martes, 27 de agosto de 2019

«El Señor nos conoce profundamente»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ayer tuve el gran regalo —gracias a mis hermanas Misioneras Clarisas a quienes di Ejercicios Espirituales acá en California desde el martes pasado hasta ayer por la mañana— de pararme unos momentos a contemplar el infinito mar desde las montañitas de arena de «Corona del Mar» y contemplar esa maravilla de la creación que nos hace percibir —a los que nos gusta el mar— con más intensidad que a Dios no podemos ocultarte nada, ni la madeja enredada de nuestras idas y venidas, ni nuestros pensamientos, ni proyecto alguno que hagamos... nada hay de lo nuestro que no pueda ve, incluso hasta el más pequeñito ser insignificante que se encuentre en lo más profundo del mar. «Ninguna creatura escapa a la mirada (de amor) de Dios, todo está al descubierto y al desnudo ante sus ojos», dice la Sagrada Escritura (Hebreos 4,13). El autor del salmo 138 [139] que hoy recitamos en Misa, nos deja ver esto que desde tiempos antiguos estaba en el corazón del hombre que se sabe amado, protegido, acompañado por Dios: «Tú me conoces, Señor... conoces cuándo me siento y me levanto... sabes mis pensamientos... observas mi camino y mi descanso... todas mis sendas te son familiares... Me envuelves por todas partes». A Dios no podemos ocultarle nada y no porque sea una especie de policía o de vigilante que está checando todo lo que hacemos o dejamos de hacer, sino como «Alguien» a quien le interesa, porque nos ama, todo lo que somos y hacemos. 

El salmo de hoy, que toca las entrañas más profundas de nuestro corazón como «hijos de Dios», es una obra de arte literaria: por un lado, llama la atención su carga de introspección que llega a una interioridad exquisita; y, por otro, la altísima inspiración poética que recorre toda su estructura, del primero al último versículo, con metáforas brillantes, y con audacias que nos dejan admirados. El estilo es sorprendente, el salmista coloca su mirada, no en la cumbre de un cerro, sino en su interioridad más remota; focaliza en Dios su telescopio contemplativo, y obtiene una visión, la más recóndita y original que se pueda imaginar, sobre el misterio esencial del amor de Dios para con el hombre. 

En el Evangelio de hoy (Mt 23, 23-26), Jesús se lamenta del error de cálculo que los fariseos están teniendo. Ellos ponían más empeño en el diezmo del comino que en profundizar en el amor de Dios y seguir desde allí su santa voluntad. Quizá es por esto, que cuando no calibramos bien qué lo importante es que Dios nos ama y desde allí buscamos lo esencial de la vida, tendemos a confundir la apariencia con el interior. ¿Qué es más importante para el discípulo–misionero, saber qué quiere Dios en esta o aquella situación que se va viviendo en el día a día o averiguar que sería más conveniente para mantener la «imagen social» lo mejor posible? Ojala pasemos por este mundo recorriendo dejándonos encontrar y consolar por Dios. Nos dará personas como Santa Mónica, la santa que hoy celebramos, una mujer que alcanzó la conversión de su hijo, el gran San Agustín, abriéndose a la Palabra, a la gracia, a la salvación. Bajo la mirada de María que se supo acompañada siempre por Dios, dejémonos conducir este día y siempre por el Señor y digamos con el salmista: «Condúceme, Señor, por tu camino». ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

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