Santa Bibiana, una de las santas que la Iglesia celebra el día de hoy —porque los santos son muchísimos y se celebraran muchas veces a varios en el mismo día— fue una de de las últimas víctimas de la persecución anticristiana del emperdor romano Flavio Claudio Juliano, conocido como Julián el Apóstata (361-363) Un hombre que habiendo sido educado en la fe cristiana apostató y persiguió a los cristianos martirizando a muchos. La historia nos narra que el gobernador Aproniano, después de haber hecho asesinar a Fausto y a Dafrosa, seguro de poderse adueñar de su patrimonio, trató de obligar a la apostasía a las jóvenes hijas de estos mártires. Encerradas en la cárcel, las dos jóvenes y mártires, fueron duramente maltratadas. Demetria murió de inanición antes de la terrible prueba, pues el emperador ordenó que no les dieran de comer nada absolutamente. Bibiana, impávida y resuelta, enfrentó al gobernador y éste ordenó que fuera atada a una columna y flagelada. Llena de llagas por todo el cuerpo, la joven mártir entregó su alma a Dios. Echaron su cuerpo a los perros, pero unos cristianos lo rescataron y le dieron sepultura junto a la tumba de sus padres y de la hermana, cerca de su casa, en donde pronto construyeron una capilla y más tarde la actual basílica, sobre el monte Esquilino. En 1626, Bernini esculpió una estatua de la santa, que permanece en su basílica. La tradición y la iconografía representan su martirio mediante la flagelación, estando atada a una columna. Santa Bibiana es patrona de los bebedores y epilépticos y es invocada contra el dolor de cabeza y convulsiones.
En la primera lectura de la Misa de hoy (Is 4,2-6), el El Mesías es presentado como «un fruto de la tierra», no un «cuerpo extraño» caído del cielo... sino el fruto de una lenta y larga germinación. Es esa germinación en nuestras almas la que puede marcar el encuentro con Cristo, el enamoramiento y la aceptación de Él como Mesías Salvador, aunque las cosas del mundo inviten a todo lo contrario. La historia dice que Julián el Apóstata puso hasta una alcahueta para hacer que Bibiana renunciara a su propósito de morir virgen. La santa no sucumbió a los placeres del mundo a los que la invitaba aquella mujer y entregó su alma, de mente y corazón limpios, al Creador. La vida cristiana no es nunca una cosa fácil: es más bien un mantenerse en una lucha constante y en una confianza plenamente depositada en el buen Dios. Hay que aferrarse a la vida, pero a la vida verdadera, perseverar, luchar contra las fuerzas contrarias, esas del mundo que invitan a sucumbir en un río de placeres pasajeros y bastante efímeros. Es tiempo de Adviento, apenas lo iniciamos ayer. ¿Será para mí una ocasión de preparar mis energías para darme por completo al Señor haciendo su voluntad sin que los atractivos del mundo me aparten del plan de salvación que tiene planeado para mí? ¿Será que es un tiempo especial para tomar algunas decisiones de sobrevivencia cristiana en medio de un mundo que ha cambiado el orden de los valores de índole moral?
La prosperidad material y la seguridad que por los bienes proporcionan el mundo de hoy, han dado origen a la soberbia, a la superstición y al lujo desmedido. Muchos valoran la vida por lo que tienen y no por lo que son. En lugar de hacerse fuerte en Yahvé, tal como le exigía la alianza, el mundo va buscado la seguridad en riquezas ilusorias que nada dejan en el corazón. El Adviento es un pregón de confianza. Dios quiere llegar al corazón de todos, como llegó al corazón de Bibiana, quiere salvar a todos, sea cual sea su estado anímico, su historia personal o comunitaria. En medio del desconcierto general de la sociedad, él quiere orientar a todas las personas de buena voluntad y señalarles los caminos de la verdadera salvación. La Buena Noticia de su Evangelio ha de llegar a todos, como llegó a Bibiana, al centurión romano del que nos habla el Evangelio de hoy (Mt 8,5-11) y a su criado. Bajo la mirada dulce de María, la Virgen del Adviento y con el ejemplo de fidelidad de santa Bibiana, podemos decir con la misma humilde confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús venga a nuestra casa, y le pediremos que él mismo nos prepare para que su voluntad sea en verdad alimento de vida eterna para nosotros, y una Navidad anticipada. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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