miércoles, 4 de diciembre de 2019

«Todos somos invitados a ser santos»... Un pequeño pensamiento para hoy

Este lunes pasado, hice entrega de una reliquia de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento en CDMX —mi selva de cemento— a las madres del convento de la Visitación, esa congregación de la que formó parte santa Margarita María de Alacoque. Ayer, en una sublime celebración, el Excmo. Sr. Leopoldo González, dignísimo arzobispo de Acapulco, colocó la segunda reliquia de primer grado de la beata en la parroquia de la Sagrada Familia. En los dos casos me ha tocado, primero con las monjas de clausura y luego con la comunidad parroquial de la colonia Progreso en Acapulco, palpar el amor a los santos y su obra. Pues entre un santo y un beato la única diferencia que hay es en cuanto al culto de veneración que a sus vidas ejemplares se les rinde, el reconocimiento del santo es a nivel universal, mientras que el reconocimiento del beato es en los lugares en donde haya dejado huella y/o haya presencia de una obra pro él fundada. En el caso concreto de la beata María Inés la presencia es en 14 naciones del mundo. Llena de gozo ver que para el hombre y la mujer de fe, las reliquias expresan la santidad a la medida humana: lo concreto, lo físico, lo tangible, lo que podemos tener como un recuerdo de quienes nos alientan a buscar también nosotros la santidad. ¡Qué contento me han dejado estas dos comunidades y ahora regreso a casa lleno de gratitud!* 

Hoy, 4 de diciembre, celebramos en la Iglesia a Santa Bárbara de Nicomedia (s.III - s. IV), mejor conocida simplemente como Santa Bárbara, así que en primer lugar felicito a quienes me leer y llevan este nombre y en especial a mi sobrina nieta Bárbara. Esta santa, al igual que tantos beatos y santos, nos deja un gran ejemplo de vida, sobre todo de fidelidad a la voluntad de Dios que se va descubriendo en el día a día aunque su cumplimiento lleve a la muerte. Su historia es impresionante: ​ Bárbara fue hija de un sátrapa de nombre Dióscoro,​ quien la encerró en un castillo para evitar que se casara muy joven y para evitar que fuera a conocer a los cristianos y se convirtiera. Durante su encarcelamiento tenía maestros que le enseñaban poesía y filosofía, entre otros temas. Por esto mismo, y sin que su padre se diera cuenta, por sus constantes ausencias, Bárbara se convirtió al cristianismo y mandó un mensaje a Orígenes, considerado un erudito de la Iglesia, para que fuera a educarla en esta fe. Después de ser bautizada, cuando su padre fue a verla, se declaró cristiana y se opuso al matrimonio que éste le proponía, diciendo que elegía a Cristo como esposo. Entonces su padre se enfadó y quiso matarla para ofrecerla a sus dioses paganos. Por eso, Bárbara huyó y se refugió en una peña, milagrosamente abierta para ella, pero pese al milagro, fue capturada. Fue atada a un potro, flagelada, desgarrada con rastrillos de hierro, colocada en un lecho de trozos cortantes de cerámica y quemada con hierros candentes. Finalmente, el mismo Dióscoro la envió al tribunal, donde el juez dictó la pena capital por decapitación. Su mismo padre fue quien la decapitó en la cima de una montaña, tras lo cual un rayo lo alcanzó, dándole muerte a él también. 

Santa Bárbara entendió muy bien el pasaje que hoy nos presenta libro del profeta Isaías (Is 25, 6-10) y por ese banquete, por ese festín del cielo, ofreció su vida al Creador. Por su parte, el Evangelio de hoy, al presentarnos la escena de la multiplicación de los panes (Mt 15, 29-37), también en un gran banquete, nos presenta a la pobre humanidad que corre tras él a escucharle. La lista de San Mateo es significativa, por la acumulación de miserias humanas: «tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros enfermos». La atención de Dios va en primer lugar hacia quien le busque. La misericordia amorosa de Dios se interesa primero por los que sufren, en los pobres, en los enfermos, en los que en fidelidad le buscan aunque el encontrarle cueste dejar la vida de este mundo, como en el caso de Santa Bárbara. En el encuentro con el Señor no hay espacio para el mal, la desgracia es vencida con el premio de la vida eterna. ¿Es ésto también lo que yo mismo busco? ¿Procuro buscar la santidad descubriendo y haciendo la voluntad de Dios aunque las consecuencias no sean apreciadas por el mundo? Mi plegaria y mi acción ¿caminan en este sentido? A pesar de ver cuán insuficientes son mis pobres esfuerzos, aquí está mi vida, mi persona como la de la beata María Inés o Santa Bárbara, seguro de que a cada uno nos pides algo diferente en la entrega pero convencido de que lo pides todo... ¿no debo, sin embargo, hacer ese esfuerzo? Señor, he aquí mis siete panes, ¡multiplícalos! Que María Santísima, que lo dio todo para traernos al Mesías esperado nos aliente. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo. 

* Para un mayor conocimiento de lo que significa una reliquia y el culto que se le rinde te invito a visitar mi sitio: https://padrealfredo.blogspot.com/2011/08/las-reliquias-de-los-santos-y-su.html

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