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Y es que los cristianos bien sabemos que el proyecto de Dios se realizará a condición de que la humildad, la pobreza y el desprendimiento de lo que es pasajero se conviertan en elemento esencial de la acción de la Iglesia en el acontecer del mundo. «¿No saben —decía el filósofo Søren Kierkegaard— que ser cristiano es la inquietud más elevada del espíritu? Es la impaciencia de la eternidad, un continuo temor y temblor, agudizado por el hecho de encontrarse en un mundo perverso que crucifica el amor». La Iglesia terrena, asamblea del pueblo humilde salvado por Dios, debe estar empeñada en mostrarse «ferviente en la acción y dedicada a la contemplación» (SC 2) en el hoy, presente en la historia y peregrina en camino hacia la ciudad futura sin dejarse atrapar por las nimiedades de este mundo. Caminamos al encuentro del Señor en sencillez de vida, contrastando cada uno de nuestros pasos con las falsedades que el mundo ofrece como aparente felicidad.
El texto evangélico presenta hoy (Mt 23, 13-22), y los dos días inmediatamente siguientes, los «ayes» contra los letrados y fariseos con los que Jesús pone en evidencia el dejarse llevar por los criterios mundanos de estos que se sentían cumplidores de la ley. Se trata de ocho lamentaciones que, al final de su vida, Jesús dirige a quienes no han sido capaces de abrirse a la felicidad de las bienaventuranzas propuestas al comienzo del sermón de la montaña. Estos —escribas y fariseos letrados— con su actuar hipócrita han cerrado «a los hombres el Reino de Dios». La falta de adecuación entre su enseñanza y su práctica oscurece la acción de Dios en la historia humana y, por consiguiente, la verdadera religiosidad. Los criterios que sigue el creyente no pueden ser los mismos del mundo. De esta forma, queda claro que la contaminación de lo mundano, impide la entrada al Reino e impide también, la posibilidad de entrar a sus seguidores. Pidamos a la Santísima Virgen que, con su sencillez e vida, nos libre de esa mundanidad de la hipocresía y de la apariencia para que, aún viviendo en medio de esos criterios del mundo, nos mantengamos firmes y sigamos siendo unos buscadores incansables de Dios y de sus intereses. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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