jueves, 5 de diciembre de 2019

«No todo el que diga "¡Señor, Señor!"»... Un pequeño pensamiento para hoy


«No todo el que me diga “¡Señor, Señor!”, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» dice Cristo en el Evangelio de hoy (Mt 7,21.24-27). Y es que la humanidad necesita hombres y mujeres sólidos, constructivos, gente que no solamente se quede en palabras que se lleve el viento, sino que edifiquen lo que es sólido cumpliendo la voluntad de Dios. El mundo necesita, en pocas palabras: ¡Santos! Gente que quiera construir su vida sobre roca —como también dice Cristo en el Evangelio de este día— y eso implica un compromiso firme con Dios y con uno mismo. Hoy la Iglesia celebra a San Sabas, un hombre que nació en Capadocia —hoy región de Turquía— en el año 439. Se sabe que comenzó su vida en el monasterio a los 18 años y, tiempo después, decidió llevar una vida como ermitaño desplazándose hacia los desiertos de Palestina, donde pasó nada más y nada menos que cuatro años sin hablar con nadie. Según cuentan la historia de su vida, antes de emprender ese viaje, y cuando aún hacía vida como monje, se trasladó a Jerusalén y allí, a varios kilómetros de la capital israelí, se construyó una celda para dedicarse enteramente a la oración. 

Además de su sólida fe, Sabas era el más joven y fuerte de los monjes, por lo que era quien más horas trabajaba haciendo canastos y vendiéndolos porque era el encargado de recoger agua y alimento para los ancianos y así reunía lo necesario. Falleció el 5 de diciembre del año 532 a los 94 años de edad, siendo conocido en todo el Oriente por dedicar su existencia a la meditación y la dirección espiritual. De hecho, fue el maestro de otros santos canonizados como San Juan Damasceno y San Teodoro. Su monasterio, cerca del Mar Muerto, es uno de los tres monasterios más antiguos que existen en el mundo. Ciertamente que quien se contenta solo con oír la Palabra o con clamar en sus oraciones «¡Señor, Señor!» se queda corto, en la vida para ser del Señor hay que actuar, hay que construir sobre roca y esa roca es él porque su Palabra se hace vida en quien se compromete con firmeza. Si en la construcción de nuestra propia vida o de la comunidad nos quedamos cortos, nos exponemos a la ruina. Es como si una amistad se basara únicamente en el interés, o un matrimonio se apoyara sólo en un amor romántico, o una espiritualidad se dejara dirigir por la moda o el gusto personal, o una vocación sacerdotal o religiosa no se fundamentara en valores de fe profunda. Eso sería construir sobre arena, eso sería el quedarse en el «¡Señor, Señor!». 

La casa puede que parezca de momento hermosa y bien construida, pero si es de puro cartón, que al menor viento se hunde, de poco sirve, ha de ser fuerte y bien cimentada para resistir el embate de las olas. Tenemos un modelo admirable, sobre todo estos días de Adviento, en María, la Madre de Jesús. Ella, muy amada por San Sabas y contemplada por él como la mujer del silencio, fue una mujer de fe, totalmente disponible ante Dios, que edificó su vida sobre la roca de la Palabra y, ante el anuncio de la misión que Dios le encomendaba, respondió con una frase que fue la consigna de toda su vida, y que debería ser también la nuestra: «hágase en mí según tu Palabra». Es nuestra maestra en en el silencio, en la escucha de la Palabra y en la construcción de una vida firme. ¡Bendecido jueves pidiendo por los sacerdotes ante Jesús Eucaristía! 

Padre Alfredo.

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