Los cristianos tenemos la esperanza puesta en Cristo, el Salvador, el que ya vino hace dos mil años en Belén, Dios que vino en persona, pero que también ha de volver de nuevo para juzgar a los vivos y a los muertos. Así lo estamos recordando en este tiempo de Adviento. No sólo recordamos la primera venida de Cristo, también esperamos su segunda venida. Mientras tanto, no debemos desfallecer en la esperanza y, este tercer domingo de Adviento, lo vivimos como un domingo que nos llena de alegría, por eso es el domingo llamado «Gaudete» —domingo gozoso—. Es la espera gozosa del Adviento. El Señor viene en persona, y con su llegada vendrá la alegría y el regocijo. La Iglesia con ello nos invita a vivir con paciencia, como nos ha dicho hoy Santiago (St 5,7-10), la espera del Mesías en este tiempo, pues Él, con su llegada, renovará nuestras fuerzas.
Hoy, como cada día, el santoral católico recuerda la vida y obra de varios santos y beatos. Entre los que este 15 de diciembre se honran, está santa María Crucificada de Rosa, fundadora del Instituto de Esclavas de la Caridad. María nació en 1813 en Brescia, una ciudad al norte de la región italiana de la Lombardía; su nombre de pila fue Paulina. Fue la sexta de nueve hermanos y a la temprana edad de 11 años, perdió a su madre. A los 17 años tuvo que dejar los estudios para cuidar de su padre, momento que el mismo aprovechó para tratar de encontrarle un marido, sin embargo, cuando la joven supo de sus planes y conoció en persona a su futuro marido, acudió inmediatamente a su párroco para que este hiciera recapacitar a su padre y le transmitiera sus deseos de no casarse con nadie. Su padre respetó la decisión de su hija y la apoyó cuando esta decidió dedicar su vida a los demás. Entre algunas de las obras para la beneficencia que llevó a cabo, destacó su cofradía de mujeres en la que organizaba retiros y misiones especiales para que todas participaran y la asistencia a enfermos en un hospital en el momento en el que la plaga del cólera azotó a Italia. Su inteligencia se reveló particularmente cuando tuvo que resolver los complejos problemas que acompañan siempre a la fundación de una congregación religiosa, cosa que hizo sin perder nunca la alegría y la esperanza. Al fundar la obra Paula tomó el nombre de María del Crucificado y, aunque apenas tenía cuarenta y dos años, sus fuerzas estaban totalmente agotadas. El trabajo abundaba: el cólera amenazaba a Brescia, y había que abrir un convento en Espalato de Dalmacia y otro cerca de Verona. La santa sufrió un ataque en Mántua. Cuando llegó a Brescia, exclamó: «¡Bendito sea Dios, que me trae a morir en Brescia!» Dios la llamó el 15 de diciembre de 1855.
En este siglo XXI en el que nosotros estamos viviendo también son nuestras obras la mejor y casi única prueba que podemos dar de nuestra alegría cristiana. La gente no ve nuestro interior. Nuestro interior sólo lo ve Dios. La gente nos juzga por nuestras palabras y, sobre todo, por nuestras acciones. Además, hoy vivimos en una sociedad mayoritariamente agnóstica y los discursos religiosos convencen hoy a muy poca gente, necesitamos entregarnos y vivir con alegría, pero no esa alegría aparente de risotadas o comilonas que muchos parecen vivir estos días, sino de la alegría de vivir anhelando la llegada del Mesías como Juan el Bautista y con la alegría de darlo a los demás como santa María Crucificada de Rosa. Los católicos tenemos que demostrar, con nuestras palabras y, sobre todo con nuestras obras, dónde está puesta nuestra alegría. Que la gente nos pueda considerar católicos de verdad porque vivimos alegres, por la puesta en práctica de nuestro credo religioso católico, amando a Dios y al prójimo, ayudando siempre con gozo y esperanza a las personas que nos necesitan. Hoy, en este domingo, estamos alegres porque la salvación, el tesoro que todos buscamos ha llegado a nosotros: es Jesús de Nazaret. Con María, madre de la esperanza y causa de nuestra alegría, seguimos avanzando por el camino del Adviento. ¡Bendecido domingo gaudete!
Padre Alfredo.
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