«Demos gracias al Señor, porque él es bueno. Al Dios de los dioses demos gracias; demos gracias al Señor de los señores». Con estas palabras, con las que inicia el salmo responsorial de este viernes, tomado del salmo 135 [136] quiero yo también iniciar este momento de reflexión en mi oración de la mañana. En este salmo, el autor sagrado, inspirado por Dios canta en nombre del pueblo de Israel su acción de gracias, enumerando con memoria cariñosa todas las maravillas que ha hecho el Señor, desde la creación y el rescate de los egipcios, hasta la conquista y el cuidado diario. ¡Cuánto es lo que tenemos que agradecer al Señor! Decía la beata María Inés que a ella le dolía que hubiera tan pocas almas agradecidas. La vida misma es el primer motivo para ser agradecidos con Dios, esta vida se hace oración y cada una de nuestras vidas es en sí un salmo de acción de gracias. Tras de cada suceso, grande o pequeño, alegre o penoso, oculto o manifiesto, está la gratitud a Dios.
Con las pruebas del desierto, que representan el mal y la opresión, el pueblo de Israel, a través del paso del Mar Rojo, recibió el don de la libertad y de la tierra prometida, descubriendo la mano liberadora del Dios del amor. Por eso, los que verdaderamente valoraban estas acciones de la infinita misericordia de Yahvé, como el salmista, vivían con un corazón agradecido y esperando la llegada del Mesías. De alguna manera podemos decir que ellos, los llamados «Anawin» (los pobres de Yahvé) se adelantaban dando gracias ya por la llegada del Mesías libertador que consideraban inminente. La relectura cristiana del Salmo indica claramente que la presencia de Dios entre nosotros alcanza su culmen en la Encarnación de Cristo. Así lo testifican los Padres de la Iglesia, que ven el vértice de la historia de la salvación y la señal suprema del amor misericordioso de Dios Padre en el don de su Hijo: Cristo salvador y redentor, que se humilló para levantarnos, se hizo esclavo para conducirnos a la libertad y aceptó morir para ofrecernos la inmortalidad. ¡Cómo no agradecer este regalo maravilloso!
Qué pena que el mismo Mesías esperado por los pobres, perciba que el pueblo tiene un duro corazón y no sabe agradecer los dones divinos y por eso es incapaz de entender lo que la donación total al Señor significa. En el Evangelio de hoy Jesús les dice que hay cosas, como el celibato por el reino de los cielos, que no todos pueden comprender (Mt 19,3-12) y por lo mismo, podemos nosotros deducir, no saben agradecer. Para Jesús la más alta concepción humana del amor conyugal, así como el celibato por el reino de los cielos, es un «don de Dios». La doctrina de Jesús no será entendida nunca por aquellos que no saben agradecer. Una vida de santidad fluye de un corazón lleno de agradecimiento por la gracia, por la misericordia, por el amor y por la salvación de Dios. En vez de vivir para nosotros y para nuestros placeres, los discípulos–misioneros, sea cual sea nuestra vocación específica, casados, solteros, religiosos, sacerdotes, misioneros, debemos agradecer al Señor en todo lo que hagamos, digamos y pensemos. El ser agradecidos nos capacitará siempre para vivir de una manera agradable y que le honre. Pidámosle a la Santísima Virgen María, la Mujer del Magnificat agradecido, que ella nos ayude, a todos los miembros de la Iglesia, a vivir una gratitud sincera que rompa la barrera del orgullo y abra la puerta de la humildad. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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