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Nicolás nació en el seno de una familiar adinerada en la actual Turquía, alrededor del año 270. Pese a que su padre quería que siguiese sus pasos, el santo decidió ser sacerdote. A causa de la prematura muerte de sus padres, que contrajeron la peste y no sobrevivieron Nicolás, se quedó con cuantiosa herencia que puso al servicio de los más necesitados. Tanto es así, que adquirió una gran fama, lo que generó que más de dos mil templos en el mundo se consagren a su figura. La generosidad de san Nicolás viene desde su infancia. «Sería un pecado no repartir mucho, siendo que Dios nos ha dado tanto», decía a sus padres. Tras repartir sus riquezas, ingresó en un monasterio para dedicar su vida a Dios. Lo pintaban con unos niños, porque los antiguos contaban que un criminal hirió a cuchillo a varios menores, y el santo al rezar por ellos obtuvo su curación instantánea. Por ello, en su fiesta comienza la tradición de repartir dulces y regalos a todos los niños. Como el nombre de Nicolás en alemán es Nikolaus, San Nicolás comenzaría a popularizarse como Santa Claus. Se sabe que murió el 6 de diciembre del 365. Su figura, traída a América desde Europa, fue tomada en los años treintas por una famosísima compañía de refrescos que adoptando su figura regordeta y con un gorro en lugar de la mitra de obispo, pero conservando el color rojo de su traje, lo popularizó como lo conocemos.
Pienso hoy en tantos niños que seguro en el mundo entero tendrán la esperanza de que San Nicolás llegue con algún regalo y pienso que para mí, ya no tan niño, el mejor regalo que San Nicolás me puede dar de parte del Señor es el conservar mi fe en medio de un mundo que ha hecho un revoltijo de todo, un revoltijo que a muchos deja ciegos y le digo al Señor como los dos cieguitos del Evangelio de hoy (Mt 9,27-31) que se compadezca de mí y me ayude a ver. A ver el verdadero sentido de estos días en el compartir, en el celebrar nuestra fe, en el abrir las puertas a Cristo y a los hermanos. El Señor a nosotros también hoy nos pregunta si creemos que Él puede hacer que veamos. Quiere, como en el caso de los ciegos, suscitar en nosotros la espera, el deseo, la fe... No quiere forzar a nadie... Tal vez aquellos dos no conocen bien a Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de Jesús. Tal vez ahora muchos no sepan bien quién es Jesús pero a través de figuras como la de San Nicolás de Bari, aunque sea un poco desvirtuadas como él, convertido en Santa Claus, muestren al mundo el sentido de compartir y de darse en el Señor con la misma libertad con que Él se nos entregó. Qué la intercesión de este popular santo y de María Santísima cono acompañen en estos días de Adviento. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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