Hoy es Navidad, hoy el Dios humanado nace para nuestra salvación; hoy Dios llega a nosotros hecho carne para que nosotros veamos de cerca las prerrogativas de Dios. En ese pequeño niño, la humanidad entera se acerca a ver no a uno como tantos, porque, aunque se hizo semejante a nosotros menos en el pecado, no se trata de un ser creado, sino de un Niño–Dios que no tuvo principio como no tendrá fin. (Hb 13,8;1,8, compárese con Is 9,6; Prov 8,22-30; Miq 5,2). En ese niño envuelto en pañales, la humanidad entera contempla al Dios Omnipotente, o sea, al Dios todo lo puede. Ese pequeño a quien los pastores y los reyes encuentran en el regazo de su Madre la Inmaculada María, es el Todopoderoso (Ap 1,8;4,8; Col 1,16; Ap 5,6; Jn 1,1-3). En ese Niño-Dios está la plenitud de poder, del conocimiento, de la sabiduría y de la plenitud divina. En ese pequeño niño a quien José custodia con sumo cuidado está el Dios Omnisciente, el Dios que todo lo sabe (Mt 12,25; Juan 2,25;6,64;13,1;16,30; Lc 5,22), el Dios Inmutable que no muda, que no cambia. Él es el mismo Dios ayer, hoy y siempre (Hb 1,11-12;13,8).
En ese pequeño Niño recostado en el pesebre, se hace visible para todos el Santo de los santos. En Belén, ese pequeño niño, como dijo el Papa Francisco, Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento: «Él sabe que necesitamos alimentarnos todos los días», dijo el Papa Francisco en la Misa de Navidad, precisando que en ello descubrimos que Dios «no es alguien que toma la vida, sino Aquel que da la vida», «Al hombre, acostumbrado desde los orígenes a tomar y comer, Jesús le dice: “Tomen, coman: esto es mi cuerpo”. El cuerpecito del Niño de Belén propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar. Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él, Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia». Cada vez que celebramos la Eucaristía nos encontramos de nueva cuenta con ese Dios que se hizo hombre para salvarnos y se ha quedado igual de pequeño que en Belén pero ahora en una hostia consagrada, en un poco de vino consagrado que se hacen cuerpo y sangre del Señor.
En «la casa del pan"» —eso significa «Belén» en español—, Dios nace en un pesebre, y esto es, señaló el Papa Francisco, como si nos dijera: «Aquí estoy para ustedes, como su alimento». Jesucristo que el Dios con nosotros, el Emmanuel, «no toma, sino que ofrece el alimento», explicó. No viene a darnos «algo», sino que «se da a sí mismo». Él mismo es la vida y viene a darnos vida para que la humanidad entera le conozca y le ame y pueda así gozar de la vida eterna. El hermoso prólogo del Evangelio de San Juan (Jn 1,1-18) corona la liturgia del día de hoy. Jesús es la Palabra mencionada por Juan en su evangelio, es Dios, es la Vida y la Luz de la humanidad, es el que haciéndose carne puso su morada entre nosotros. Damos gracias a Dios por ese regalo suyo que nos enriquece, nos acerca a Él, nos hermana, nos ilumina, nos vivifica. Hoy, en el Portal de Belén, el pequeño niño, que es Dios hecho hombre nos invita a abajarnos, a ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un pequeño niño recién nacido. Mirando a ese pequeño niño en brazos de su madre María, recuerda uno sin entenderlo quizá plenamente, que el evangelista San Juan nos dice que es el Verbo Dios y que en él, pequeño, Dios algo nos quiere decir: que la santidad no está en la grandeza de nuestras acciones, sino en la pureza, en la sencillez, en la rectitud de un corazón que parece a simple vista muy pequeño, pero que es grande para amar. Contemplemos con sencillez y detenimiento en este día el nacimiento que seguramente, hemos puesto en casa, detengámonos a ver la escena, allí María y José custodiando a Jesús, el pequeño niño, pueden ennoblecer y santificar nuestras pequeñas acciones... Créanlo. ¡Feliz Navidad en este bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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