Cada uno de nosotros colabora poniendo su granito de arena en la historia de salvación con las cualidades que tiene, sean pocas o muchas y que sabemos vienen de lo alto. No todos seremos en esta historia héroes forzudos como los súper héroes que nos presentan las películas. No todos tendremos el cargo sacerdotal del incienso en el Templo de Jerusalén como Zacarías en el Evangelio de hoy (Lc 1,5.25). Dios puede hacer brotar la salvación de un tronco seco o de un matrimonio estéril o de una persona sin cultura. Lo importante es que pongamos lo que podemos y sabemos al servicio de Dios, y así contribuyamos a que la Navidad sea un tiempo de gracia para nosotros y para nuestra familia, comunidad o parroquia. El texto del Evangelio de hoy narra la anunciación del nacimiento de Juan. Zacarías e Isabel son ancianos, y ella es estéril. Representan así al pueblo de Dios, al «resto» justo y fiel que esperaba la liberación. Ellos son el pueblo pobre, que sin poder recurrir a nadie más, depende de Dios y de sus designios divinos.
Dentro de este pueblo pobre siempre han ocupado un lugar preponderante los santos, los beatos, los hombres y mujeres de Dios que saben poner lo que son y lo que tienen al uso de Dios, como la beata María Inés o el beato Carlos de Foucauld que decían: «Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras...». Gente sencilla que va poniendo de su parte lo que Dios pidea para construir la historia de salvación. Así sucede con el beato Urbano V, uno de los Papas que vivió el destierro en Avignon cuando la Iglesia Católica vivió los difíciles tiempos de la invasión a los estados vaticanos. El Papa Urbano V nació en Francia, en 1310. Hizo sus estudios universitarios e ingresó con los benedictinos. Fue superior de los principales conventos de su comunidad y como era un hombre sencillo que tenía especiales cualidades para la diplomacia, los Sumos Pontífices que vivieron en Avignon lo emplearon como nuncio o embajador. Estaba de nuncio en Nápoles cuando llegó la noticia de que había muerto el Papa Inocencio VI y que él había sido nombrado Papa. Entonces no era ni obispo y mucho menos cardenal. En sólo un día fue consagrado obispo, y coronado como Papa. Como Sumo Pontífice se propuso acabar con los abusos que existían. Como hizo el Papa Francisco, quitó los lujos de su palacio y de sus colaboradores. Se preocupó por obtener que el grupo de sus empleados en la Corte Pontificia fuera un verdadero modelo de vida cristiana, entregando los principales cargos eclesiásticos a personas de reconocida virtud y luchando fuertemente para acabar con las malas costumbres. Al mismo tiempo trabajó seriamente para elevar el nivel cultural del pueblo y fundó una academia para enseñar medicina.
Para colaborar en las obras de Dios lo que se necesita es disposición, disposición que a veces en el inicio se ve perturbada porque las cosas que Dios quiere hacer parecen imposibles, como le sucedió a Zacarías al recibir el anuncio de que Isabel estaba esperando un hijo, pero, para Dios, no hay imposibles. El ejemplo de la vida del Papa Urbano V es en esto muy ilustrativo. Él se sabía pequeño y necesitado de la gracia de Dios, así que recurrió a cuanto pudo para gobernar la Iglesia en sus tiempos. Con la ayuda de los franciscanos y de los dominicos emprendió la evangelización de Bulgaria, Ucrania, Bosnia, Albania, Lituania, y hasta logró enviar misioneros a la lejana Mongolia. Lo más notorio de este santo Pontífice es que volvió a Roma, después de que ningún Papa lo había hecho desde hacía más de 50 años. Al llegar a Roma no pudo contener las lágrimas. Las grandes basílicas, incluso la de San Pedro, estaban casi en ruinas. La ciudad se hallaba en el más lamentable estado de abandono y deterioro. Con sus grandes cualidades de organizador, emprendió la tarea de reconstruir los monumentos y edificios religiosos de Roma. Estableció su residencia en el Vaticano y se dedicó a restablecer el orden en el clero y el pueblo. Santa Brígida le anunció, cuando estaba ya bastante enfermo que si abandonaba Roma moriría. Pero las revoluciones se dieron nuevamente, y Urbano, que se encontraba ya muy mal de salud, dispuso irse otra vez a Francia en 1370. El 5 de diciembre salió de Roma y el 19 de diciembre murió. Todos formamos parte del caminito de la historia de salvación, todos vamos poniendo nuestro granito, María con su «Sí», los santos y beatos con su disponibilidad y tú y yo... ¿qué ponemos? ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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