Hace mucho que no escribía desde un a central de autobuses o un aeropuerto. Me encuentro en el aeropuerto de Guadalajara a donde llegué acompañado de los padres Manuel y Arturo. Venimos de Morelia y vamos a Monterrey luego de participar en la reunión anual de formación de los Misioneros de Cristo en la Casa Noviciado. Los días se pasaron volando en un tiempo que se invirtió en la oración en común y las dinámicas de trabajo sin faltar los ricos platillos michoacanos y esas deliciosas tortillas hechas a mano, todo esto en medio del gozo de reunirnos y de intercambiar las experiencias que como misioneros vivimos en cada uno de los lugares en donde estamos. Y que regalazo que a estas horas de la madrugada me encuentro con el salmo responsorial (Sal 15 [16]) que en uno de sus párrafos dice: «Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente». ¿Y cómo no bendecir al Señor si nos ha dad este agasajo del compartir, del celebrar juntos, del estudiar y aprender cosas nuevas, del orar, del jugar, del reír y de renovar así nuestra vida como Misioneros de Cristo? ¿Y cómo no agradecer al Señor el Evangelio de hoy que luego de salir de esta hermosa reunión nos deja al Señor hablar para decir: «Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos» (Mt 19,13-15).
Yo creo que, cuando tenemos este tipo de reuniones de encuentro, no sólo los consagrados, sino todas las familias y grupos que sintonizan en un ideal, el corazón de niño sale a flote y se experimenta la sencillez que se necesita para captar a fondo lo que es el Reino de los Cielos y cómo lo podemos ganar. Siempre, para todo discípulo–misionero resulta necesario conservar un rinconcito de infancia en el corazón, un rincón de asombro, un rincón de inocencia y de frescura, un rincón que nos hace pequeños para encontrarnos con el amor de Dios y de los hermanos. Después de mucho tiempo de no poder participar en estos momentos anuales, gocé de compartir con cada uno de los hermanos esos diversos aspectos de nuestra vida de consagrados. A esto, por supuesto, hay que añadir la tarea maravillosa de las psicólogas Lupita y Adriana, que fueron las encargadas de la parte académica con los temas de Formación Humana que mucho nos ha enriquecido moviendo la sencillez, la limpieza de corazón, la convicción de nuestra debilidad en el «Sí» que hemos dado al Señor y la infinita misericordia de nuestro Dios que nos invita a re-estrenarnos para seguir adelante. Todo lo que hemos vivido en estos días se ha hecho invitación a «poseer el Reino», a entrar en él o recibirlo como un niño: con su avidez de amor gratuito, que nada ofrece a cambio más que la propia pequeñez.
Con esa pequeñez de niño se acerca hoy el salmista y le dice al Señor: «Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a ti. El escritor sagrado sabe que a Dios y a todos, en el fondo, nos gusta la sencillez, la cercanía, la inocencia simbolizada muchas veces en los niños. Antoine de Saint-Exupéry, pone en boca del principito esta frase: «Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones». ¡Cuánto nos enseñan los niños! A la luz de esto vemos cuánto vale la lección de un alma sencilla en un cuerpo adulto. Por eso, de alguna manera, al orar con este salmo, nos sentimos como un niño pequeño ante su padre que le ama, que le escucha, que le acaricia, que le acompaña. Con razón muchas veces Jesús, en el Evangelio, nos exhorta Ja la infancia espiritual, porque ella es el camino único para llegar a Él. Santa Teresita del Niño Jesús extrajo esta espiritualidad como esencia del Evangelio y el Papa Emérito, Benedicto XV la llamó «el secreto de la santidad». Pidámosle al Señor, por intercesión de la Virgen, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber ser niños para dejarnos renovar por Dios como criaturas nuevas, de tal forma que en verdad podamos colaborar a la difusión del Evangelio no tanto por nuestra ciencia humana, sino porque Dios, en medio de nuestras pobrezas materiales y espirituales, nos ha amado, nos ha perdonado y nos quiere enviar como testigos de su amor misericordioso. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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