sábado, 3 de agosto de 2019

«Que te alaben, Señor, todos los pueblos»... Un pequeño pensamiento para hoy

La súplica, la alabanza, el deseo de glorificar a Dios por parte de quien ha saboreado el haberle conocido, la gratitud por los beneficios recibidos y el anhelo de permanecer en la bendición del Señor, son movimientos espirituales que brotan espontáneamente del corazón y cristalizan en la oración. Hoy el autor del salmo 66 [67] nos da muestra de ello con una oración armónica que ha compuesto por inspiración del mismo Dios. El autor sagrado se remite a Dios con humildad tomando como base el texto de la antigua bendición sacerdotal (Num 6,23-27) y pidiéndola al Señor como una gracia. Él, agradecido por los beneficios que Dios le ha concedido, no piensa solamente en él, sino que contempla que la bendición vivificante dada de lo alto y la luminosa complacencia de Yahvé, se posa sobre todos y nos deja un salmo que es comprensible para todos los pueblos. Mirando a Israel, todo orante agradecido podrá conocer la bondad de Dios, que da a conocer a todos el camino de la salvación. 

El Salmista sabe que por su infinita misericordia y compasión, el Señor cuida de todos. de Dios. En este salmo, el autor piensa en todos, suplica y agradece no solamente en su nombre sino en nombre de los mejores santos y los peores pecadores que pueden unirse con él en este cántico. Desde esa misericordia de Dios él expresa su deseo de ser bendecido y con él todo el pueblo seguro de que el amor de Dios hacia nosotros es así de grande. El que el rostro glorioso y alegre de Dios resplandezca sobre el hombre es el regalo más grande que uno pudiera tener. El saber que mientras Dios nos ve, está complacido y no debido a lo que somos, o lo que hemos hecho, sino por lo que somos: sus hijos. El salmista se sitúa en esta condición de hijo pero se sabe también hermano de todos, por eso exclama: «Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora». Él quiere que todos lleguen a gozar de lo que él ya disfruta: vivir en la presencia de Dios cada día agradeciendo su bendición y con ello todos los beneficios que vienen de lo alto. El salmista tiene un panorama hermoso en mente. No solamente piensa en Jerusalén, no sólo en Judea, no solo todo Israel, no únicamente todo el Medio Oriente, no solamente todo el mundo Mediterráneo, no solamente su continente o hemisferio, sino en toda la tierra. Dios quiere que tengamos el mismo sentir y la misma visión. Su misericordia y su bendición son para toda la tierra. 

Pero el salmista espera también, que ese amor de Dios sea correspondido: «Las naciones con júbilo te canten... Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero». Pero el hombre es egoísta, se encierra muchas veces en sí mismo y no ve más allá, se enreda en sí mismo, en su soberbia, en sus vanidades, en su pecado... como Herodes, de quien hoy nos habla el Evangelio, un hombre débil, libertino y bastante más que se deja llevar por los criterios del mundo y termina hasta mandando decapitar a Juan el Bautista para cumplir un capricho de Herodías quien, también envuelta por la mundanidad que a todos puede torcer el corazón, le aconseja a su hija que pida en una charola la cabeza de Juan (Mt 14,1-12). ¡Qué poca visión se tiene si se deja al pecado adueñarse de la mente y del corazón! ¡Qué diferencia abismal entre Juan el Bautista y Herodes y los suyos! Juan tomó el camino certero del que habla el salmista. Quien se decida por anunciar el Evangelio como testigo del mismo, trabajando para que, conforme al designio salvador de Dios, llegue a todos la misericordia y la bendición, encontrará grandes dificultades, que tendrá que padecer por el mismo Evangelio. Teniendo a Dios de nuestra parte, como el autor del salmo responsorial de hoy, podemos estar seguros, como seguramente lo estuvo Juan el Bautista, de que es nuestra la herencia que el Señor ha prometido a los que le aman y le hacen amar del mundo entero. Hoy que es sábado, roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de ser fieles y valientes en el testimonio de la Palabra, proclamada y vivida por nosotros, y que Él nos ha confiado para hacerla llegar como único camino de salvación a toda la humanidad. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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