jueves, 1 de agosto de 2019

«De peregrinos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Empezamos hoy un nuevo mes gracias a Dios y con ello la oportunidad de emprender nuevos retos a la vez que revisamos los propósitos que nos hemos hecho para retomar el camino hacia las metas que nuestro peregrino corazón se trazado para este 2019. Que bueno que la liturgia de la Palabra el día de hoy pone a nuestro alcance el salmo 83 [84], uno de los salmos atribuidos a «los hijos de Coré», una familia sacerdotal que se ocupaba del servicio litúrgico y custodiaba el umbral de la tienda del arca de la Alianza (cf. 1 Cro 9,19). Y digo que qué bueno porque se trata de un canto dulcísimo, penetrado de un anhelo místico hacia el Señor de la vida, al que se celebra repetidamente (cf. Sal 83,2.4.9.13) con el título de «Señor de los ejércitos», es decir, Señor de las multitudes estelares y, por tanto, del cosmos. Este título también está relacionado de modo especial con el arca conservada en el templo, llamada «el arca del Señor de los ejércitos, que está sobre los querubines» (1 Sam 4,4; cf. Sal 79,2) y que se la consideraba como el signo de la tutela divina, especialmente en los días de peligro y de guerra (cf. 1 Sam 4,3-5; 2 Sam 11,11). 

Dios no nos deja nunca solos, camina con nosotros cada día de nuestra vida involucrándose en todo lo que día a día realizamos. El salmista lo sabe y por eso, con sus palabras de alabanza, nos ayuda a ver que todo el ser del creyente tiende al Señor, impulsado por un deseo casi físico e instintivo: «Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo» (v. 3). El peregrino expresa su gran felicidad por estar un tiempo en los atrios de la casa de Dios, y contrapone esta felicidad espiritual a la ilusión idolátrica, que impulsa hacia «las tiendas del impío», o sea, hacia los templos infames de la injusticia y la perversión que el mundo presenta con grandes atractivos que pueden confundir si no se está fuerte en la fe. los Padres de la Iglesia, en sus comentarios al Salmo 83, dan particular relieve al versículo 6: «Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación». Vamos por este mundo como peregrinos hasta llegar al Templo del encuentro con el Señor donde lo veremos cara a cara y moraremos por siempre en sus atrios. Por eso, para estos padres santos, la peregrinación a Sión era el símbolo del avance continuo de los justos hacia las «eternas moradas», donde Dios acoge a sus amigos y nos dará la alegría plena (cf. Lc 16,9). 

Los cristianos sabemos que por el Bautismo hemos entrado a formar parte de la comunidad de Jesús que peregrina en este mundo con el anhelo de alcanzar la santidad y habitar en el cielo eternamente. Pero sabemos también que vamos caminando no como comunidad de perfectos, sino de pecadores que buscan la conversión cada día hasta llegar a la meta sin detenerse. Terminamos ayer el mes de julio con la memoria de un hombre de horizontes anchos: san Ignacio de Loyola y comenzamos hoy el mes de agosto evocando a otro santo: san Alfonso María de Ligorio. Cada discípulo–misionero debe ser consciente, como ellos dos, que en este mundo se va de paso y hay que tomar en serio el mensaje del Reino si se quiere alcanzar el cielo. En el Evangelio de hoy, que habla de la red que coge peces buenos y malos, el evangelista subraya con la expresión «Allí será el llanto y la desesperación» lo que sucede a quienes se quedan estancados en su egoísmo o se despistan en este peregrinar (Mt 13,47-53). No podemos detenernos y mirar hacia otro lado cosas que nos distraigan del verdadero camino. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de saber andar; de saber escuchar la Palabra y dejarla penetrar en el corazón, para que podamos seguir peregrinando e ir a nuestros hermanos como un verdadero signo del amor salvador de Dios para la humanidad entera para a todos al cielo. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico, inicio de un nuevo mes! 

Padre Alfredo.

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