lunes, 26 de agosto de 2019

«Buscadores de Dios en medio del mundo»... Un pequeño pensamiento para hoy

El salmo 149, que la liturgia de la palabra de la Misa de hoy nos presenta, es una llamada a la alabanza para cantar al Señor, que se encuentra en medio de nosotros. El salmista da gracias con un corazón colmado de alegría religiosa. Para nosotros, discípulos–misioneros de Cristo los motivos para ir a este canto de fiesta del Antiguo Testamento y hacerlo nuestro son varios: los creyentes exultamos por la creación y por su Creador; cantamos por la victoria conseguida por Cristo resucitado sobre la muerte y sobre el mal y, por el amor fiel y gratuito con el que el Señor acompaña a su pueblo y exalta a los que son fieles y humildes de corazón le entonamos este himno. Si lo vemos detenidamente, es un canto muy nuestro, que nos hace abrir los ojos y el corazón y nos presenta como una especie de preludio de la victoria pascual del día del Señor para los que sufren por su nombre (cf. Ap 22,14). Los miembros de la Iglesia, aunque vamos sumergidos entre el materialismo, el consumismo y en las más de mil injusticias de este mundo «mundano», debemos creer que la única fuerza en la que podemos confiar es la del Señor, que es el verdadero rey de la historia y el vencedor con la civilización del amor y que todo lo demás, son cosas que van y vienen y que no merecen la pena. 

Y es que los cristianos bien sabemos que el proyecto de Dios se realizará a condición de que la humildad, la pobreza y el desprendimiento de lo que es pasajero se conviertan en elemento esencial de la acción de la Iglesia en el acontecer del mundo. «¿No saben —decía el filósofo Søren Kierkegaard— que ser cristiano es la inquietud más elevada del espíritu? Es la impaciencia de la eternidad, un continuo temor y temblor, agudizado por el hecho de encontrarse en un mundo perverso que crucifica el amor». La Iglesia terrena, asamblea del pueblo humilde salvado por Dios, debe estar empeñada en mostrarse «ferviente en la acción y dedicada a la contemplación» (SC 2) en el hoy, presente en la historia y peregrina en camino hacia la ciudad futura sin dejarse atrapar por las nimiedades de este mundo. Caminamos al encuentro del Señor en sencillez de vida, contrastando cada uno de nuestros pasos con las falsedades que el mundo ofrece como aparente felicidad. 

El texto evangélico presenta hoy (Mt 23, 13-22), y los dos días inmediatamente siguientes, los «ayes» contra los letrados y fariseos con los que Jesús pone en evidencia el dejarse llevar por los criterios mundanos de estos que se sentían cumplidores de la ley. Se trata de ocho lamentaciones que, al final de su vida, Jesús dirige a quienes no han sido capaces de abrirse a la felicidad de las bienaventuranzas propuestas al comienzo del sermón de la montaña. Estos —escribas y fariseos letrados— con su actuar hipócrita han cerrado «a los hombres el Reino de Dios». La falta de adecuación entre su enseñanza y su práctica oscurece la acción de Dios en la historia humana y, por consiguiente, la verdadera religiosidad. Los criterios que sigue el creyente no pueden ser los mismos del mundo. De esta forma, queda claro que la contaminación de lo mundano, impide la entrada al Reino e impide también, la posibilidad de entrar a sus seguidores. Pidamos a la Santísima Virgen que, con su sencillez e vida, nos libre de esa mundanidad de la hipocresía y de la apariencia para que, aún viviendo en medio de esos criterios del mundo, nos mantengamos firmes y sigamos siendo unos buscadores incansables de Dios y de sus intereses. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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