eran antiguas endemoniadas. Esta afirmación subraya que, para el Antiguo Testamento, como para muchas viejas civilizaciones, la mujer estaba marcada, por una especie de «interdicto», objeto de fuerzas misteriosas (Lc 4, 38;13, 16. 8, 43). Las mismas mujeres se sometían a esa trágica marginación. Por ejemplo, la Samaritana, a quien Jesús pidió agua, se sorprende de que un judío se atreva a hablarle a una mujer (Jn 4,9). Vemos pues, en este Evangelio de hoy, que Jesús libera totalmente a la mujer: ni en su mente ni en sus actitudes concretas hace diferencia alguna entre el hombre y la mujer.

¡Cuántas veces aparecen las mujeres en el Evangelio con una actitud positiva y admirable! Baste recordar las que estuvieron cerca de él en el momento más trágico, al pie de la cruz, junto con María, su madre. Y que luego fueron las primeras que tuvieron la alegría de ver al Resucitado y anunciarlo a los demás. La tradición nos relata que ellas fueron las primeras en las escenas de las apariciones de Cristo resucitado (Lc 24, 10) y precisamente a las que san Lucas anota en el pasaje evangélico de hoy. Habiendo acompañado a Jesús desde el comienzo de su ministerio público, todo como los Doce, eran iguales a los hombres para el anuncio de la «Buena Nueva». A lo largo de los siglos, han dado en la Iglesia testimonio de una fe recia y generosa muchas mujeres: religiosas, laicas, misioneras, catequistas, madres de familia, enfermeras, maestras... que colaboran eficazmente en la misión de la Iglesia, cada una desde su situación, entregando su tiempo, su trabajo y también su ayuda económica. La Biblia nos dice que la primera persona europea que creyó en Cristo, por la predicación de Pablo, fue una mujer: Lidia (Hch 16).

Entre los santos y beatos de la Iglesia está santa Ricarda de Andlau, también conocida como Riquilda (c. 840-18 de septiembre de 895). Ella fue una emperatriz y esposa de Carlos III. Fue santificada por su seguimiento radical a Cristo y por su piedad. Nació en Alsacia, hija de Erchanger, conde de Nordgau, de la familia de Ahalolfinger. Se casó con Carlos en 862 y fue coronada con él en Roma por el Papa Juan VIII en 881. El matrimonio no tuvo hijos. Al final de sus días se retiró a la abadía de Andlau, que ella misma había fundado en el año 880, y donde su sobrina Rotrod era abadesa. Murió en Andlau el 18 de septiembre y fue enterrada allí. ella no es tan conocida como otras santas mujeres, vivió llena del amor a Cristo y por eso quiso seguirle por entero. Los hombres y mujeres, en la Iglesia, tenemos en común, la fe y la misión evangelizadora. Y en eso las mujeres han sido, ya desde el principio, empezando por la santísima Virgen María, las que más ejemplo nos han dado a toda la comunidad. Las mujeres cristianas, religiosas o laicas, siguen realizando una misión hermosísima y meritoria en la vida de la comunidad. Si con Jesús tuvieron un lugar entre los discípulos junto a los Apóstoles, cabe agradecer hoy y siempre su papel en la Iglesia. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 17 de septiembre de 2020

La importancia del amor y el perdón... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy tenemos en el Evangelio (Lc 7,36-50) una escena en la que cuenta con elegancia y detalles muy significativos lo que acontece en una cena. Podemos ver el significativo contraste entre el fariseo Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y la mujer pecadora que nadie sabe cómo ha logrado entrar en la fiesta y colma a Jesús de signos de afecto. Sabiendo cómo eran los fariseos, no es raro saber que se escandalizarían los presentes, ya sea porque Jesús no conocía qué clase de mujer era aquélla, o el hecho de que no reaccionaba ante sus gestos, que resultaban cuando menos un poco ambiguos. Pero Jesús quería transmitir un mensaje básico en su predicación: «la importancia del amor y del perdón». El argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que se le perdona porque ha amado mucho, como que ha amado porque se le ha perdonado. Probablemente aquella mujer ya había experimentado el perdón de Jesús en otro momento, y por ello le manifestaba su gratitud de esa manera tan efusiva.

Ya sabemos que muchos de los contemporáneos de Jesús querían alcanzar la salvación por medio del estricto cumplimiento de la ley. Por eso, evitaban todo contacto con las personas que eran consideradas impuras: extranjeros, enfermos y pecadores; llevaban rigurosamente el descanso del sábado: no cocinaban, no comerciaban, no caminaban. Esta manera de actuar les creaba la falsa seguridad de que ya estaban salvados. Jesús permanentemente cuestionaba esa forma de vivir la experiencia de Dios. Para él, lo más importante fue y será siempre el amor al hermano, al pecador e, incluso, al enemigo. Las verdaderas personas de Dios eran aquellas personas capaces de convertirse en fuente de vida para los demás. En esta ocasión se le presentó un momento propicio para mostrar el modo de actuar de Dios. Simón menosprecia a Jesús porque lo considera incapaz de rechazar a la mujer impura que le acaricia los pies. Jesús, descubriendo sus pensamientos le propone una parábola. La parábola describe la generosidad de un hombre que perdona a sus deudores. El que le debía más es quién debe manifestar mayor agradecimiento. Jesús llama a Simón a la conversión. Le señala cómo lo más importante es el amor y el agradecimiento. Por esto, Jesús anuncia el perdón de Dios a la mujer. Ella no había escogido el camino de la autojustificación, sino el camino de la humildad y el reconocimiento del propio pecado.

Hoy la Iglesia, en su extenso catálogo de santos, celebra a la santa y doctora de la Iglesia Hildegarda de Bingen, quien fuera abadesa, líder monacal, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana que murió en olor de santidad. Es conocida como la sibila del Rin y como la profetisa teutónica. Considerada por los especialistas actuales como una de las personalidades más fascinantes y polifacéticas del Occidente europeo, se la definió entre las mujeres más influyentes de la Baja Edad Media, entre las figuras más ilustres del monacato femenino y quizá la que mejor ejemplificó el ideal benedictino, dotada de una cultura fuera de lo común, comprometida también en la reforma de la Iglesia, y una de las escritoras de mayor producción de su tiempo. El contenido de su predicación giró en torno a la redención, la conversión y la reforma del clero. De las obras religiosas que escribió santa Hildegarda, destacan tres de carácter teológico: Una sobre teología dogmática; otra sobre teología moral; y una sobre cosmología, antropología y teodicea. Esta trilogía forma el mayor corpus de las obras y pensamiento de esta mujer visionaria. Compuso además setenta y ocho obras musicales. Que la sabiduría de esta gran mujer y el ejemplo de amor de María Santísima a la voluntad de Dios, nos ayuden a seguir adelante en nuestro caminar hacia la Patria Celestial amando mucho. ¡Bendecido jueves sacerdotal y Eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

«SINTONÍA»... Un pequeño pensamiento para hoy

En el Evangelio de hoy (Lc 7, 31-35) Jesús habla de su generación —que perfectamente puede ser la de nosotros—. Dice que la gente de su entorno se parece a los chiquillos que, sentados en la plaza, se gritan unos a otros diciendo: «hemos tocado la flauta, y no han bailado...» «hemos entonado lamentos y no han llorado...» Corta y trágica es esta pequeña parábola: unos chiquillos «obstinados»: unos quieren jugar a «La fiesta de una boda» e invitan a bailar... los otros quieren jugar a «un funeral». ¿Qué hacer para que termine tal ridícula obstinación? Tampoco los hombres de «esa generación», deja ver Jesús, quieren lo que Dios ha decidido. La predicación de Juan Bautista, más bien austera... y la predicación de Jesús, más bien alegre... no interesan a nadie. En vez de convertirse, la gente se contenta criticando a los predicadores y oponiéndolos el uno al otro. hay siempre excusas para no dar crédito a su mensaje. A Juan le tildan de fanático. A Jesús, de comilón y «amigo de pecadores» y no le aceptan.

La comparación de los dos grupos de niños es expresiva: ni con música alegre ni con lamentos tristes consiguen unos que los otros colaboren. Cuando no se quiere seguir a una persona, se encuentran con facilidad excusas para no hacer caso de lo que nos propone. Hay personas siempre críticas, con mecanismos de defensa contra todo. Como decía Jesús de los fariseos, ni entran ni dejan entrar. En el fondo, lo que pasa es que resulta incómodo el testimonio de alguien y por eso se le persigue o se le ridiculiza. Es muy antiguo eso de no creer y de no aceptar lo que Cristo o su Iglesia proponen. Ahora vemos a mucha gente que quiere hacerse un Dios y una Iglesia a su medida, con sus propias leyes sin aceptar al Papa como autoridad suprema de la Iglesia o indicaciones de los dogmas, pero eso, como digo, es antiguo. Desde el comienzo de la Iglesia ha habido gente que ni entra ni deja entrar y que lo único que hacen es criticar. Lo que a juicio de la gente distinguida de aquella generación era la mayor estupidez y pérdida de tiempo, era en realidad la novedad de Dios. En eso precisamente ha consistido la sabiduría divina. En manifestar en Jesús de Nazaret el verdadero propósito de Dios para la humanidad.

Entre los santos que la Iglesia venera el día de hoy están Cornelio y Cipriano. En Roma, en la vía Apia, en la cripta de Lucina del cementerio de san Calixto, sepultura de san Cornelio, Papa y mártir, que se opuso seriamente a la escisión de Novaciano y, con gran espíritu de caridad, recuperó a la plena comunión con la Iglesia a muchos cristianos caídos en la herejía. Padeció al final el destierro a Civitavecchia, en la Toscana, por parte del emperador Galo, sufriendo lo indecible en palabras de san Cipriano. San Cipriano fue obispo, y mártir también. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258) mostrando a la generación de su tiempo que a Dios se entrega todo y por Dios se entrega todo. Que María Santísima, cuyos sentimientos sintonizaron plenamente con los de su Hijo Jesucristo, nos ayude y aliente en nuestro caminar hacia la patria celestial. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 15 de septiembre de 2020

«Nuestra Señora de los dolores»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy es día de «Nuestra Señora de los dolores» y se celebra en este día porque en la mayoría de los países —no en México— ayer 14 fue día de la Santa Cruz y la santísima Virgen María esta íntimamente unida a la pasión de su Hijo y por eso asociada de un modo particular a la gloria de su resurrección. En la tradición tan larga de la Iglesia, se han escrito muchos himnos en honor a Nuestra Señora de los Dolores, el más famoso es el «Stabat Mater» —estaba María al pie de la cruz— y la contemplan allí, sufriendo. La piedad cristiana ha recogido los dolores de la Virgen y habla de los «siete dolores». El primero, sólo a 40 días después del nacimiento de Jesús, la profecía de Simeón que habla de una espada que traspasará su corazón (cf. Lc 2,35); el segundo se refiere a la huida a Egipto para salvar la vida de su hijo (cf. Mt 2,13-23); el tercero se da en esos tres días de angustia cuando el niño se quedó en el templo (cf. Lc 2,41-50); el cuarto dolor, cuando Nuestra Señora se encuentra con Jesús en el camino al Calvario (cf. Jn 19,25); el quinto es la muerte de Jesús, ver al Hijo allí, crucificado, desnudo, muriendo; El sexto nos lleva al descenso de Jesús de la cruz, muerto, tomado en sus manos como lo había tomado en sus manos más de treinta años antes en Belén. El séptimo es el entierro de Jesús. Y así, la piedad cristiana sigue este camino de Nuestra Señora que acompaña a Jesús.

El camino martirial de la Virgen, queda atestiguado por la profecía de Simeón de la que nos habla el Evangelio de hoy (Lc 2,33-35) y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste —dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús— está puesto como signo que provocará contradicción; y a ti —añade, dirigiéndose a María— una espada te traspasará el alma. En verdad a la Madre santa una espada le traspasó su alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de su Hijo sin atravesar su alma de Madre. En efecto, después que aquel Jesús —que es de todos, pero que es suyo de un modo especialísimo— hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó el alma de María. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la de la santísima Virgen no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó su alma, y, por esto, con toda razón, le veneramos más que mártir, ya que sus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

Toda la vida de María, a la que además de Madre Dolorosa clamamos como Causa de Nuestra alegría, está marcada por el dolor, ver crecer y partir a su hijo Jesús, acompañarlo en su Pasión, verlo crucificado; pero en todas esas circunstancias difíciles ella siempre confió en el Padre, en su Hijo y se dejó guiar y llenar del Espíritu Santo con la alegría de los hijos de Dios, por eso leyó su historia con la confianza puesta en Dios y sin las tristezas absurdas del mundo, tuvo la fuerza de salir a servir a su prima Isabel, acompañó a los discípulos a la espera del Espíritu Santo, asumió con responsabilidad, valentía y decisión cada paso que dio, fortalecida por la oración. Conviene hoy peregrinar con ella en medio de esta pandemia que azota a la humanidad y saber que buscarla a ella es buscar a la que hace posible que el corazón de su Hijo, Jesucristo, nos transforme y nos renueve en medio del dolor de un mundo que sufre. Si Cristo tuvo a bien elegirla por Madre, acudimos a ella hoy para decirle que mire nuestras vidas, que mire nuestra Iglesia que con fragilidad se mueve más al ritmo de los temores que de la fe. Ella intercede al Padre por el Hijo para que nos concedan el Espíritu que hace que hombres y mujeres sepan decir sí, como ella lo hizo, y confían aun en medio de las situaciones dolorosas más adversas. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 14 de septiembre de 2020

«Señor, no soy digno»... Un pequeño pensamiento para hoy

En el fragmento del Evangelio de hoy (Lc 7,1-10), Jesús hace un milagro a distancia, realizado por la Palabra sola. En el curso de su vida de taumaturgo sólo realizará dos milagros de este tipo (el otro pasaje está en Mt 15, 22-28). Parece ser que esto lo hace Jesús para respetar la prohibición hecha a los judíos de entrar en la casa de un pagano y no escandalizar a la gente. El oficial romano, un centurión que aparece en escena, era uno de aquellos paganos a los que ya no satisfacían los mitos politeístas, cuya hambre religiosa no se saciaba con la sabiduría de los filósofos y que, por consiguiente, simpatizaba con el monoteísmo judaico y con la moral que de él derivaba. Se ve que era temeroso de Dios, profesaba la fe en el Dios único, tomaba parte en el culto judío, pero todavía no había pasado definitivamente al judaísmo. Buscaba la salvación de Dios. Su fe en el Dios único, su amor y su temor de Dios lo manifestaba en el amor al pueblo de Dios y en la solicitud por la sinagoga que él mismo había edificado. Sus sentimientos religiosos se expresaban en obras.

Los ancianos de los judíos, miembros dirigentes de la comunidad, ven en Jesús a un hombre por el que Dios hace favores a su pueblo. Están convencidos de que Dios sólo otorga tales favores a su pueblo, pero esperan que haga una excepción con el centurión por los méritos que se ha granjeado con el pueblo de Dios, y que se muestre también clemente con el pagano. Sin embargo, estiman que la pertenencia a Israel es condición necesaria para la salvación (Hch 15. 5). Los ancianos de los judíos consideraban necesaria la presencia de Jesús para la curación del enfermo. En cambio, el centurión atribuye eficacia a la sola palabra de Jesús. Por su experiencia del mundo militar la considera como orden de mando y acto de autoridad. Tal palabra causa lo que expresa. Independientemente de la presencia del que la profiere hace llegar a todas partes el poder salvador. Con esta palabra basta para que se expulsen los poderes malignos y se reciba la salvación. Nosotros, al acercarnos a comulgar repetimos aquella misma frase del centurión: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme».

Seguramente aquel oficial romano había visto el testimonio de algunos de los seguidores de Jesús y por eso se acercó a Él. ¡Qué importante es el testimonio de todo discípulo–misionero de Cristo! Entre las cartas de la beata María Inés Teresa, hay una del 24 de diciembre de 1977 en donde apunta: «El mundo hoy y siempre tiene necesidad de ver en nosotros personas que, creyendo en la Palabra del Señor, en su Resurrección y en la vida eterna, entreguen su vida terrena para dar testimonio de la realidad de este amor que se ofrece a todos los hombres». Santa Salustia de Roma casada con San Cereal, se convirtió al cristianismo, instruida en la fe por San Cornelio Papa. Su vida cambió gracias al testimonio de los cristianos de su tiempo. Murió mártir en Roma, en medio de las persecuciones de Decio, en el año 251y su fiesta se celebra hoy. Que la Santísima Virgen María interceda por nosotros para que esta escena del oficial romano y el testimonio de Santa Salustia, den pie a que hagamos una revisión en nuestra vida a ver si somos auténticos testigos de Cristo que invitan a otros a abrazar la fe. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 13 de septiembre de 2020

«PERDONAR»... Un pequeño pensamiento para hoy

El texto evangélico de este domingo (Mt 18,21-35) quiere recordarnos que, si la comunidad tiene como objetivo ser el modelo del estilo de vida que Dios quiere para todos los hombres, el espíritu de perdón mutuo tiene que ser constante y sin condiciones. Y la dureza de la parábola que ilustra la respuesta a la pregunta de Pedro es hoy, para nosotros, discípulos–misioneros, un fuerte toque de atención ante el peligro de acostumbrarnos demasiado a ser cristianos y a pensar que nuestro cristianismo no nos exige más que lo que ya hacemos: ser cristianos nos exige perdonar siempre, por difícil que sea; y si no queremos dar ese perdón, Dios no nos puede admitir. Si repasamos las narraciones evangélicas, nos daremos cuenta de que esta actitud de perdón aparece a menudo como una de las actitudes que determinan si realmente se ha cruzado el umbral del seguimiento de Jesús o no se ha cruzado aún. La llamada al perdón de los enemigos, o la petición del perdón en el padrenuestro, por ejemplo, son muy ilustrativos en este sentido.

Así pues, la muestra más palpable de la profundidad del amor que experimentan los discípulos–misioneros de Jesús es que pueden perdonar. En el perdón el amor se hace concreto y real. Ya no es un ser abstracto objeto de amor. Es la persona viva, con todas sus limitaciones y pecados, indigente y necesitada, a veces molesta e irritante, otras, descartada. El perdón es la única posibilidad de amar en un mundo en que la cruz de Cristo nos habla de la existencia del mal. No necesitamos cerrar los ojos y fingir hombres que no existen. Amamos perdonando. Al respecto llama la atención el enorme contraste que preside la parábola de hoy. Un empleado del rey le debía muchos millones, una suma inmensa, tal que justificara un hecho no frecuente: la posibilidad de venderle a él, a su mujer e hijos, y a sus posesiones. Al empleado, en cambio, uno de sus compañeros le debía cien denarios, una cifra pequeña, que sólo podía ser exigida con unos días de cárcel. Lo que pide el empleado que debía tan ingente suma a su señor es sólo «ten paciencia y te lo pagaré todo». Lo que recibe es «el perdón de la deuda». Lo que pide al empleado su compañero es literalmente lo mismo que él a su señor: «ten paciencia y te lo pagaré todo». Lo que recibe no es ya el perdón, pero ni siquiera esa paciencia, sino la cárcel. El empleado no ha sobrepasado la ley, se ha atenido a ella. Pero ha sido incapaz de transmitir el mensaje de perdón de su señor —Dios— que supera todo lo que él esperaba. La comunidad del Reino no puede vivir de la legalidad, sino de la inmensa alegría del Padre, cuyo amor y perdón excede de lo que podemos pensar.

Entre los santos que se celebran este día, destaca san Marcelino de Cartago, un hombre que vivió en el siglo IV. Amigo de san Agustín, que le dedicó el primer libro de Civitas Dei, mantuvo correspondencia también con san Jerónimo. Siendo tribuno militar del ejército y consejero del emperador Honorio, actuó como tribuno y notario y presidió un sínodo en el cual se condenaron herejías. Fue luego acusado falsamente de corrupción y complicidad con Heracliano, usurpador del Imperio Romano. El general Marino, enviado por el emperador para combatir a Heracliano, dictó una condena de muerte contra Marcelino, por la acusación de traición que habían realizado sus adversarios. San Agustín intervino en vano en favor suyo pues le hicieron decapitar antes que pudiese llegar una contraorden de Roma. Marcelino perdonó a sus perseguidores y fue declarado mártir. Su vida, como la todos los santos y beatos, es un ejemplo de bondad y de perdón extremos. Que nosotros también sepamos perdonar pidiéndole a María Santísima que ella, Nuestra Señora del Perdón, nos ayude. ¡Bendecido domingo, día del Señor!

Padre Alfredo.

sábado, 12 de septiembre de 2020

LETANÍAS DEL ESPÍRITU DE MARÍA*...



Señor, ten piedad, 

Cristo, ten piedad, 

Señor, ten piedad, 

Cristo, óyenos, 

Cristo, escúchanos 

Dios, Padre celestial, 

Dios, Hijo Redentor del Mundo, Dios, Espíritu Santo, 

Trinidad Santa, un solo Dios Santa María, 

Santa Madre de Dios, 

María, de la que nació Jesús, Madre siempre Virgen, 

Virgen incomparable, 

Toda pura en tu concepción, Templo de Dios, 

Viva imagen de Jesucristo, Modelo de todos los justos, Ornamento de la Iglesia, 

Paraíso de las delicias, 

María de Santo Nombre, Poderosa Soberana, 

Reina de los ángeles, 

Reina de los hombres, 

Gloria y fuente de nuestra salvación, 

Distribuidora de todas las gracias, Puerta del cielo, 

Alegría de los elegidos, 

Refugio de los pecadores, Consuelo, vida y esperanza nuestra, 

Nueva Eva, 

Madre de los vivientes, 

Verdadera madre de los cristianos, 

Madre de los elegidos, 

Madre de la Iglesia, 

Madre de los justos y de los pecadores, 

Madre de la juventud, 

Esposa de José, 

Compañera de tus misioneros, Reina de tus mártires, 

Mujer prometida por Dios, 

Mujer que es signo de alegría, vida y esperanza de la Iglesia, Mujer que vence toda herejía, Mujer que es terror del infierno, Virgen de las lágrimas, 

María Inmaculada, 

victoriosa de la serpiente,  

Virgen que escuchaste la llamada de Dios, 

Virgen Amada por Dios 

Virgen Llena de gracia 

Mujer que dijiste Sí a Dios,

Madre de la obediencia de la fe, Madre del consentimiento por amor,

María de la Anunciación,

María de la Visitación, 

Mujer de servicio y misericordia, Dichosa porque has creído, Bendita entre las mujeres, 

Bendita por el fruto de tu vientre, María del Magnificat,

Memoria viva de la obra de Dios, Música que canta las misericordias de Dios,

Nueva Abraham que creyó en la Promesa,

Mujer en quien se encarnó la Palabra,

Mujer de la que nació la Palabra, Madre que mostró el Salvador a los pastores,

Madre que mostró el Salvador a los magos,

Oyente que meditó todo en su corazón, 

Educadora de su Hijo,

Discípula de su Hijo, 

Mujer que estuvo atenta en la Boda,

Mujer que intercedió ante su Hijo, Mujer que invitó a los servidores, María de hacer lo que El nos diga, 

Madre del nuevo vino de Cristo, María del signo de Caná, 

Mujer que estuvo junto a la cruz, Madre de Cristo y del discípulo, Madre de la Humanidad redimida, Madre que acompañaste a la Iglesia,

Madre que oraste con la Iglesia naciente,

Madre que acogiste al Espíritu, María de Pentecostés,

Mujer en misión,

Compañera del camino de la Iglesia, 

Signo de Unidad y Concordia, Signo del Reino en la Tierra, Resumen del Evangelio, 

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo 

Cristo, óyenos, 

Cristo, escúchanos 


*Inspiradas en el espíritu marianista por Emilio Cárdenas y Enrique Aguilera.