Desde ayer la liturgia de la Palabra nos ha regalado el meditar el salmo 138 [139] que tanto nos lleva a profundizar en el amor que Dios nos tiene. Hoy me llama la atención el fragmento del salmo que dice: «¿A dónde iré yo lejos de ti, Señor? ¿Dónde escaparé de tu mirada? Si subo hasta el cielo, allí estás tú; si bajo al abismo, allí te encuentras». El mundo de hoy, el mundo en el que vivimos lleno de redes sociales gracias a todo tipo de tecnología, facilita la comunicación de unos con otros, pero la capacidad de la persona para conocerse a sí mismos y con ello conocer y valorar profundamente, en cuanto a nuestra condición humana lo permite al Señor, al Dios que nos ha dado la vida. Y es que el actual contexto cultural, está caracterizado de un difuso relativismo y de un fácil pragmatismo, que llevan, entre los dos, a que la persona se quede mucho en la superficie sin interiorizar, por eso, de parte de nosotros, discípulos–misioneros amados y llamados por el Señor, exige más que nunca un valiente anuncio del amor de Dios y el valor del interior de la persona. Hoy es día de San Agustín, y por eso ese salmo me suena mucho a la luz de la doctrina de este extraordinario Doctor de la Iglesia en el que la inquietud del corazón lo llevó al encuentro personal con Cristo y lo hizo comprender que ese Dios que buscaba lejano de sí, es el Dios cercano a cada ser humano, el Dios cercano a nuestro corazón, el que vive en lo más íntimo de nosotros y está por eso más cerca de nosotros que nosotros mismos (Conf. III, 6,11) En todo aquel que sabe amado por Dios y acompañado por él hasta en lo más profundo, la inquietud de la búsqueda de la verdad, de la búsqueda de la misericordia se vuelve inquietud por conocer al Señor siempre más y por salir de sí mismo para hacerlo conocer a los demás.
San Agustín se dejó inquietar por Dios, lo dejó entrar en su interior convencido de que Dios vela por nosotros, que nos encuentra en todo tiempo y lugar y no se cansó de anunciarlo, de evangelizar con coraje, sin temor, buscando ser imagen del Jesús Buen Pastor que conoce sus ovejas (Jn 10,14) y sale a buscar a las perdidas. Hoy pienso en aquel llamamiento que hizo este santo varón a los de su tiempo y que a distancia de tantos siglos conserva intacta su actualidad: «In te ipsum redi. In interiore homine habitat veritas»: «Entra en ti mismo. En el hombre interior habita la verdad». Este salmo me ayuda también a ir a un discurso de San Agustín en donde exhorta: «¡Entren de nuevo en su corazón! ¿A dónde quieren ir lejos de ustedes? Yendo lejos se perderán. ¿Por qué se encaminan por carreteras desiertas? Entren de nuevo desde su vagabundeo que les ha sacado del camino; vuelvan al Señor. Él está listo. Primero entra en tu corazón, tú que te has hecho extraño a ti mismo, a fuerza de vagabundear fuera: no te conoces a ti mismo, y ¡busca a aquel que te ha creado! Vuelve, vuelve al corazón, sepárate del cuerpo… Entra de nuevo en el corazón: examina allí lo que quizá percibiste de Dios, porque allí se encuentra la imagen de Dios; en la interioridad del hombre habita Cristo, en tu interioridad eres renovado según la imagen de Dios». Sí, eso es lo que el mundo de hoy necesita: «¡Interiorizar!», dejarse ver por el Señor haciendo a un lado los criterios del mundo. Hoy, en este día en el que cumplo 58 años de vida, a la luz de este salmo hermosísimo y de la doctrina de San Agustín me interrogo sobre mi ser y quehacer como discípulo–misionero, a ver si no es que me he «acomodado» en mi vida cristiana, en mi vida sacerdotal, en mi vida religiosa o conservo la frescura y la fuerza de la inquietud por Dios, por su Palabra, que me hace dejarme mirar, amar y enviar por Dios a los otros. Les invito a que pidan junto conmigo, por la intercesión de la Santísima Virgen, que conservemos en nuestro corazón la certeza de que el Señor no se olvida ni un solo instante de nosotros y que al derramar su amor en cada uno nos lanza al encuentro del hermano.
Aunque este mal entramado escrito sea más largo que la Avenida Insurgentes en Ciudad de México o la calle Ruiz Cortines en Monterrey, quiero terminar la reflexión con una oración de San Agustín que me encanta y que hoy, en su día quiero volver a rezar: «Señor Jesús, que me conozca a mi, y que te conozca a Ti. Que no desee otra cosa sino a Ti. Que me odie a mí y te ame a Ti, y que todo lo haga siempre por Ti. Que me humille y que te exalte a Ti. Que no piense nada más que en Ti. Que me mortifique, para vivir en Ti, y que acepte todo como venido de Ti. Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti. Que siempre escoja seguirte a Ti. Que huya de mí y me refugie en Ti, y que merezca ser protegido por Ti. Que me tema a mí y tema ofenderte a Ti. Que sea contado entre los elegidos por Ti. Que desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en Ti, y que obedezca a otros por amor a Ti. Que a nada dé importancia sino tan sólo a Ti. Que quiera ser pobre por amor a Ti. Mírame, para que sólo te ame a Ti. Llámame, para que sólo te busque a Ti, y concédeme la gracia de gozar para siempre de Ti. Amén». ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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