Hace ocho días, celebrábamos con alegría la fiesta de la asunción de la Virgen María a los cielos, hoy la Iglesia nos regala el venerarla con el título de «Reina». Son muchas las pinturas que nos la muestran a lo largo de la historia y en los diversos estilos de cada época, coronada y rodeada de ángeles. El anuncio de parte de Jesús, del Reino de Dios que se realiza en su persona, es para cada uno de nosotros, una invitación y un desafío. ¡Lo es también para su Madre Santísima! Buscar el reino es buscar a Jesús y comprometerse con Él, compartir su vida y seguirlo hasta la cruz. «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí», dice san Pablo (Ga 2,20). Solamente se entiende qué es el reino si se camina de la mano de Cristo. Si se le mira y si uno deja mirarse por Él. Él nos dice a cada instante: «Permanezcan en mi amor» (Jn 15,9). Pero hoy podemos preguntarnos: ¿qué quiere decir María Reina? ¿Es sólo un título unido a otros? La corona, ¿es un ornamento junto a otros? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es esta realeza?
La fiesta de María Reina, instituida por el papa Pío XII y colocada por la reforma del Calendario Romano de Pablo VI con rango de memoria obligatoria el 22 de agosto, octava de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, pone de relieve la íntima relación entre la realeza de la Virgen y su glorificación en cuerpo y alma al lado de su Hijo. En la constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia ha quedado escrito: «María fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo» (Lumen gentium, 59). Esta es una fiesta que nos lleva a pensar en que ese Reino, que se empieza a establecer aquí en la tierra, está al alcance de todos como lo está para María que, al ser elevada a los cielos, es coronada como Reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires, de los que viven su fe, de los que se conservan castos, de todos los santos... y de todo aquel que quiera ser llevado a ese Reino que su Hijo anuncia. Ella reina en el cielo y en la tierra porque en todo momento ha hecho la voluntad de Dios. Por eso la liturgia de hoy nos hace repetir con el salmista: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (Sal 39 [40]).
La pequeña y sencilla muchacha de Nazaret se convirtió en Reina y, seguramente, ella nunca anheló serlo y mucho menos ser coronada, pero Dios la colocó por encima de todos los coros celestiales y los hombres de todos los siglos la aclamamos como «Reina y Madre» en la bellísima oración de la «Salve» por eso, por hacer en todo momento la voluntad del Rey de reyes y Señor de señores. Por eso en la letanía lauretana el título de «Reina» es la más reiterada proclamación. Este título en ella es, como alcanzamos a leer en estas letanías, un título de confianza, de alegría, de amor. María reina haciendo la voluntad el Padre velando sobre nosotros, sus hijos: los hijos que se dirigen a ella en la oración, para agradecerle o para pedir su protección maternal y su ayuda celestial tal vez después de haber perdido el camino, oprimidos por el dolor o la angustia por las tristes y complicadas vicisitudes de la vida. En la serenidad o en la oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María Reina confiando en su continua intercesión, para que nos obtenga de su Hijo todas las gracias y la misericordia necesarias para nuestro peregrinar a lo largo de los caminos del mundo. La oración de la Salve, nos ayuda a comprender que la Virgen santísima, como Madre nuestra al lado de su Hijo Jesús en la gloria del cielo, está siempre con nosotros en el desarrollo cotidiano de nuestra vida. Hoy es un buen día para detenerse a rezar la Salve para que, mirándola a ella, imitemos su fe, su disponibilidad plena al proyecto de amor de Dios, su acogida generosa de Jesús y reinemos con ella nosotros también. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico contemplando a María como Reina!
Padre Alfredo.
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