El «cúmplase en mí lo que me has dicho» que en boca de María resuena hoy en el evangelio ante el anuncio del ángel (Lc 1,26-38) es el «sí» que debe resonar en cada uno de nuestros corazones a la voluntad de Dios. Así se ha prolongado a lo largo de los siglos la aceptación de la salvación generación tras generación. Es como si cada uno de nosotros volviera a escuchar el anuncio del ángel que espera nuestro «sí» para llevarlo a nuestro Dios. Es el «sí» que muchos santos y beatos han dado a las peticiones del Señor para llegar a muchas almas. En eso consiste la esencia de nuestra vocación, en una respuesta con un «sí». La vocación es en cada uno de nosotros el punto central de nuestra vida. El eje sobre el que se organiza todo lo demás. Todo o casi todo depende de conocer, aceptar y cumplir aquello que Dios nos pide haciendo que nuestro corazón sintonice con el suyo. Pero a pesar de que la vocación es la llave que abre las puertas de la felicidad verdadera, hay quienes no quieren conocerla; prefieren hacer su voluntad en vez de la Voluntad de Dios, sin buscar el camino por el que alcanzarán con seguridad el Cielo y harán felices a muchos más. El Señor hace llamamientos particulares; también hoy. Nos necesita, porque la mies es mucha y los obreros pocos (Mt 9, 37). Hay mieses que se pierden porque no hay quien los recoja. «Cúmplase en mí lo que me has dicho», dice la Virgen. Y la contemplamos radiante de alegría.
El «sí» de María, como nuestro «sí» no es un juego, es algo que implica toda la vida y la implica con seriedad hasta darlo todo, dejándose por completo en las manos de Dios. El beato Miguel Piaszczynski, sacerdote y mártir polaco, fue encarcelado en el extranjero a causa de la fe y llevado al campo de concentración de Sachsenhuse, en Alemania, allí murió como mártir el 20 de diciembre de 1940. Había nacido en Lomza el 1 de noviembre de 1885. Estudió en Sejny y Petersburgo y se ordenó sacerdote el 13 de junio de 1911. Prosiguió sus estudios en Friburgo (Suiza) y se doctoró en Filosofía. Ejerció el cargo de capellán de los mineros polacos en Francia y luego, al volver a su diócesis, se le encargó de la dirección del Instituto Piotr Skarga. En 1925 se produjo la reorganización de la diócesis de Sejny y se le dio como capital la ciudad de Lomaza. Tuvo varios cargos en el seminario diocesano y fue canónigo de la catedral. Luego, empezada ya la guerra, estuvo como director del Instituto de San Casimiro, de Sejny siguiendo con una vida llena de Dios para darlo a los demás, pero allí fue arrestado el 7 de abril de 1940, y enviado al campo de concentración de Dzialdowo para pasar después al de Sachsenhausen, donde tuvo lugar su muerte debido a que lo dejaron morir de hambre y miseria. Su vida fue un constante «sí» a la voluntad de Dios con tantos cargos y encomiendas que no lo apartaron nunca del espíritu de oración y del anhelo de santidad. Fue beatificado el 13 de junio de 1999.
Como el beato Miguel y como muchos más, tenemos que estar atentos porque el anuncio de lo que Dios quiere llega a nosotros una y otra vez. María vio al ángel aquel solamente una sola vez, pero supo interpretar que en los acontecimientos y a travez de otras mediaciones como su esposo José y diversos acontecimientos como la escasez del vino en Caná, el Señor pide renovar el «sí» que sintonice nuestro querer como el suyo. El beato Miguel caminó mientras estuvo por este mundo así, era un hombre inteligente y culto, sacerdote de gran vida interior y de gran entrega como educador. Un hombre, que en su sencillez y pureza de corazón practicó la amistad con los judíos a los que llamaba sus hermanos mayores. Paciente y comprensivo espero la muerte soportando los horrores del campo de concentración a sabiendas de que esa, era la voluntad de Dios. Dios le había llamado a anunciarle, a llevar su palabra a muchos y ahora le llamaba a dar la vida en la soledad y en la miseria de ese lugar en el que lo dejaron morir de hambre. Yo sé que queremos vivir estos últimos días del Adviento como el beato padre Miguel, con el mismo «sí» de María nuestra Madre. Apoyando nuestra humilde condición en la gracia de Dios a quien le pedimos que su Hijo nos encuentre con el corazón dispuesto, dócil a sus mandatos, a sus consejos, a sus sugerencias, a su voluntad. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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