El Salmo 105 [106]) es un himno nacional de Israel en el que el salmista repasa la historia antigua del pueblo de Israel para demostrar que aún con todas las fallas, olvidos y pecados que el pueblo elegido pueda cometer, Dios es siempre fiel al pacto que ha hecho con Israel. El salmista muestra —con lujo de detalles— cuán crónica fue la deslealtad de Israel y cuán terribles fueron las consecuencias que sufrió como resultado de sus pecados. Por eso el salmo toca los temas de la salida de Egipto, la peregrinación en el desierto y la historia de Israel en la tierra prometida durante el período de los jueces. las descripciones que el autor sagrado hace de la debilidad e insensatez de Israel y el poder de Dios que se muestra tanto en la liberación como en el castigo, se alternan en un conjunto de estrofas irregulares de las que hoy el salmo responsorial nos presenta solo una parte. El salmo completo comienza y concluye con una alabanza y una plegaria, como debe de empezar y terminar cada uno de los días que vamos viviendo. Al leer las cuatro estrofas que toma el salmo responsorial hoy, pienso en como es que el pueblo judío olvidaba las misericordias divinas (cf. Dt 32,28, 29) con tanta facilidad. Pero lo que más me impresiona es pensar en como nosotros, como los israelitas, tendemos a aceptar las bendiciones de Dios como algo común y corriente sin permitir que esas muestras de su misericordia causen en nosotros una impresión duradera que guardemos en el corazón. A la luz de esto me pregunto ¿Cuántas maravillas habrá hecho el Señor en mi vida a pesar de mis infidelidades? ¿Cuántas veces he dejado pasar de largo los detalles que Dios ha tenido conmigo? ¿Cuántas veces arrebatadamente no habré esperado que Dios me revele cuál es su voluntad y he caído en dificultades?
Y es que el salmista, con una clara conciencia del amor de Dios, exhibe, por así decir, los pecados a Israel recordándole sus tiempos en el desierto: su deseo ardoroso de comer carne, su rebelión contra Moisés y Aarón, la adoración del becerro de oro, el incidente de los espías, la fornicación en Baal-peor y la murmuración en Meriba y otros pecados sucesivos que se van enumerando uno tras otro, dejándonos ver su intención de abrir el corazón a la misericordia divina mediante el recuerdo evocado por la incesante enumeración de los pecados pasados, invitando al pueblo a hacer memoria. Nuestra época, nuestra Iglesia, nosotros los cristianos de hoy ¿no estaremos también en algunos momentos desmemoriados? que, como entonces, nos dejemos contaminar por el paganismo materialista que nos envuelve y coquetea cada día con nosotros. ¿No será que hoy muchos cristianos adoptamos también, la mentalidad del ateísmo del dejarse llevar, del culto del dinero y del confort? Hoy, como digo, me he detenido a considerar mi vida y a revisar cuánto me dejo intoxicar... quizá sin darme cuenta de ello, por tantas cosas vanas que el mundo ofrece de manera gratuita... y doy un brinco al relato del Evangelio de hoy que nos habla del joven rico (Mt 19,16-22), porque, en este trozo se habla del hombre, de la existencia humana, de la vida de cada día y por tanto, de cada uno de nosotros.
Por eso en cierto modo, además de ver al salmista, me veo también un poco en el joven rico —yo de juventud acumulada— y, aunque se trata de un trozo difícil de explicar en todos sus particulares, creo que el joven rico nos deja ver el horizonte habitual de Jesús que es misericordioso como su Padre. Jesús sí tiene memoria, no olvida la «perfección»: «Sean perfectos como mi Padre celestial es perfecto» (Mateo 5,48) y deja ver al joven en qué consiste esa perfección: «hay que seguir a Jesús: «Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme». Según Jesús ese joven no es «perfecto» porque su corazón no pertenece del todo a Dios, no ha hecho memoria de su amor infinito, sabe los mandamientos pero su corazón está atado a sus posesiones, está bloqueado por ellas. Esos supuestos «bienes» le estorban porque le roban la memoria del amor y de la misericordia del Señor, le ponen trabas en vez de ayudarlo. Y el resultado es la tristeza que le hace alejarse. Menos mal que, por encima de nuestros fallos, está la bondad de Dios, que no se cansa de amar y de perdonar dando una nueva oportunidad: «el Señor miró su angustia y escuchó sus gritos» como nos ha dicho el salmo... el joven éste tendrá seguramente otra oportunidad y otra, y otra, porque Dios hace siempre memoria del amor que nos tiene y no deja de llamarnos. Pidamos a la Santísima Virgen que ella, con su «sí» nos ayude a seguir al Señor haciendo memoria... ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario