
La celebración de la Eucaristía, como deja claro San Felix I, forma parte del mundo, por su pan y su vino, por las palabras que en ella son proclamadas, por los hombres que reúne y no puede ser algo privado, aunque se colocan intenciones especiales, la Santa Misa conserva su carácter universal porque es al mismo tiempo iniciativa de Dios a la que se remiten los miembros de la asamblea, cada uno con las intenciones que lleva en su corazón. Esa visión universalista de la celebración de la Santa Misa queda clara si desde esta perspectiva se lee el Evangelio de hoy (Lc 2,36-40) cuando la profetisa Ana se acercó a la Sagrada Familia en el Templo «dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel». Jesús, es para todos, no para unos cuantos. Eso es lo que en este fragmento de la presentación de Jesús en el Tempo, Lucas quiere transmitir con urgencia. De manera que las naciones y las personas que acogen a Jesús, que lo toman en los brazos, se obligan a un nuevo discurso y nueva praxis universal que lleva a la liberación.
Además de Esteban, Juan, los Inocentes, el anciano Simeón, los pastores, los magos, y sobre todo José y María, ahora es esta buena mujer, sencilla, de pueblo, que desde hace tantos años sirve en el Templo, y que ha sabido reconocer la presencia del Mesías dando gracias a Dios y hablando del Niño a todos los que la quieran escuchar. Ana no prorrumpe en cánticos tan acertados como los de Zacarías o Simeón. Ella habla del Niño y da gloria a Dios. Es «vidente» en el sentido de que tiene la vista de la fe, y ve las cosas desde los ojos de Dios. Es una mujer sencilla, viuda desde hace muchos años. Y nos da ejemplo de fidelidad y de amor como lo da también el Papa San Félix I. En lo sencillo y lo cotidiano anda Dios. Como también sucedió en los años de la infancia y juventud de Jesús. El evangelio de hoy termina diciendo que su familia vuelve a Nazaret, y allí «el niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.» Los vecinos no notaban nada. Sólo José y María sabían del misterio que traía repercusiones universales. Pero Dios ya estaba entre nosotros y actuaba a favor de todos. Sigamos viviendo estos días de la Navidad con ese corazón universal, pidiendo por todos y queriendo llevar a todos al portal de Belén. ¡Bendecido Lunes!
Padre Alfredo.
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